No. 80 / Junio 2015


US Latino Poets en español
Por Xánath Caraza

Copatrocinado por el Smithsonian Latino Virtual Museum
 

 

us_80.jpgOsiris Mosquea entreteje la brisa neoyorquina en sus versos. La selección de sus palabras es cuidadosa y crea una delicada red lingüística que vibra con la lectura de su poesía. En sus poemas retrata la ciudad de Nueva York, lo cotidiano, un viaje en el metro, el amanecer, la lluvia, lo que duele. Mosquea va embriagando al lector con cada estrofa, lo involucra y, de pronto, la ciudad de Nueva York está frente a éste. Mas Osiris también añora la isla donde nació y nos comparte, uno que otro, pincelazos llenos de nostalgia.

Con sus poemas leemos de una ciudad que terminamos amando por la elegante forma en que nos la presenta. Homenajea a Lorca, Whitman, Burgos con su poesía y, a su manera, recrea esta jungla de asfalto que se nos clava en la pupila. La voz poética es madura, la de una mujer que ha sobrevivido en esa gran urbe por muchos años pero que la celebra cada día. Nos regala pequeñas galerías, casi como fotografías, en cada poema. Mosquea escribe en español, usa una puntuación mínima. Nos muestra el principioy se asegura de delimitar el final del poema, creando un efecto de fluidez contenida dentro de un marco, apenas delimitado, con un punto final.Para esta ocasión he seleccionado “Inicio de viaje”, “En la suerte de la isla”, “Entre brisas y aguaceros”, “Todos los colores de Harlem”, “Cuando amanece” y “Algo que duele” de su poemario Viandante en Nueva York (artepoéticapress, 2013).

 

Inicio del viaje

Después que Dios creó el cielo y la tierra
y todo lo que hay en ella, el hombre
en su libre albedrío inició un viaje sin fin.

El viaje inicia antes y después del fuego
En la primaria gestación, con el polvo y el soplo
Con la primera mentira: la manzana que inventó el pecado
cuando el primate diurno bajó del árbol
en la escena del fuego y la lluvia
sin equipaje, sin regreso, erectus sacudido sobre el prado
y habló sin saberlo con dioses desconocidos
los mismos que tocaron el acopio
la multitud desnuda de donde vengo
horda primigenia, cieno edificante y cenizas
Luego se formaron las palabras
Los primeros escritos en las piedras
Y entonces el hombre caminó entre la muerte
con el dolor en las pisadas, entre hombres sedientos
unos de pluma, otros de cuero, de multicolores pieles
bailando en la pradera junto al polen
El planeta se movía, giraba… y giraba…
las cosas echaron raíces
estallaron incansables, cincelaron la vida
y sin nombre, el hombre prosiguió su viaje
yendo y viniendo por crepusculares caminos
resposando junto a la semilla
entre puertas y ventanas que se abrían
en la apremiante vigilia de saberse vulnerable
Infectados de avaricia llegaron los barcos
y nos robaron la tierra
y nos negaron el pan
y se cambiaron vocablos
y la palabra fue símbolo de engaño, muerte
Con la roja baba de su sangre
se engendraron los males
alimentó los vanos sacrificios
se construyeron los muros
conquistaron la luna
y se sembró el rencor como quien siembra un fruto
El hombre sobrevivió más allá del barro, del destierro y las cenizas
después del silencio, de su última batalla
el hombre continúa el viaje.

 

En la suerte de la isla

Tú que amas esta ciudad de nadie, de fugas…
tú que navegas en la suerte de la isla
donde una señora en el centro del Hudson
con aires de reina –por cierto francesa—
te recibe, te da la bienvenida y te seduce
regalándote el miedo por adelantado
la libertad condicionada a unas palabras entre paréntesis
donde todo, todo es diariamente perfecto

Tú que te quedas en este péndulo de sueños
que viajas en la amplia maleta del tren
con la dosis exacta para ignorarlo todo
viviendo las horas de minuto y medio
escamoteándole a la suerte
la verde y enigmática sonrisa de Roosevelt
en una constelación de egos por no perderlo todo

En esta ciudad que yo también habito
el centauro en Wall Street
se coloca la mitra o el bicornio
bendice las monedas
que recorren las calles de Manhattan
donde no se cuentan los naufragios

ni las veces que la nostalgia discreta
se cuelga en las alas de los pájaros
que ciegos se suicidan
en las fauces de las luces de Broadway

Tú que habitas esta ciudad de todos
de paredes vomitando apellidos
como el tuyo, como el mío
nombres huecos y lejanos
de muertos en refriegas ajenas
espiados por los ojos de los edificios
transitando atado al cinturón del miedo
que nos engulle en una fosa común
sudando la sangre que se queda en el filo de la navaja.

 

Entre brisas y aguaceros

El tren se detiene. La muchedumbre entra y sale. Respiro, respiro
y montones de alientos se depositan en mi estómago. Vidrios
miradas se enredan y amotinan, aletean y caen a retazos desvalidas.
El tren continúa.  Otros se aproximan con su delirante balanceo,
Con vida propia y chapucera convivencia, cebados de nostalgia
cómplices de la añoranza y el vacío.  Dueños de un compás que nos
somete y nos golpea.  Los pasos reeditados en los andenes son la
memoria de un viaje, un film de lo incierto.

La ciudad se despeina de brisas y aguaceros
Viajan a prisa los trenes túnel adentro
tupidos de inevitable presencia
de rostros adormecidos
como goterones que se alargan
en el inframundo de los rieles
Vomitan olores y urgencias
en los andenes
depositan las huellas
en un trasiego monótono
entumecida orfandad
envejecida en los restos de una primavera
derrotada sin misericordia.

 

Todos los colores de Harlem

Es negra la danza del negro de Harlem. Negra la raíz, sus santos
y la comida. También negros los labios que tocan el saxo, la
trompeta y el trombón. Son negras las manos que golpean e cuero
del Tambor Mayor, la jícara que resuena y se pierde en las caderas
de los negros en el Apollo Theater. El contrabajo se derrite en el
contoneo de un swing y el jazz, casi profano, se mece indomable.

La mirada del negro no es la mirada en el espejo
se rompe de nostalgias en el Harlem River
en la presencia sorda
de su huella digital en las tabernas

Harlem pieza de museo de interés para turistas
repoblándose de blancos madrugadores
paseando sus perros
vestidos a la última moda canina

Charlie Parker se descompone en el tiempo
con un jazz en la punta de la lengua
en las notas de un saxo subversivo

Gospel, Swing, Charleston y Calipso
y la negra Jomes perdida en dos o tres compases de un blues
en la fuga de un blues
talla los versos con su cante hondo en las tardes de Manhattan
embotellando la manzana con rumores abstractos
con historias que aún no se han contado
reventando la bandera llena de viento
queriendo huir, huir

Davis se ahonda en el portón de su negrura
ébano, tiempo
voz, subterráneo ombligo
orgullo atezado, pluma

En su negra, amarilla, blancura sombra
Harlem con sus brazos quebrados
sigue allí, junto al River
deformándose en su geografía.

 

Cuando amanece

El hálito del amanecer abraza la ventana. La penumbra del alba se
asoma, el rumor de la ciudad empieza a gotear sobre el pavimento.
Los edificios anochecidos, saciados de sueño y fatiga, despiertan
del hechizo que se comía la luz que ahora se filtra como un
soplo. Las personas se desperezan para proseguir escribiendo sus
historias sin resistirse al juego.

Nunca es más hermosa la ciudad
como cuando la noche
en secreta liturgia cede paso al día sin urgencias

sus escombros se volatizan en el paisaje y el graffiti
y los pasos se quedan reducidos al asfalto

Imagino las que debieron ser las estrellas
detrás de los edificios
en el rectángulo del cielo amanecido que atisbo
detrás de una tristeza peregrina instalada en mi memoria

Frívola la mañana
se cuela entre los visillos del día sigilosa y descalza
me estremezco en el instante de saberme
salvada del sueño, sobreviviente de la noche
para ver el temblor del amanecer

Una multitud prófuga se precipita
sobre el prodigio del día
conquistado por las calles
la desembocadura de los trenes que no duermen

El estío se pasea como un recién llegado
reafirmando su sed
su decisión de quedarse

Lento el día se ahonda en la manzana entera
poblada de sirenas, almacenes, buhonerías
duros patrones
del mercado del polvo en las esquinas
nefastas noticias e ilusiones nuevas
tremolando en la brisa

Yo, que digo estas palabras
que vengo del vuelo despeinado de una isla
lanzada sobre el mapa del Caribe
me regocijo en esta hora
en que es más hermosa la ciudad.

 

Algo que duele

El cielo es un mar suspendido. Lentamente se vacía sobre
la ciudad a goterones infinitos y dolientes. La lluvia es
un telón que cae desgarrado por su bóveda agrietada y
va rompiendo las cosas en su caída.

Esta noche llueve como nunca
Mi corazón de búho y amapola
tiene aires de noviembre
de la arcilla que viaja en la pupila rosa de la tarde

Llueve tanto que hay algo quebrado
algo que duele en Nueva York.


 


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