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portada-juego-solitarios.jpgJuego de Solitarios
María García Velasco
CONACULTA/Ediciones
Sin Nombre
México, 2014.

Por Rodrigo Flores Herrasti
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No. 80 / Junio 2015


 


Desarraigo perseguido

El desarrollo moderno de la poesía erótica mexicana permite, por fortuna, dar cuenta de ella a través de distintos relatos en lugar de una sola historia. En ensayos separados , Elsa Cross y Evodio Escalante enfocan su pensamiento literario en reflexionar sobre los márgenes de una peculiar deriva de nuestra lírica amorosa: aquella en cuya habla resuenan los síntomas de una culpa profunda misma que, por obra de la expresión poética, sufre un proceso de transvaloración . Como consecuencia del viraje, el flagelo se torna agente erótico. Mientras Elsa Cross explora estos vectores en la obra de Concha Urquiza y del padre Placencia, Escalante rastrea en la obra de Los Contemporáneos cómo lo prohibido se re-significa a fin de encriptar una pasión homosexual.

Con su libro más reciente, Juego de Solitarios (Ediciones Sin Nombre, 2014), María García Velasco se adhiere a la cepa de estas pulsiones cuyos reveses demandan pericia por parte de quien pretenda injertarse en ella. García Velasco sale airosa pues sabe torcer los lugares comunes aun cuando, eventualmente, se sirva de algunos de ellos. Si bien al poemario erótico, en general, le conciernen motivos tan usuales como la ausencia, la unión imposible o el abandono (todos ellos presentes en este libro), María García Velasco encuentra el modo de ponerlos en vilo, siempre en pos de una dinámica y no sólo de un concepto. El título ofrece la clave: Juego de Solitarios explora la puesta en acción, el montaje del ‘juego’ al que todo erotismo orilla: “El escenario es cincel, mano adiestrada”, acota el impulso por devastar incluso si la cantera es un tinglado sin  ejecutantes. Dicho impulso será constante en toda la obra.

Los préstamos teatrales no son gratuitos dado que Juego de Solitarios echa mano de ellos. Allende lo formal, comparte con la dramaturgia y con la narrativa el punto de apoyo sin el cual ninguna fábula construiría su tensión: la necesidad de que alguien cometa un acto. Cierto que esto suena a perogrullada, pero adquiere otro cariz cuando se piensa desde la orilla del deseo: es consabido que al ansia poco le importa ser satisfecha. Tan es así que la inquietud no sólo sobrevive a la inacción, sino que la cataliza, la convierte en magneto. En cierto modo, Juego de Solitarios hace de la función su tema. Mejor aún: de la urgencia de función y de acontecimiento. El apremio, entonces,  alista la mínima esquina del cuerpo ya sea para recibir o para derramar: “Extraño tu olor a tierra baldía. / Y alzo un brazo para que explores en mi axila, / para vaciarme simplemente por instinto”.

Con afortunado desconcierto, Juego de Solitarios despliega el núcleo de la paradoja erótica: a saber, que toda unión se funda para lanzarse a un vacío que la despedace. Tras ese afán, su lectura filtra en el ánimo una carrera de humores concurrentes los cuáles, no obstante sus signos opuestos, se condicionan entre sí. El hambre de amparo, entonces, no puede disociarse de una necesidad coercitiva; menos aun del desaparecer: “Tan propia es la renuncia / el domicilio / rehúsas a gravitar en este cuerpo / a caer en lo profundo de su sueño […]”. Las contrariedades derivan de una misma razón: para Juego de Solitarios, el placer que resulta de la obstrucción es un brote original, un centro neurálgico a priori, y no una mera anomalía o compensación:El dolor es una eyaculación primigenia, / esta casa”, se nos dice dejando en claro que cuanto emerge de la primer morada, del hogar más íntimo y perene, punza tenaz y con ambivalencia.

Juego de Solitarios se guía por la conjetura. La sospecha conduce un habla que gusta camuflarse en amplificaciones. Mas el lenguaje vasto, cargado de fantasías y simulacros, pierde su efecto encantador sobre la conciencia: “No existen gatos, dragones. /  no existe quien calle, / quien imagine esta herida, / este corazón extraviado, / este ritual de palabras / negándose al cuerpo”. Se ensambla, entonces, un nuevo terreno donde “la palabra será el cuerpo de la añoranza”. Sin embargo, al evocar con este organismo, la sintaxis se atomiza y sufre fracturas, y la misma retórica que conglomera toda esa fauna convoca también un anhelo atropellado. Entre los frecuentes encabalgamientos, enumeraciones o  yuxtaposiciones nominales se construye el correlato de un deseo incompleto.

No podría ser distinto. Dado que el erotismo se levanta sobre la destrucción de la estructura del ser cerrado (Bataille), los solitarios de este juegoceden su entereza en pos de una alteridad puesta en abismo: el ego de la voz lírica se cimienta al suponerse como aquello que el otro cree de ella. Pero la contraparte no devuelve nada y comienza la zozobra del amor propio: “Aún / el espejo dibuja el mismo rostro, / la campana tañe el mismo nombre, / la sombra raspa la misma melancolía”. En la distancia que, con frecuencia, esta voz toma de sí, resuena algún eco de los bucles metaliterarios llevados con mejor fortuna por otros géneros. Mas el recurso no se siente impostado pues no aparece en la forma usual de cajas chinas que suplen o se coordinan con las poleas de una trama. Aquí se enclava como una conciencia cuya identidad la atribuye a la elucubración de la indiferencia.

En suma, Juego de Solitarios da cuenta de la invasión erótica que se sigue de conjeturas tan esenciales como desorbitadas, empujadas hasta el delirio, pero afinadas por el diseño atinado de un verso donde lo simbólico suple lo musical. María García Velasco demuestra el cabal oficio de su armería que va desde la sinestesia vibrante y anómala -pues enrama lo sensorial con lo psicológico-, hasta sutilezas de enunciación que son de agradecerse al no agotar el lenguaje en la mera acumulación de referentes. Da especial cuenta de ello la cuarta y última parte del libro donde lo agreste de los otros apartados se adereza con un tamiz peculiar: los poemas aquí son, casi todos, apóstrofes subrepticiamente atravesados por la sevicia: “Esta noche no llorarás. / Los escarabajos lo harán por ti. / Tú continuarás sentada frente al espejo. /  No cabe duda que la locura es un camposanto.” Saldar cuentas con la oquedad, apostar por un remanso que provenga del desengaño parecieran motivar este “Otro cuento de hadas”. No logra nada de eso. El tono desapasionado zanja un conducto para la saña y evoca, puntualmente, al idioma de la pasivo-agresión y al sadismo del condescendiente. Si bien permea el diálogo, persiste la inquisición adosada a una buena dosis de menosprecio. La mayéutica, así, decae en cotilla que masculla un tribunal de verdugos. “Otro cuento de hadas” es un encuentro mórbido donde la anácrisis despiadada suple al coito.

Juego de Solitarios dista de arrebatos chabacanos o de pantomimas de furor. Sus miras son muy distintas: escudriñar los efectos de la carencia apropiada por el placer, del deseo persiguiendo desarraigos. María García Velasco pone de relieve que, antes que un cuerpo, todo erotismo demanda una desaparición pues no existe actividad erótica sin la guía de algo que haga falta.

 

 


Elsa Cross, Los dos jardines. Mística y erotismo en algunos poetas mexicanos. México: CONACULTA/Ediciones sin nombre (Col. La Centena), 2003; Evodio Escalante, “Una obra maestra ‘desconocida’ de Carlos Pellicer. Los sonetos de Hora de junio”, en Literatura mexicana, vol. XIII, no. 2 (2002), pp. 129-148.

Sigo la traducción y  definición que Andrés Sánchez Pascual ofrece del término Umwertung, de Nietzche: “Se trata de ‘cambiar’ y ‘sustituir’ unos valores por otros, a saber, los inventados por los resentidos por los dimanantes del superhombre.” (En: Friedrich Nietzche, La genealogía de la moral, int., trad. y notas de Andrés Sánchez Pascual, Madrid: Alianza Editorial, 1997, p. 210, nota 24).

“Por anácrisis se entendían los modos de provocar el discurso del interlocutor, de hacerlo expresar su opinión manifestándola plenamente. Sócrates fue un gran maestro de la anácrisis, sabía hacer hablar a la gente, hacer que ésta expresara por medio de la palabra sus opiniones […]. La anácrisis es provocación de la palabra por la palabra…” (Mijaíl Bajtín, Problemas de la poética de Dostoievsky, trad. de Tatiana Bubnova, México: FCE, 2003, p. 162).

 

 


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