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portada-simulacro.jpgSimulacro de sortilegios. Antología poética
Emilio Adolfo Westphalen, Conaculta, México, 2011.

Por María Luisa Manero Serna
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No. 80 / Junio 2015


 

El poema puede ser la forma más obsesiva de un impulso; un impulso en el que se escarba con insistencia – autor y lectores pueden cavar por igual –  aunque la fuerza que le dio origen se haya alejado o transformado. En los primeros escritos de Emilio Adolfo Westphalen, esta obsesión se ve patente en sus reiteraciones; la palabra se repite, se repite y se transforma en cada enunciación, lo cual resalta la limitación del lenguaje y la realidad tan terrible como fértil de la finitud de sus signos. El poeta nos recuerda entonces que la repetición es ineludible, y que sobre ésta se construye el sentido. Esta noción se puede extender a la cultura. Un signo, una obra de arte, un discurso, existen en su repetición y a partir de ésta se vuelven plenos, es decir, el significado es completado por las condiciones en que se manifiestan. Si esto lo trasladamos a la literatura, ¿no será que la lectura, la crítica, la edición y la difusión, distintas formas en que se actualiza la obra, sostienen su existencia y su integridad? Simulacro de sortilegios es una antología construida en eco; nos remite a una de igual nombre publicada dos años antes en Madrid (a la cual se le hicieron cambios y extensiones para la edición mexicana), y ambas remiten a una más antigua, Bajo zarpas de la quimera, realizada en vida del autor. Con la Advertencia de Westphalen como elemento de encuentro entre las tres, éstas forman parte de la reiteración vital de la obra poética, cuya lectura en contextos distintos asegura su plenitud.

La antología incluye poemas de todas las obras de Westphalen, lo cual nos permite percibir la pluralidad contenida en el punto de unión representado por el hombre mismo. En su etapa temprana, en la que se identificó de manera más inmediata con los movimientos de vanguardia, nos encontramos con un lenguaje umbrátil, que deja advertir lo objetual, lo emocional o lo sensible tan sólo a través de indicios. Es en este momento que destaca su estilo reiterativo, el cual está inserto en una desarticulación de la gramática; esto va conformando una suerte de prelenguaje vinculado con la imagen abstracta.

            (...)
            El mar
            Cuántas barcas poemas
            Las olas dicen amor
            La niebla otra vez otra barca
            Los remos el amor no se mueve
            Sabe cerrar los ojos dormir el aire no los ojos
            La ola alcanza los ojos
            Duermen junto al río la cabellera
            Sin peligro de naufragio en los ojos
            Calma tardanza el cielo
            O los ojos
            Fuego fuego fuego fuego
            En el cielo cielo fuego cielo
            Cómo rueda el silencio
            (...)

En estas obras de juventud, construye poemas cuya exuberancia deja entrever huellas del misterio permanente de lo inefable. Posteriormente, sus textos cobran fuerza como unidades sonoras, en las cuales las afinidades o disimilitudes fónicas sirven como puntos de imantación que generan nuevas relaciones entre palabras. En sus últimos poemarios, resaltan las frases incompletas, los vacíos; se reduce la referencialidad directa a lo sensible, y nos encontramos con escritos que reflexionan sobre la apropiación de ese universo de percepciones a través de la aprehensión del concepto, la forma, el movimiento. Hay así una idea de reelaboración de lo externo a partir de procesos de extrañamiento, de cambios en la focalización, de redefinición y cuestionamiento.

            Al revés del vestido invisible del rey de la historieta la Poesía es la tela visible – (o más bien             audible) desprovista de consistencia alguna (rayo que marca y subraya el vacío).

Cabe preguntarse si hay algo que enlaza la totalidad de la obra de Westphalen. Probablemente una ambigüedad fina entre la armonía y la catástrofe, entre la belleza y la podredumbre; una actitud de sorpresa frente a la palabra y una necesidad vital de articularla, frente a una conciencia de que el lenguaje no permite revelaciones.

Simulacro de sortilegios es una antología que muestra un especial interés en la configuración de la figura de autor; al incluir la Advertencia de Westphalen, deja que sea él mismo quien enmarque los poemas con la voz, y tiende un puente comunicante entre el escritor que reflexiona sobre su obra en retrospectiva, y un lector que reflexiona, desde otro momento y lugar, sobre este acto de retrospección. Se forman así dos tiempos ajenos a las ediciones iniciales. Hay un tercer plano que se abre con la inclusión de los epígrafes con los que se introdujeron originalmente sus poemarios: la autorreflexión del poeta en la inmediatez de la publicación. A través de éstos, podemos ver con qué manifestaciones poéticas buscaba establecer comunicación, qué conceptos podía considerar pertinentes para acercarnos a su trabajo, y por lo tanto, cuáles eran las líneas de interpretación que buscaba abrir para su propia poesía.

En Porciones de sueños para mitigar avernos, se nos muestran fragmentos de un mar inconmensurable, y parecería que el escritor se entrega a él y a la persona amada, y es derrotado por la inmensidad de ambos:

            (...) De la red o guirnalda tendida te escapas para invadirlo todo –fuera y dentro–  mar que               deglute red barca e iluso que quiso pescar la inhallable perla.

            (El derrotado poeta –perenne en tu gloria–  te exalta súbdito orgulloso que le permitieras tu             presencia).

Sin embargo, en la lectura de los poemas en su conjunto, nos damos cuenta de que la entrega a este mar vastísimo y externo oculta la construcción de un mar interior, nunca dicho aunque tal vez más profundo por ser múltiple. De manera similar, este libro representa una entrega a la poesía, pero al concebirla siempre como palabra enunciada, se preocupa por construir, de manera igualmente silenciosa, la figura de un poeta que reflexiona sobre el sentido de la escritura y cuyos pensamientos y palabras están implicados en espacio y tiempo: entre las páginas, Emilio Westphalen con los ojos abiertos.

 

 

 


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