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No. 80/Junio 2015


 
Geovani de la Rosa
(Pinotepa Nacional, Oaxaca, 1986; vive en Acapulco)


Danny Boy persigue tiburones

¿En qué te has convertido?
¿A orillas de qué lago fantasma
pasas la vejez, esperas tu ataúd?

Después de tantas canciones,
¿en qué te has convertido?

Ya no aguantas el anillo de fuego
con el que saliste a cazar tiburones.

Tus pertenencias ya no tienen importancia,
han perdido utilidad,
como tu guitarra subastada
en millones de dólares para mantener el mito
y para seguir escuchando tus pasos
detrás de tiburones bañados en opio.

No te falta una camisa negra
para cada concierto.
Te faltan días para salir a cantar.

Tienes demasiadas camisas negras
que planeas quemar una diariamente
cada vez que prendas el primer tabaco de la jornada.

Miras el lago Hickory.
Sus tiburones te seducen.

Sólo debes descansar
y seguir en espera de tu día final.
Soportas el asma prendiendo un tabaco más.

Tú no estás cansado ni enfermo
y quieres hacer algo con las horas.

Quieres ir detrás de tiburones.
Hay un frasco de Percodan. Tómalo.
Y persigue a esos tiburones fantasmas.

¿En qué te has convertido, Johnny?
No te retires. No dejes de cantar.
Deja de esperar a la muerte.
Sal del cementerio.

Sigue moviéndote como los tiburones,
corre detrás de tus tiburones.

Es una lástima que sólo esperes
a que den las dos de la tarde
para irte a Jamaica junto a June
y cantar solitariamente
un tema de Stephen Foster.


Sam se cose los labios frente a McCarthy

Las noches de Sam Spade son semáforos en rojo
que le cortan la respiración cuando intenta besar a Iva.

Las noches de Sam Spade se han contaminado de la tuberculosis
que circula en casetas telefónicas para matones a sueldo.

Se rasca la calva, fuma cigarrillos con la terquedad del diablo.

El pergamino de un halcón lo convirtió en un asesino,
pero él vagabundea tras las pistas
que lo libren de esta caza de brujas.

Podría ser un guardaespaldas ingenuo,
un bilioso empresario en ruinas,
la ceniza de un policía vengativo sin salario.

Podría cobrar su pensión por las balas
que tiró en la segunda guerra mundial.

No teme rocambolear en las grutas de traficantes de alcohol.

Un tal McCarthy lo acusa de ser un terrorista socialista
que siembra pétalos de bombas nucleares
en el pasto de las plazas comerciales.

Las noches de Sam Spade son librerías viejas
que esconden la avaricia de gente sin escrúpulos;
hay recetarios para preparar un cálido Walker on the rocks
o un café americano con sabor a África.

Sam Spade mira la sangre púrpura de las estrellas,
prefiere coserse los labios con un trozo de su gabardina
pues sabe que se inculparía ingenuamente
si contesta las preguntas del FBI.