No. 80 / Junio 2015



Avances de Tierra Adentro
 

José Luis Rico
(Ciudad Juárez, Chihuahua, 1987)


Jabalíes*


Exterior. Día. Intemperie cadavérica

                                                       [Cogitación. Pregunta cerrada.]

Quién jaló la piel del día
que un animalejo fue a la frente
y turbó las aguas del triciclo.
La piel de bestia del origen,
camiones que llevaron la mirada
ingenua hacia la luz del norte, mujeres que lanzaban
el caldo de la víspera irisado
por la tarde de alacranes. Quién
salvó la casa y las voces que barrían
un lodo inculto y breve, quién
las pinzas perras que apretaron llagas
en la mano de mi padre,
limo, edad de tela blanca.



Exterior/Interior. Día/Noche. Carretera/Bordo de Xochiaca

                                                      [El Vaquero en el Altiplano, a su
                                                      llegada triunfal. Jornadas como
                                                      manchas de aceite de tractor.]

Salir de Puebla a vuelta de triciclo,
hollar la calabrina, Xochiaca abrió su párpado de esmog,
dije
ya llegó por quien lloraban entre miles en el cráneo
de una sola gran congoja. La Estación del Norte, dije.
La colonia Moctezuma, aduje.
La calle era un cielo rozagante, lejanamente pardo
de matanzas en la noria, caníbales
urbanos, urracas de la quinta dinastía.

El amigo copiloto ondeó un pañuelo
y se fue por los rastrojos en un yate.
Yo, por la noche de cartón,
la del metro y los lavabos,
vi a dos que la codicia
(de hincar un tenedor en lo sagrado,
de leer las tripas del cabrito
y tupirle al aguarrás) había punzado:
Mariana, de ojos de arponero,
y Diego, con la gruta submarina de una idea.

Esa mirada de arponero,
eso rojo que dice a los pájaros del rancho
que al oeste hay una torre de ceniza
estaba en ellos: tabernícolas: con raza tan chingona
sería un chiste hallar, matar el búfalo
que partió en dos mi aldea.
 
                      VAQUERO: De allá de lejos, tira lente…
       MARIANA: Está bien, ya estás aquí.
                                       DIEGO: ¿A poco no huele a jabalí
                                       la región más transparente?



Interior del interior. Noche del cuerpo. Quién sabe dónde

                                                 [El Vaquero se ensimisma y sigue
                                                 a dale y dale con el triste asunto
                                                 de su cuchitril sin piso.]

Casa de mi tórax,
que alzaste sierra y árboles de levas
en el abracadabra del verano.
Con nervios y broca de fatiga
vi que bajabas del ramaje cómo diantres
del desierto hasta el oído.
Y cada respiro era esquinazo
de sol y éter de la guija.

Por eso estuvo en mi camino
la turbina de una troca, el carretero,
emanabas áspera de todo y te infectabas
del relumbre, tolvanera. 
Xochiaca era tu extensa pajarera.

Duramos, tórax de mi casa, raticidas, ratas
disueltas en el sótano del sábado.
Y cómo entonces no sería
un granito volador lo que llegó,
una brizna de cimiento.

Muleros hollaron tu verija,
pasaban en las púas como sueños
indigestos. Yo iba por adentro de tu frente,
huyendo de la Torre. Eras la piedra y el candor
aspirado en lo poroso de una lata.

No querías que una brizna
te alcanzara y voy a ti,
rodeando a lo cabrón,
con pulmón a rajatabla.
Después de que arrancaron la amplitud atizonada,
tu contorno de caverna,
burócratas de polvo,
epígonos de las tarántulas,
voy a ti.

Luis Alberto, mi hermano de antes
de los tímpanos quebrados, volvía de la muerte,
cruzaba el pasillo lleno de chacales
hacia afuera de su tumba. Mis amigos fallecidos
impelían hacia el pan en brasa
a dos pedradas de la casa.
Adentro del infierno, siguiendo a la donna angelicata
de su miedo a no existir, a ser
de humo y agua, Luis Alberto y mis otros carnalazos
se volvían árboles de fruta, traían el culo
por delante, tizones en la boca,
tornaban con espéculos de arena.
Cómo no esperar que te alcanzara
en tu escuadrón de paredones
y tu falda de flores empolvadas,
por la lápida, por él,
buscando los ijares y los pernos.



Interior del interior. Noche. Calles pulverizadas
 
                                                        [El Vaquero recuerda su
                                                        primer careo con La
                                                        Higuera en los intrinques de
                                                        la infancia.]

Anduve aquella senda que era fin de nuestro mundo.
Entiéndase por mundo cuatro barrios
donde la nube le prestaba agujas de tejer a la parroquia
y un galgódromo en que corren todavía
mi Juan, mi Pedro, mi Mateo. Enfilé
atrás de la colina pedregosa aunque tu voz
de lápida torcía el cuello de mis años. Detrás de la colina
postes de teléfono cubrían la planicie hasta volverse
palillos en la muela terrenal. La carroña jugueteaba con el aire.
100 grados de sequía pero estaba todo
azul. El lodo succionaba aquellos pies
pequeños todavía de nunca pisotear
ninguna vela y di de frente en un osario,
a solo pasos de la casa,
con la higuera.

Se movía
con la fuerza de tus piernas en el parto.
Era el verano atizado por las ráfagas,
vuelto en aguas de un triciclo.
Este árbol rodeado de osamentas merodeaba desde entonces,
tú me lo dijiste. Vine huyendo de la brea
y heme al lado aquí de sus anillos, al lodo
aquí de sus raíces. Palpo
las arpas de un convento, soy
un higo que enjambran las avispas, planicie cacariza,
horno de luz blanca.

Trabajaba en una fábrica y hacía
teatro por las tardes. Ensayaba
jardines industriales y esa fiesta entre el boj y las girándulas
mezquinas en vez de apartarme de los tornos
se mezclaba y no había bambalina que partiera
los motores. Yo hacía un teatro adusto comparable
a burro de centauro, un ensamble de catéteres sonaba en
armonía. Me escapé.

Antes de la higuera,
salí al tinglado
y el rebaño de sombras era vínculo,
no el deslave de ramaje y esfínteres
quebrados y látigos y piélagos de tráileres.
Ahora hay una pinza andando por las venas de mis ojos,
oigo un acertijo que la higuera
se pone a esclarecerme.




                                  La Higuera:
                                  Yo también me aburro,
                                  me tierro la garganta
                                  y sobrevuelo el mástil negro.
                                  Me encuentro dormida ante los
                                  túneles.
                                  En mis riñones empieza
                                  lo dorado, el calabozo.
                                  Surgen magnolias, obeliscos de
                                  mi palma,
                                  todo vuelve al desmadre en
                                  ascuas del principio.
                                  El día en que exponga la
                                  fórmula serás
                                  guillotinado, serás una tuerca
                                  hexagonal,
                                  lo dije en uno de peluca, la
                                  mazmorra
                                  es un arco áureo que soporta a
                                  toda flor.
                                 
                                  De expulsar a la serpiente del
                                  jardín,
                                  máquinas y hombres
                                  vivirían felices para siempre.

 


* Premio Nacional de Poesía Cervantes Vidal 2015