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portada_espejo.jpgEspejo negro
Marco Antonio Cuevas, ICM/Conaculta,
México, 2013.

Por Alfredo Cabildo
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No. 81 / Julio-agosto 2015


A través de Espejo negro  

Espejo negro es el resultado de diez años de experiencia en el terreno poético y proviene –al igual que otros títulos de la colección La hogaza– del trabajo desarrollado en el Taller de Poesía y Silencio coordinado por Alfonso D´Aquino en el estado de Morelos. Todo este largo periodo de aprendizaje se refleja en el rigor formal y en la cuidadosa planeación con que se presenta este libro. Como primer resultado de una labor constante con los versos y las palabras, Marco Antonio Cuevas publicó Horizonte en la colección Hojas Sueltas en 2004. En esa misma colección, años después, en 2008, Cuevas publicó un poema titulado Espejo negro, escrito a partir de un cuadro de Balthus, y desde ese momento tomó dicho título para el libro de poemas que fue publicado por el Instituto de Cultura de Morelos en 2013.

Dispuesto al modo de una exposición, Espejo negro brinda al lector que se acerca a sus páginas una experiencia de lectura que lo lleva a mirar de una manera nueva la relación entre las artes plásticas y la poesía. A través de diversos acercamientos a la pintura por medio de la escritura, Cuevas propone una combinación y una apropiación de los recursos gráficos de este arte, que se ponen de manifiesto mediante un amplio despliegue formal y una constante experimentación con los diversos aspectos visuales del poema.

Desde las primeras páginas aparece el instrumento que el poeta utilizará para conducirnos a través de su trayecto: “un espejo de yodo”, tal como lo describe Emerson en el epígrafe general del libro: “…cierta clase de espejo que,  al ser paseado por las calles del tiempo, recibiera en su limpia luna todas las imágenes que pasaran; sólo que, como única diferencia, esta luna estuviese yodada de tal manera que cada imagen se hundiera en ella y quedara allí. Pero además de esta propiedad, tendría aún otra, a saber, que de todos los millones de imágenes captadas, precisamente la que queremos reaparece en el centro de la luna, en el momento que la deseamos”. Así, usando este instrumento y un lenguaje cargado de sensualidad que llena sus versos de cromatismo y resplandores, Marco Antonio Cuevas nos muestra lo que revelan los cuadros a su mirada al deambular por las salas estratégicamente distribuidas que componen su libro. La voz del poeta funciona como un hilo de Ariadna que nos guía y conduce nuestra mirada por los pasillos de este museo personal. A veces escoge un ángulo desde el cual mirar el cuadro, en otras ocasiones participa con comentarios críticos en las pinturas o se incluye en la acción que se está llevando a cabo en ellas.

El trayecto comienza y entro en la sala que corresponde a los pintores europeos contemporáneos, titulada “La mirada errante”. Aquí encontramos desde a Odilón Redon, considerado como precursor de la pintura moderna hasta artistas de clara tendencia surrealista como a Giorgio de Chirico, Paul Delvaux o Balthus. En varias ocasiones puedo ver que el poeta transita hacia el poema en prosa, con párrafos nutridos de imágenes inusuales y provocadoras, como en “El despertar del bosque” de Paul Delvaux, donde la atmósfera creada por el lenguaje nos sumerge en un paisaje onírico poblado de misteriosas reverberaciones, como aquella imagen que dice: “Al anochecer, la piel de los que se abrazan a los árboles  se enciende bajo el verdor opaco de la luna”. En general, los poemas dedicados a los pintores surrealistas están impregnados de la ensoñación que emerge de los cuadros.

Debo decir que también es posible advertir la influencia del cine en la escritura de Cuevas. Algunos de sus poemas son verdaderas secuencias cinematográficas, a la vez que sólidos bloques de prosa, trabajados en su forma y disposición; las imágenes poéticas utilizadas se parecen tanto a las de una película, que corren frente a nuestros ojos y nos conducen de manera semejante a la que se experimenta al mirar un film y ser absorbidos por él. Esto se logra, sobre todo, gracias a la utilización de un recurso que proviene del cine y que es utilizado constantemente por el poeta; se trata de la edición, utilizada bajo la forma de un montaje que armoniza las diversas secuencias en un conjunto en el que todo está interconectado. Este aspecto sobresale en la construcción del libro, reforzado por un constante juego gráfico en el uso de cursivas, la disposición de los versos, etc.

Gracias a esta aguda conciencia del modo de utilización de sus herramientas de trabajo, es posible observar los poemas en su más pura materialidad, como sucede por solo tomar un ejemplo en el poema “Una ofrenda”, a partir de una pintura de Georges Braque; en donde el vaivén sugerido por el cuadro corresponde al entrecruzamiento de dos niveles de lectura que al jugar con el trasluz, aparecen y desaparecen. Vemos aquí una apropiación de los recursos estilísticos de la pintura a la que hace referencia el poema, lo que suscita una simbiosis en la que la fusión artística deviene siempre en nuevos resultados, el sentido de las palabras y su música se entrelazan, juegan con las sensaciones y con la imaginación e inauguran regiones nuevas de la sensibilidad:

        Líneas de luz envuelven tu cuerpo surgiendo de la noche
Tras el gesto inalterable de tu máscara
y en tu cabellera fugaces arcos se entrecruzan
la humedad de la noche espejea en tus ojos

En Espejo negro también es importante la carga que llevan los epígrafes, las puertas que abren; cada uno de ellos desata un mecanismo de lectura y descubre posibilidades para que podamos hacer un recorrido entre la interpretación y la creación, como lo hace el propio Cuevas. En algunos casos, por ejemplo, el lector se introduce en una novela de misterio al pasar por los cuadros, como sucede en el poema sobre “La calle” de Balthus con los epígrafes que remiten a El hombre que fue jueves de G.K. Chesterton, de tal forma que al leer el poema, se va descubriendo un enigma, todo está a punto de suceder, y en la inminencia de ese suceso está la respuesta, encerrada en un sueño que está llevándose a cabo por siempre. En otros casos, los epígrafes funcionan como apuntalamientos teóricos, como sucede en el poema “Paisaje cósmico”, hecho a partir de  un cuadro de Rufino Tamayo, en el que el epígrafe de Salvador Elizondo sirve para dar una interpretación de las características esenciales de la pintura de Tamayo y su intrínseca relación con la poesía. O en otro caso, los epígrafes de Charles Baudelaire y Xavier Villaurrutia colocados en el poema “El estudiante”, sobre una pintura de Agustín Lazo, que sirven para poner de realce la importancia del tema de la infancia en algunos cuadros del pintor. Haciendo eco de los epígrafes, en este poema resalta la capacidad imaginativa del niño, que incluso llega a intuir otros planos trascendentes. La geometría del cuadro, desde la que el poeta coloca sus ojos, hace partícipe al lector de un secreto: lo que ese “niño insomne” dibuja: “…las doce caras del instante interminable de esta noche”.

Los poemas se convierten para Cuevas en una vivencia en la que lo que se ve en las imágenes y lo que ve en su propia vida se confunden y se mezclan. Pero lo que mira es tan importante como lo que no logra ver y la búsqueda de esa conjunción es lo que da sentido a la indagación de la mirada en las imágenes y en la poesía. Y pensando en esto  llego a  la siguiente sala, titulada “Adaptación cromática”, dedicada a pintores mexicanos y otros artistas extranjeros que han vivido en México, como José Moreno Villa, Carlos Mérida, Gunther Gerzo o Juan Soriano. En los poemas sobre cuadros de Carlos Mérida irrumpe una presencia musical, presente en motivos cargados de clara inspiración prehispánica y de imágenes que el poeta hace salir del cuadro y que remiten a escenas de la cultura maya. Siguiendo el ritmo de la pintura de Mérida, el poeta es conducido a una antigüedad, en la que, la fuerza y la vitalidad ígnea que se libera en el arte se funde en las palabras en una explosión de colores que las devuelve a su esencia primordial, como en el poema titulado “Armonía en rojos”:

Con ese animal inquieto
como su abstracto comparsa
cruza los frágiles planos
como quien abre la danza

En los poemas escritos a partir de cuadros de Joy Laville, cobra importancia la corporalidad, los personajes de los cuadros mirados actúan y se mueven dentro del espacio de  la pintura y el poema, así como también en el espacio mental en el que se abre una puerta para poder ir de un lugar a otro. La sensación de los miembros, su desnudez, el color de la carne, brillante y vibrante bajo la luz del sol, y los reflejos de la arena, como en “Mujer acostada en el agua”, se hacen evidentes en versos como: “La marea despide resplandores de un cuerpo sumido en el placer de diluir sus formas. Ingravidez que agita los pliegues de un ensueño…”. Aquí encuentro también un poema sobre el pintor y poeta español trasplantado a México, José Moreno Villa, titulado “Apuntes para un retrato mexicano de Moreno Villa”, texto deliberadamente inclinado hacia lo reflexivo en el que Cuevas se acerca a la obra del artista y descubre una visión encantada, que se dejó invadir por esa fuerza antigua y primordial: “Como si el poeta al ponerse la máscara del dios y hacer suya su postura, mirara las cosas desde la antigüedad que esa máscara le permitía vislumbrar”.

Al llegar a la siguiente sala titulada “Figuras cambiantes” me encuentro con un juego de formas en las que se conjugan lo antiguo y lo moderno. Aquí los motivos prehispánicos y la experimentación vanguardista prevalecen en poemas dedicados a poetas y pintores viajeros que, ya sea física o mentalmente, estuvieron alguna vez en México, como es el caso del pintor surrealista checoslovaco Victor Brauner de quien se nos dice en la nota al pie de página del poema “Poeta en el exilio”, elaborado a partir de una serie de cuadros de este pintor, que nunca estuvo en América pero que realizó pinturas de clara inspiración prehispánica. Es importante también destacar que en esta sala se despliega, junto a los poemas inspirados en los cuadros, una serie de informaciones a pie de página sobre la vida y obra de los pintores elegidos, que funcionan además a un nivel narrativo, abriendo la posibilidad de vislumbrar un trasfondo que no es visible en el cuadro por sí mismo. Para la poética de Cuevas fue importante poner de relieve los paralelismos y los vasos comunicantes en la obra de un grupo de artistas que vivieron en México: César Moro, Wolfgang Paalen y Alice Rahon, quienes compartieron a través de su amistad, su acercamiento al surrealismo y  sus profundas reflexiones  sobre la poesía, la pintura y el arte, y un camino de múltiples vías que terminan uniendo el arte moderno y el pasado ancestral –que a Cuevas le aporta las posibilidades de un lenguaje altamente explosivo y expresivo.

En la última sala del libro, titulada “Enclaves”, los datos de la vida de la pintora Georgia O´Keefe logran dar una capa más de realidad y de profundidad a los poemas. Así, gracias a la nota colocada al principio de esta sección, sabemos que esta artista pintó una serie de cuadros a partir de su viaje a la zona arqueológica de Sacsayhuaman en Perú.  Aquí, la propuesta gráfica de Cuevas es llevada a su punto más radical: las palabras y las formas crean coordenadas que abren el poema a distintos niveles de lectura y brindan la posibilidad de leerlo desde diferentes puntos de vista al formar ángulos y aristas que son talladas y alineadas, haciendo visible el espacio, como sucede con aquellas piedras primordiales, labradas de tan especial y misteriosa manera, que dan forma a los lugares sagrados de los incas.

En esta sala del libro, la plasticidad desbordada de los poemas y las pinturas crean una nueva expresión artística que llega hasta los rudimentos, hasta lo más elemental. Lo que se debe en una buen medida a la participación del Taller de Poesía y Silencio y, muy especialmente, a la labor de Alfonso D´ Aquino –cabe decir que Espejo negro  se trabajó a través de una beca con este poeta como tutor–; las soluciones  formales que alcanza Cuevas sólo pudieron ser obtenidas a través de su influencia. La concreción de este libro fue lograda en las sesiones con el maestro y tiene la marca de su poesía. La gama de recursos gráficos usados en estos poemas tienen que ver con su  modelo y su guía; al experimentar con el diseño editorial y la poesía visual. Además, cierra la colección La hogaza, en la que se publicó la obra de múltiples poetas y narradores jóvenes del estado de Morelos.

Al final del recorrido a través de las cuatro salas que componen este libro-museo, percibo mi andar a través de Espejo negro como una experiencia renovadora que me brinda un nuevo modo de acercarme a los cuadros y a los poemas. Entonces, me doy cuenta de que el poeta ha logrado hacerme acceder a su manera tan particular de ver la pintura; y que, como lector, he adquirido una nueva forma de mirar y leer cada cuadro.