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portada_peplejidades.jpgPerplejidades
Pedro Poitevin
Ediciones La Joplin /
Conaculta
México, 2014.

Por Carlos López Beltrán
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No. 81 / Julio-agosto 2015


El gabinete del doctor Poitevin

Perplejidades es un libro especial, no solo por su factura impecable y atractiva (por la que hay que felicitar a los editores) sino, y sobre todo, por su singularidad. Hace mucho que no aparece en el escenario poético mexicano un libro como este (me recuerda cuando González Esteva empezó a publicar aquí en los 80) en cuanto a su anómala (excelente) destreza versificadora (que no quede duda de que digo esto sin atisbo de sentido peyorativo), y en cuanto a la claridad, franqueza y hasta descaro con la que el autor se arroja al ruedo del uso de formas "conservadoras" para fraguar su poesía, asumiendo retos formales complejos, tradicionales, modernos y aún posmodernos, para superarlos no solo con solvencia o maestría, sino a menudo con deslumbrante originalidad.

Perplejidades es un libro que llega a tiempo para reafirmar, por si había duda entre lectores, observadores o autores de poemas, que la forma es la poesía y la poesía es la forma. Entendida ésta como un hecho multidimensional mucho más allá de las normativas superficiales de manual. Bien entendida entonces, la forma y la poesía son lo mismo. La forma ocupada, colmada, encarnada por poesía, y la poesía cumplida, instanciada en la forma. Este pequeño libro provee contundente evidencia de esa verdad de mil quilates. Su lectura despejará las dudas si las hubiere.

Como algunos saben ya, y otros descubrirán en la nota introductoria de autor, se trata de un libro especial entre otras cosas porque su autor es un científico, un lógico matemático que pasa mucha de su vida activa enfrascado en líneas ceñidas de razonamiento abstracto explorando conjeturas, tratando de imaginar y de demostrar matemáticamente teoremas, verificando cada inferencia detenidamente en busca de fallos o de grietas de apertura para descubrir nuevas rutas, y conquista verdades permanentes en el éter inasible del mundo platónico. Este dato es relevante, y no poco, para reconocer las estrategias de su indagación poética. Y lo primero que quiero decir al respecto es que Poitevin, a mi juicio, es un regalo para la poesía. Que sea capaz de trasladar eficazmente, es decir artísticamente, su indudable talento y talante matemático al mundo bizarro (en los dos sentidos de este vocablo) de la poesía, es un regalo. Para la poesía en idioma español (y asombrosamente también inglés) y para el escenario de la poesía geográficamente vinculada con este país y esta ciudad. Que publique Poitevin sus libros de palídromos y de poemas en México, entre nosotros, es un bello y apreciable obsequio.

Desde que se inició, para mí, ha habido algo un tanto espectral en mi encuentro (que lleva algunos añitos por internet y desde hace poco se ha materializado en libros) con la obra de Pedro Poitevin, como si se tratase de una prefiguración latente, que finalmente deviene una cita cumplida. Como si una sensación dejá vu me dominase al leer sus poemas, aun al mismo tiempo de reconocer su novedad, su sorpresa y su tremenda frescura. Como si un poeta así y una poesía así en nuestro idioma y en nuestro entorno hubiesen siempre sido necesarios, y la intuición de su posibilidad los hubiese precedido. Poesía convocada por la tradición pero ubicada en un futuro que es ahora. El español está llegando a una cita quizá postergada, quizá anticipada, pero seguramente justo a tiempo con esta obra incipiente y potente. Para calcar una vieja ocurrencia digo que "si no existiese Poitevin tendríamos que inventarlo". Veo también por sus palabras introductorias a Perplejidades que le debemos mucho a ciberactivistas de la poesía tan notables como Aurelio Asiain, Jorge Dexler y Ezequiel Zaidenberg, entre varios, el haberle dado al excepcional palindromista Poitevin ánimo y seguridad para llenar los zapatos del poeta en que se ha convertido. No es necesario ya inventarlo.

Consigno aquí unas pocas de las muchas reacciones que Perplejidades me provocó. La cara más llamativa de esta poética es, ya lo dije, su enganche decidido con ciertos patrones de construcción formal que tienen convenciones y restricciones ceñidas. El soneto, la décima, la sestina, la villanela. Y cosas peores de complicadas como la hiperdécima y las coronas de sonetos. Pero Poitevin no lo hace solo para hacer un guiño a la tradición y sus muchos admiradores y cultivadores, ni solo para presumir habilidades circenses de versificación, sino que incorporando una sensibilidad tanto formal como poética nueva, con la que activa las formas, las actualiza y vigoriza; que es de lo que se trata la creación. Usa sus capacidades formales para catapultar eventos poéticos memorables. Y lo hace sin enrielarse, sin dejarse llevar dócil o peligrosamente por la forma perdiendo el control de su bicicleta. Si avanza sobre el riel del tranvía es porque quiere, y sabe cómo y cuándo frenar o zafarse de la inercia. Algo que otros formalistas de nuestro tiempo no consiguen.

Otro aspecto notable de este libro es su frescura y franqueza de dicción. Leer estos poemas es enfrentarse a algo cada vez menos común: una poesía sin lagañas. Sin los residuos vagos de un torpor soñoliento, ligado a veces a la demasiada actualidad innovadora o a la contorsión, producto de colmar el verso con rebabas de emoción vivencial mal procesada. La claridad, destreza y acicalamiento de cada verso de este libro son ayudadas sin duda por el compromiso formal, pero el logro va más allá. Es claro que el autor rechaza la comodidad de la eufonía predecible, y busca siempre aclararse la intención antes de ubicar la palabra más justa, el concepto o el símil más cercano a lo que el tema le pide exactamente. El lector batallará para encontrar aquí algo siquiera cercano a un ripio. Muy pocas cosas podrían alterarse sin pérdida. Y solo algún ajedrecista del mismo nivel y talento podría quizá encontrar maneras de mejorar algunos versos. Eso habla del cuidado puesto en cada verso: una parte del contenido de los poemas se ocupan de dar cuenta de ese cuidado. El ejercicio de la reflexión metapoética ocurre en este libro, casi inevitablemente, y muy creativamente. Poitevin escribe, por ejemplo, en el poema llamado “Palíndromos”, lo siguiente:

Con índice y pulgar haciendo un aro
tomo en mi mano suavemente
la punta de algún verso impertinente
y dándole una vuelta lo reparo

Esta imagen invita a verlo como un relojero (faltó la lente sobre el ojo) o como un naturalista (faltó la lupa) enfrentando a un reloj / espécimen para repararlo o prepararlo. La clave a mi entender es el tipo de reparación o preparación. No se trata de un arreglo chapucero o una disección rutinaria sino de un acto de elección que atiende aquello que Reyes refería como "las 7 evocaciones armónicas de la palabra". Atiende así a las secuencias de primer orden de las palabras, su sucesión de sonidos y fonemas, la música que emiten; luego a los acentos a cumplir, los golpes y tonos a remarcar para que el endecasílabo o la décima cumplan; después la rima, su pureza balanceada contra su novedad (está el bello logro de las rimas palindrómicas en Donjuán); son atendidos también los sentidos directos e indirectos, alusiones comunes o cultistas; la calidad evocativa, poética de las imágenes y metáforas. No faltan versos realmente memorables, de los que uno quisiera haber escrito, y quiere recordar. Transcribo algunos de los que me imantaron: Este inicio de poema:

El cielo entre los hilos de los arces
absorbe los colores del otoño.

O del poema llamado “Supercuerdas” esta imagen relacionada con la física matemática:

Convertir nuestras derrotas
en un vuelo de gaviotas
sobre planicies vacías

Y un poco más adelante en el mismo poema:

sino sólo un par de gotas  
resbalando por el suelo.

Me atrapó también esta imagen vagamente precisa: "la niebla de tu voz en mi memoria" (“Incendio”), o esta otra sensual y exacta: "la cumbia del oleaje" (“Aprendiz”). O más adelante esta perfecta imagen de una nevada invernal (“Soneto de Invierno”) que podría firmar cualquier clásico:

El cielo está soñando que se cae
los pinos encanecen en silencio

Una más refiriéndose al terreno de la escritura: "la lisa urdimbre de este lienzo claro".

Uno queda con la lectura de Perplejidades convencido de que para Poitevin esta urdimbre concreta y clara del poema, de cada poema concreto, es un territorio a ocupar, recorrer, analizar, reorganizar, módulo matemático pero senso poético, donde intervienen la experiencia además de la experimentación, las emociones además de las cogitaciones; o mejor aún confundidas virtuosamente.

El resultado es un espacio acotado y transparente "donde todo se hace en silencio". Un símil que se me ocurre es que el naturalista Poitevin lleva sus palabras, revisadas y sopesadas, diagnosticadas y valoradas, a una vitrina formal que les da horma y sitio. El poema, en su severa y lúcida forma, enmarca señala, expone, cuestiona las palabras, juntas y separadas. Los monosílabos son duros y concretos. Los vocablos agudos son filos eficaces que cortan o suturan. Las esdrújulas son serpientes difíciles y ponzoñosas. Las palabras graves son eso, graves: piedras de peso y tono variable, cada una reconocible. En ese espacio las palabras comunes y las raras, las poéticas y las técnicas, pueden acompañarse bajo la tutela cuidadosa del curador. Así un verso anclado en la jerga matemática (para/ todo épsilon exiguo en tu argumento/ hay un delta que se abre y nos separa) cumple cabalmente su tarea de relatarnos la fatalidad del desencuentro amoroso.

Cada poema vitrina nos muestra así los especiales prodigios del gabinete del doctor Poitevin. Algunos de ellos evidentes y llamativos; otros discretos y agazapados a la espera del lector alerta. Palabras en exhibición pero no muertas ni disecadas. En acción, de modo que recuerda más a un sistema de biología experimental, con su cristalería y circuitería por la que recorren fluidos y gases cargados de vida y radiactividad. Y nos remite así a la manera en la que el filósofo HJ Rheinberger describe estos sistemas experimentales como capaces, por su ductilidad, de generación o activación (material y semántica) de futuro(s).

Tenemos en estos poemas espacios de atención privilegiada donde lo que ocurre adentro (entre las palabras y sus valencias) y la realidad que está aludiendo o invocando pesan equivalentemente. Cada cúmulo poético, señalado por un verso, una estrofa o todo el poema, lleva una carga fuerte de posibilidades. Las 7 evocaciones armónicas de Reyes se multiplican. Si pensamos que la poesía mejor, la más completa, es aquella que más neuronas es capaz de activar simultáneamente, la de Poitevin ciertamente juega en liga Premier. Pues dispara su lectura las neuronas del afecto (como en las décimas a sus hijos), las de la empatía (las neuronas espejo), las de la imaginación visual (usando a menudo la precisión de trazo que le da su oficio matemático, como cuando las manos de la peluquera se mueven de manera "sensual y sigmoidea" sobre el cabello), las auditivas, las formales, y las semánticas cognitivas-intelectuales. Un encefalograma de un buen lector de la poesía de Poitevin sería como un arbolito de navidad de la Colonia del Valle, con miles de foquitos disparándose explosivamente.

Los poemas más elaborados de este libro, la hiperdécima con la que se inicia y las dos coronas de sonetos, son ya en sí eventos poéticos memorables. La corona diurna es de una eficacia asombrosa en su diestro y sutil cumplimento y en la brutal sensación de fatalidad cotidiana, que sin embargo tiene la redención efímera de la bella red de cristal que la contiene. La villanela del villano es otro logro singular, por la facilidad dificilísima con la que se cumple la forma y nos mantiene divertidos. La colección toda de estas perplejidades dejan en efecto perplejo, deseando tanto repetir la dosis, como que haya más poemas de este autor al alcance pronto.

A mí en especial me ilusiona la manera en la que la imaginación científica de Poitevin, aguda y suave a la vez, se acomoda tan bien con su sensibilidad y sensualidad mundanas. El modo de imaginar abstracto, destilado, de las matemáticas se aparece así como un aspecto normal y apetecible del mundo, y ese mundo a su vez se ve tamizado e iluminado por símiles y coincidencias enriquecedoras, fincadas en esa imaginación.

 


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