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portada_una.jpgUna y fugaz
Pura López Colomé,
Difusión Cultural UNAM,
México, 2010.

Por Elizabeth Castañeda
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No. 81| / Julio - agosto 2015


 

Unidad y movimiento

Una y fugaz, poemario de Pura López Colomé (Ciudad de México, 1952) publicado en 2010, inquieta desde el título. En él, unidad y fugacidad parecen complementarse evocativa y provocativamente por el aparente espejismo contradictorio que encierra. A mi parecer, esta frase configura un enigma, un juego: ¿Qué es aquello que desata el movimiento en la unidad? Me atrevo a decir que justamente desmiente dicha apariencia pétrea; toda unidad que se desplaza en el tiempo y el espacio deja de ser una, se multiplica, desdobla, distiende.

El poemario de López Colomé explora ese proceso, mismo que parece incluso permear su estructura.
La obra se divide en cuatro momentos, de cierta forma correspondientes con el esquema antes propuesto: “Una”, “Travesía”, “Por aire” y “Al fugaz final/ Al final fugaz”. Cada uno de estos instantes enmarca el desplazamiento de la unidad. ¿De qué unidad hablamos? A lo largo de los versos de López Colomé la unidad puede ser la palabra, la misma voz, la memoria, el tiempo, el espacio, incluso. Pura López parte de un instante petrificado, una memoria que se desenvuelve lentamente, mostrando un universo lleno de aromas, de imágenes sensoriales ricas en texturas, mismo que comienza a desplazarse mediante un ritmo, una cadencia igualmente generosa:

en
balsa amante
plena de aromas
áloe, almizcle embalsamante,
cuan insignificante la ilusión,
perpetuidad deslizándose en el cuerpo;

Se parte de la quietud para ir provocando el movimiento. Pronto la poeta comienza a desengañarnos: no es una única voz que oímos, puesto que ninguna palabra establece una correspondencia única con su significado. Lo que era tierra firme muestra su naturaleza de arena movediza. De una voz emergen otras voces, de lo que era un solo, surgen armonías inesperadas, contradicciones, ires y venires:

¿Quién habla?
Quien te dejó sin habla.
Quien insiste en rellenarte
la boca con esparadrapo.
¿Quién? ¿Eres tú? ¿Eres quien eres?

Todo se desdobla en múltiples resonancias: la memoria muestra su inestabilidad en poemas como “Y no lo reconocí”; la voz titubea al reconocerse en “Quien vive en mí”; el signo implota con la esperanza de perder su límites semánticos en “(In) apetencia”. Todos ejemplos de la fragilidad de una aparente unidad. Asimismo, el poemario transita temas recurrentes, tópicos que de igual forma se repiten en la obra de la poeta: el descubrimiento, desde la memoria de la infancia, de lo divino; así como la vivencia del cotidiano, el repoblamiento de los espacios mediante una memoria fragmentada.

En el segundo momento, “Travesía”, es ya evidente toda transfiguración. Al recorrer esta parte, el lector ha de ir leyendo a modo de un ejercicio de tiento: todo lo tocado se mueve, todo lo leído se contradice después o muta significado. Toda unidad está en travesía, en el tránsito a ser otra cosa:

un amoroso
asolamiento
de flor en flor,
de tanto en tanto
de cal en cal,
de canto en canto,
encantado
cantado.

Ahora bien, todo desplazamiento en la palabra configura también un juego. Un desafío para el lector. La palabra es dinámica en tanto su significado no esté dado, en cuanto se desafíe su quietud semántica. López Colomé juega y retoza entre lo dicho, se atreve, incluso, a contrastar versos conceptuales con juegos de palabras en donde retoma el habla coloquial, los refranes, los decires. Al hacerlo devela las capas, las diversas profundidades de significado de lo que se dice:

Qué será, qué-qué-qué
un peso con tiempo, muy mucho y tanto
que aunque retumbe la certeza de que ya ocurrió,
que ya ni llorar es bueno, uno diga y crea y sueñe:
Que no haya muerto, por piedad…
que todavía esté allí
respirando, sub juntivo
a mí, a mi persona, a mí.

El tercer movimiento implica un retorno. Una voz que de tanto disgregarse retorna a todo aquello que se desplaza con ella “Por aire”. Este volar encuentra su punto álgido en el poema “En su origen”, en el cual la voz poética incluso se sobrevuela a sí misma y se observa reflexionar durante el proceso de escritura:

Hay que apoyar contra el papel de modo
que vaya dibujándose el pespunte,
unirlo sin lastimar la hoja, grafiteando,
y el contorno cuajará cual forma,
borde de un(a) cierto(a) linde sonoro(a):
ahora
deshazte,
desbarátate,
sobre la línea de fuego.

El movimiento implica inestabilidad, cambio, metamorfosis. La poesía de Pura López Colomé nos invita, nos insta a desestabilizar(nos): la mirada, la memoria, el tiempo, pero, sobre todo, el ejercicio de la palabra, de la propia escritura, de la escritura que implica cada lectura particular. Al tiempo, se muestra lúdica, dotada de un humor natural que provoca, que no deja indiferente al lector, que lo invita a perderse un poco, a adentrarse en la densidad de su poesía. La lectura de Una y fugaz hace evidente el proceso dinámico de la lectura: sucesión de sentidos fugaces que se desplazan dentro del campo semántico del poema. Toda poesía es un desafío a lo estable, al dictum. Toda poesía: estoicidad aparente en fuga. 

 


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