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No. 81 / Julio-agosto 2015


 

Gastón Alejandro Martínez
(Ciudad Madero, 1956)



Celebración de lilacs


A la memoria de Amy Lowell


Mangos
Engaño del viento
contra el azul
y el blanco.
Verdes
Su explosión de tonos se extiende
por kilómetros al norte y al sur
del Pánuco y su aliento
aspira y espira un amor tropical
como no hay otro en la Tierra,
nace del blanco y el dorado de sus flores
cuyo aleteo frenético de chupamirto
les da esa apariencia inmóvil de firmamento.
Verdes de la vieja infancia, cuchicheo de niños
bajo tejados que cualquier día
se vienen abajo, y corredores
donde aún se escucha el rechinar de mecedoras
y la vibración del acero sobre el que corrieron
vagones repletos de cañas, aceites
y piedras y arcilla y carbónicos fantasmas.
Tu llamado en mi ventana era el de un dios,
Antiguo y selvático, despedazado en cantos
por nuevos sacerdotes
Hecho trizas, badajitos de ramas
contra el vidrio que nos lanzaban
a la aventura de los barrios bravos,
a los salones, los pupitres, las entrepiernas
sosegadas bajo el plisado de las faldas
de las maestras, las chicas pobres,
fragantes de ilusión y hastío
Sólo de posarme bajo tus sombras
se multiplicaban las monedas de cobre
que lavadas con polvo de chile eran de oro,
Oro que cruzó varias veces el Atlántico
Enriqueció apellidos y construyó imperios
Y muchas veces pagó el precio del océano
Y fue a dar a sus arcas oscuras y salobres.

Sus gritos rugían… ¡Somos todo
lo anterior a su América, perros cara-pálidas!
¡Ninguna estación es buena para ustedes!
¡Si zarpan jamás volverán!
Solo les venció la poesía
Las cartas, las memorias de soldados,
No los curas, ¡los versos botánicos!
Los agrimensores, los geógrafos,
Los libros navegantes que atracaron
en los surcos de sangre de sus cuerpos
A donde fueron a dar, en esa lengua extraña
La biblia de los hombres del Mayab,
de Mesoamérica, del altísimo sur
del Continente
Todo eso que unos cuantos no bárbaros
salvaron de la quema
y leyeron durante siglos sin sueño
hasta entender las cosas
de los hombres del mundo verde.

Mangos
Engaño del viento
contra el azul
y el blanco.
Verdes
sin memoria, más tierra que esta tierra
y sus ojos palestinos de gatos al acecho
Troncos expandidos cual penachos de antiguos
caciques huastecos
Les miro tan salvajes como siempre
Sacrificando sus flores a los nortes
Sobre chozas podridas y casas agrietadas
como su dueños
Sin más amistad que el manto frío
de las noches sin luceros.

Mi pueblo sabe de ustedes
Les venera desde hace siglos
Tampico los conoce,
Y Tanquián
Y Tamazunchale
Y todo su tamtam ebrio y multiforme.
Corren con frenesí por todo el Golfo
Se adentran por el Pánuco hacia tierras
que nunca han visto el mar
Mangos, ya maduros,
A cerosos mantes intimidan
Y el olor de sus cuerpos destripados
Vuelve locas a todas las criaturas
Son el entusiasmo mismo de las almas
Reventando el verano hacia lo inmenso
Ni en las noches silenciosas hay reposo
para todo lo que vive cerca y lejos
Más bien acicatean el gusto de la luz
sobre las mesas, en las camas, las techumbres
y no hay ley que se escriba o deponga
sin su influjo,
Ustedes guían los pies en los caminos
Son los caminos y sus amores y sus muertes
Junio es de los mangos aquí en la Huasteca
Planetas de tordos, cuervos y gorriones
giran en torno suyo, soles verdes
Junio de cielo altísimo, sin nubes
Donde navegan hasta el delirio
sus venosos y pardos troncos
Junio es un color verde cual ningún otro
Junio es viento que arde a través de sus hojas
Junio es la piedra dura del estío
y el recuerdo de sus flores
Puertas y ventanas que se cierran
a media mañana y se abren al crepúsculo
Junio es la clave de sol de tu reino
Desde la Sierra Gorda hasta el Océano.

Mangos
Engaño del viento
contra el azul
y el blanco.
Verdes
Entrañas verdes de toda mi Huasteca
Raíces de hombres bajo el suelo de toda mi Huasteca
Hombre de mango y pagua yo mismo, que soy la Huasteca
Mis muertos me esperan desde sus camposantos
Mis flores y cantos son de ella
Le hablo al oído de su vientre
Tendido sobre ella
Y canta ella con su propia voz
que ciertamente es mía.