No. 81 / Julio-agosto 2015



Poesía en Voz alta.15: Si la lengua no alcanza

 
Por Diego Espíritu


La vena sonora atraviesa el espacio. Lo paraliza. Habitar el vacío con la dilatación de una sílaba es el tiempo deviniendo poesía. Si la lengua no alcanza entonces lo hará su trayectoria, si la lengua no alcanza será la voz ruptura, si no lo hace en lo absoluto -la lengua que se estira por los resquicios de la materia-, entonces no lo hará nada. ¿Cómo pensar el poema si no es al ras de nuestra mandíbula?, ¿acaso no es la explosión sintáctica de la lectura un traer ante-los-ojos lo que ya todos saben: la oralidad de la poesía como la antesala de la historia? No hay nada nuevo bajo el sol, pero sí hay otra perspectiva. En lo sonoro no hay un hallazgo en sentido estricto, pero sí otra mirada -valga la irrupción sinestésica de este símil: la jerarquía estética coloca, tal vez como nunca antes, la disgregación vocal/consonante a través del fonema. El lenguaje es retorcido para escurrirle todo el balbuceo sin que llegue a ser una algarabía sin sentido.

Poesía en Voz alta .15
reunió voces tan diversas como múltiples: Jerome Rothenberg, Charles Bernstein, Serge Pey, Chefa Alonso y Michel Raji como los exponentes foráneos, mientras que la delegación local se componía de poetas como Edson Lechuga, Pedro Serrano, Sara Raca, entre otros. También participó el Colectivo Gallegos y Marcello Sahea de Brasil. La diferencia enriqueció, como siempre lo hace, al poema. La dicción del mundo, tal como dice Ana Franco Ortuño –poeta programadora del festival–, se proyectó hacia nuevas posibilidades estéticas, donde la tecnología fue un recurso más del poema y lo “rudimentario” del cuerpo fue tan vital como su contraparte técnica: “Si somos una sola lengua, perdemos el sentido en la repetición absurda del espejo”.

El ritual poético fue la conjunción armónica, aunque discontinua, de distintas partes, pues en lo heterogéneo la unidad encontró las sendas con las que embona. En el lapso de una semana la poesía bifurcó voces desde una caminata hasta el rescate del mundo en lengua Maya y Zoque, pasando por el soplo francés de los derviches de Pey y el taller de improvisación libre de Chefa Alonso –con la cual intervendrían Rodrigo Catillo y Rocío Cerón más tarde-; Serrano e Israel Martínez irrumpieron en el espacio con una instalación sonora donde no cabía silencio alguno: solo cesura; así como Sara Raca alzó la pregunta de si había algo en el ser que no haya sido tejido de ante-mano; Jerome Rothenberg hizo girar el verso en un ímpetu centrípeta de poemas leídos al borde del escenario que, luego, habría de consumar el Outspoken de Zimbabwe. Ya para entonces quedaba claro que no había privilegios temáticos, siempre y cuando los artilugios no se agotaran en el ornamento, sino que se fundieran con el sentido: todo eso que se escucha reverberar entre las letras.     

El festival fue la cartografía sonora del poema. Una propuesta a partir de “la poesía que surge o retoma tradiciones antiguas” y “la poesía que se construye en oposición al sentido establecido”. La poética cifra el  mundo en caracteres casi etéreos debido a su fugacidad: apenas emergen al habla, terminan. Lo efímero como característica de la invocación chamánica. Una bifurcación que terminó por encontrarse a sí misma desde el cuerpo que atraviesa la imagen para consumarse en el sonido. Una articulación, como dije, no nueva, pero sí bajo la forma de un estructura dinámica, desprovista de lo retórico y explicativo: un todo sintético y discontinuo, como diría Tablada al referirse a su interpretación ideográfica de la poesía pura: poesía en voz alta también fue “una sucesión de estados sustantivos”.