No. 82 / Septiembre 2015


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Antoni Tàpies / Joan Brossa

 

Por Enrique Juncosa

 

Los catalanes Antoni Tàpies (1923-2012) y Joan Brossa (1919-1998) fueron grandes amigos, y a pesar de que su obra fuera tan distinta, colaboraron en muchas ocasiones, destacando los numerosos libros de artista que realizaron juntos. A finales de los cuarenta, en el devastador panorama de la posguerra española, fundaron la revista Dau al Set, junto a los artistas Joan Ponç, Modest Cuixart y Joan Josep Tharratsy el crítico de arte Arnau Puig, iniciando así uno de los episodios fundamentales de las vanguardias españolas. Al grupo se sumaría poco después otra figura enormemente atractiva, el poeta, crítico y compositor, entre muchas otras cosas, Juan Eduardo Cirlot, a quien el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM),en la época en que fue dirigido por Juan Manuel Bonet, le dedicó una gran exposición. Dau al Set, la revista, continuaría hasta 1955, demostrando la gran influencia internacional, durante aquellos años, de Paul Klee, el psicoanálisis o el surrealismo. Poco después, todavía a finales de los cincuenta, Tàpies desarrollaría el lenguaje expresivo, informal y matérico que le hizo célebre, llegando a ser considerado, con el tiempo, como el gran artista catalán de la segunda mitad del siglo XX. Brossa, por otra parte, es uno de los autores más prolíficos e innovadores de la poesía en lengua catalana, con una obra vasta y diversa, aún no bien conocida. Y no solo eso. Más o menos al comienzo de los ochenta, siendo ya un hombre mayor, se convertirá, exponiendo desde entonces con frecuencia, en un artista plástico influyente y celebrado. Algo que llegará a su cénit en los noventa, en el contexto de revival del arte conceptual que todavía continúa. Brossa llegará a representar a España como artista en la Bienal de Venecia, en fecha próxima, por cierto, a la que lo hizo Tàpies, quien ganó entonces el León de Oro.

Tàpies y Brossa coincidieron, sobre todo, en dos cosas, su compromiso con la vanguardia y su compromiso con el catalanismo, que en su época fue, principalmente, una defensa de la lengua y la cultura catalanas. Entre 1963 y 1988 realizaron quince libros de artista, siendo el primero El pa a la barca (1963), además de colaborar en otros asuntos menores, como portadas de Tàpies para libros de Brossa. No recuerdo ahora todos aquellos trabajos, pero sí algunos de ellos, como Novel.la (1965), convertido en clásico desde su misma aparición. Este libro, publicado por la Sala Gaspar de Barcelona, es una suerte de radiografía de un personaje anónimo a través de numerosos documentos burocráticos sin completar, y que van del certificado de nacimiento al de pompas fúnebres, comentando así de forma poderosa la vida del hombre contemporáneo, inmerso y atrapado por la burocracia permanente de nuestras sociedades. Novel.la incluía 31 litografías de Tàpies, para quien la obra gráfica fue una aventura tan importante como constante, destacando sus trabajos finales con el grabador Joan Roma. Aún en los sesenta, ambos amigos colaborarían también en otro proyecto publicado por la Sala Gaspar, Fregoli (1969), dedicado al mago del mismo nombre. A los dos les sedujo de siempre el mundo de la prestidigitación y de la magia, sobre todo a Brossa, a quien también le atrajo el ingenio de los lenguajes publicitarios. Brossa es autor de numerosas piezas teatrales idiosincráticas que no se vieron hasta los setenta, aunque algunas fueron concebidas desde los cuarenta mucho antes que experimentos como los de Fluxus, pudiendo ser consideradas como precursoras del happening o la performance. Brossa escribió en total más de 300 piezas dramáticas, muchas de las cuales permanecen aún inéditas. En ellas suelen plantearse situaciones grotescas relacionadas con el teatro del absurdo. También escribió libretos para títeres, libretos de óperas y guiones cinematográficos de películas experimentales.

La mente de Brossa era analítica, incluso tratando temas que no lo fueran, algo que parece casi contradictorio en un poeta. No es de extrañar, dado su talante racional, que recurriera a la métrica tradicional, escribiendo odas, sonetos y sextinas, por ejemplo. Le interesaron la poesía pura de Mallarmé y la poesía visual, los Caligramas de Apollinaire. Había conocido a J. V. Foix, el gran poeta surrealista catalán en 1941, y otros de sus poemas están escritos en verso libre, adoptando formas nada retóricas, dibujando así el amplio abanico de sus intereses. Por otra parte, también fue importante su amistad con el poeta brasileño João Cabral de Melo, quien fue cónsul en Barcelona durante aquellos años, y que se manifestará en la objetivación, en su obra, deformas de compromiso político. Cabral de Melo prologará su libro Em va fer Joan Brossa (1951), una de sus colecciones de poemas mejor consideradas.

Otro de los libros más conocidos de Tàpies y Brossa es Ú no es nigú (1979), que a pesar de la fecha de su publicación reunió unos dibujos anteriores de Tàpies, fechados en 1950 y 1951, con poemas de Brossa. Ambos amigos se interesaron también por la filosofía y las religiones orientales. La obra de los dos se caracteriza por su aproximación a conceptos como la sorpresa, la sátira, el exabrupto o la irreverencia. Curiosamente, y a pesar de su voluntad radical, se convirtieron pronto en artistas oficiales, realizando ambos numerosos posters para causas diversas, además de proyectos de escultura pública. La obra plástica de Tàpies es más compleja que la obra también plástica de Brossa, añadiendo a lo analítico, lo ingenioso y sociopolítico, elementos expresivos o poéticos como el graffitti o la pincelada gestual, sugiriendo además poderosas facultades espirituales a la materia misma. Tàpies dialogó de igual a igual con otras corrientes artísticas de su tiempo, del Expresionismo Abstracto al Posminimalismo o los Neo-expresionismos de los ochenta.

Es probable que se necesitaran el uno al otro para replantearse y repensar, una y otra vez, sus prácticas artísticas.

 




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