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Ladakh
Francisco Alatorre
Ediciones La Rana,
Guanajuato, 2015.

Por Rocío Cerón
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No. 82 / Septiembre 2015


El Premio Efraín Huerta cuenta ya con una reconocida trayectoria, autores como Juan José Macías,
Luis Armenta Malpica o Luis Vicente de Aguinaga, lo han recibido. En la edición 2014 del premio, donde fuimos jurados Víctor Cabrera, Hernán Bravo Varela y yo, el autor ganador fue Francisco Alatorre con el libro Ladakh. Un volumen rico en imágenes, construido como un ejercicio de contrapesos entre lo ordinario del mundo y una mirada inquisitiva sobre la realidad. Alatorre, como un observador que lo atestigua todo, que colecciona recuerdos pedacería de memoria, recuerditos de feria y de viajes, en ese coleccionar entreteje la dimensión de lo residual como forma de enunciamiento del mundo, como quien urde lo banal y lo profundo. Así, el trazo de los poemas van desde bolsas de basura convertidas en las manos de unos niños de Katmandú en papalote que cruza los cielos, hasta enlistados de lo que se observa al caminar por una calle (como el poema sonoro del artista Felipe Ehrenberg, “Maneje con precaución”). El poeta va delineando un conjunto donde el cuerpo de lenguaje se encuentra imantado por lo cotidiano, lo nimio, lo insignificante en apariencia. 

En “Antes de que los turistas”, un claro ejemplo de la constitución poética en la que el autor se mueve, vemos claramente a los turistas que rondan Chernóbil con sus cámaras, lo mismo que al hombre que mira el Atlántico, a los monjes taoístas que inventaron la pólvora al estar buscando el elíxir de la juventud, o preguntas existenciales sobre la terrible o no terrible procedencia propia; imágenes que se suceden como si viajáramos en un instante por continentes distintos, como si las mismas fueran dispuestas ante nuestros ojos como un álbum al azar de Instagram. El autor termina en el humor, en la respuesta a lo que hay: nada importa, y todo importa sin embargo.

A través de sus secciones, “Piedra”, “Ventana rota”, “Abra”, “Baldío”, “Roppongi”, “Speak Memory”, “Voyager”, la mirada del poeta nos convoca a ir cambiando de posición en el tablero; hay que afinar la mirada por momentos, en otros hay que permitir la caída dentro de una sucesión de imágenes. En otras se alcanza una transparencia y exactitud en el decir, como en el poema “Cincel”, del cual citaré un fragmento: “Las palabras/ son pensamientos en una jaula de arena/ un insecto atrapado en un vaso/ un trozo de cristal/ desgarrando imperceptiblemente/ los labios de un niño moribundo/ geometría/ una ventana rota/ una imagen que se desvanece del charco/ al comienzo de una lluvia imprecisa y fría/ placer de neón para abatidos comerciantes de guerra”. Lo que se descifra es al propio testigo que se testifica en la mortandad, en la miseria y en la grandeza de la vida misma.

El que mira, cataloga, selecciona, edita de cierta manera lo visto/vivido/escuchado, traduce las percepciones en lenguaje, en poema. Colocaciones desde donde apuntar, como en un mapa mental donde lo relacional es lo que da sentido, articulación discursiva donde la metáfora del pájaro herido como un cuerpo dormido, en el poema, proyecta un haz sobre la propia mirada. “Como si nuestra verdad más simple/ tuviese algo de avispa/ de sudor manchando la almohada”, nos dice el autor. La colocación lleva a adentrarse en las capas o pliegues de un instante, imagen o sensación. En el poema “Baldío”, el autor entra en diversos niveles donde el vacío del terreno es la duda también de todo inicio, de toda ausencia, y convoca a la famosa pieza de John Cage, “4´33”, como una forma de hacerle saber al lector que todo vacío, todo baldío, ya contiene todas las formas posibles que podría contener, que podrían ser construidas en él, todas las voces que podrían transcurrir ahí; un hombre sale de entre la hierba con un escudo, la tapa del bote de basura. Si el lenguaje es el gran baldío contenedor de las formas es también una entidad voraz, un entidad viva, orgánica y jamás estable. Hacia el lenguaje, como hacia el baldío, no hay forma de evitarle. Entrar en él como a la guerra, parece decirnos Alatorre.

El autor ha viajado, y me refiero geográficamente no sólo imaginalmente. Es probable que ello le dé ante sí mismo una suficiencia donde lo mismo habla de una ciudad latinoamericana que de la guerra en un pequeño pueblo de Líbano. Poder cambiar de un lugar a otro del mundo con total desparpajo es reflejo también de la sociedad global en la que vivimos. Ladkah es un libro que se inscribe en una oda a lo fragmentario, a lo captado fotográficamente (es profundamente visual), a los vuelos transatlánticos baratos y a las ciudades que se abren ante los ojos, de las conexiones de amigos por las redes. Es, en sentido amplio, un átomo generacional, una apuesta poética donde lo mismo vemos la doble moral del tío Roberto (que es espejo de la sociedad mexicana) que un columpio oscilando en el centro de Tokio. Estar aquí, allá, en la otredad, en la extranjería, estar en el lenguaje como única forma verdadera de habitar.  

Retomo la idea de memoria, como los recuerdos que nos constituyen y a los que volvemos de tanto en tanto, a un buen poema se regresa si se adentra en las posibilidades del hallazgo: el fondo mismo donde las coordenadas de la geografía anímica, estética y espiritual han sido capturadas, abriendo un nuevo pasaje hacia el valor de la obra misma. En Ladakh, Alatorre nos conduce hacia un laberinto de memorias, esquirlas de recuerdos donde cada giro, cada vuelta, es un claro para percibir el estado de las cosas y sus encontradas, exactas, compartidas o antagónicas relaciones entre quien atestigua, el suceso y la realidad. Fabulación, fragmento apenas de un complejo juego —siempre desafiante— en donde lo que se descubre es una cierta forma de entender y rehacer el suceso que no es otro que la vida misma. Ladakh es un largo poema construido por fragmentos (cientos de trozos de un espejo, los hombres y su mundo, que nos muestran particularidades específicas en cada uno), resistencia y encuentro. El poema, parece entonces declarar el autor, como un faro de palabras para ahondar en la indescifrable realidad múltiple del mundo.
 

 

Leer poemas en sección Inéditos, Periódico de Poesía núm. 77