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Conversación
con los difuntos

Eliseo Diego
Conaculta/ DGE
Equilibrista, 2ª ed.,
México, 2013.

 
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No. 82 / Septiembre 2015


de Thomas Gray, «El epitafio»

Un joven yace aquí por la Fortuna
y la Fama olvidado con presteza.
No desdeño el Saber su pobre cuna,
y lo marcó por suyo la Tristeza.

Sincera el alma y más que generoso,
envióle el cielo un don como testigo:
dio al pobre cuanto tuvo, y fue un sollozo,
y Dios (no quiso más) le halló un amigo.

Ni sus faltas ni méritos pudiera
en lo profundo conmover tu voz:
tienen de abrigo en la terrible espera
el pecho de su Padre y de su Dios.



De Joseph Blanco White, «A la noche»

¡Extraña noche! Cuando el primer padre
tuvo de ti noticia, oyó tu nombre,
¿tembló quizás por la adorable forma,
la regia cúpula de luz y azul?
Mas bajo un velo de rocío translúcido,
entre los rayos del poniente en llamas,
Héspero con la hueste etérea vino,
¡y el hombre vio ensancharse la Creación!
¿Quién pudo imaginar tales tinieblas
allá en tus rayos, sol, o quién pensó,
mientras insectos y hojas se perfilan,
que a innumerables urbes nos cegaras?
¿A qué rehuir la muerte, pues, ansiosos?
Si engaña así la Luz, ¿qué hará la Vida?



de Edna St. Vincent Millay, «V»

Si por casualidad supiese yo
que ya te has ido y no vendrás jamás,
leyendo un diario, por decirlo así,
que lleva mi vecino en el subway;
como en la esquina de tal bulevar
y alguna calle (así los diarios son)
un hombre que al azar has sido tú
por un azar la muerte arrebató;
no sollozara —cómo hacerlo yo
en alta voz o en sitio así torcer
mis manos— sólo me pondría a mirar
las fugitivas luces del andén;
o alzar mis ojos con cuidado a ver
dónde almacenan pieles, peinan bien.
 
 

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