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Las flores del mal
Charles Baudelaire
Trad. de Manuel J.
Santayana
Vaso Roto,
Madrid, 2014.
 

 
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No. 82 / Septiembre 2015


Alquimia del dolor

Uno ilumina con su ardor,
¡el otro es tu sombra, Natura!
Lo que a uno dice: ¡Sepultura!
al otro es: ¡Vida y esplendor!

Hermes ignoto que me asistes
y a cada instante me intimidas,
tú, que me haces, como a Midas,
de entre los magos el más triste.

Por ti, en hierro transformo el oro,
mi edén es báratro en que moro;
en el sudario de las nubes

descubro un cadáver que lloro
y en las celestes altitudes
construyo grandes ataúdes.



Una que pasaba

La calle atronadora en torno a mí rugía.
Alta y fina, gran luto, pena majestuosa,
una mujer pasó, cuya mano fastuosa
el festón de su traje levantaba y mecía,

ágil y noble, alzando su pierna escultural.
Yo bebía, crispado en grotesca postura,
de sus ojos de cielo que el huracán augura
el dolor que fascina y el deleite fatal.

Un fulgor… ¡y la noche! Fugitiva beldad,
Cuyo mirar me ha hecho nacer una vez más,
¿no te veré ya nunca, sino en la Eternidad?

¡Lejos de aquí! ¡Muy tarde! ¡Quién sabe si jamás!
Pues tú ignoras mi rumbo, yo no sé adónde irías,
¡tú, a quien yo hubiera amado, oh tú, que lo sabías!



El esqueleto labrador

I

En grabados de anatomía
que exhiben muelles polvorientos
en que duermen libros mugrientos
cual una momia dormiría,

dibujos de la seriedad
de un viejo artífice reviste,
aunque el tema sea tan triste,
de su Belleza y su verdad,

se ve, tornando más completos
tan enigmáticos horrores,
cavar como los labradores
a Desollados y Esqueletos.

II

De esos terrenos socavados,
rústicos fúnebres, pacientes,
por vuestras vértebras crujientes
o por músculos descarnados,

decídmelo: ¿qué extraña mies,
desenterrados jornaleros,
lográis, y de cuáles granjeros
el silo llenareis después?

¿Queréis (de un destino asaz duro
espantable y palmario emblema)
mostrar que en la morada extrema
el sueño ansiado no es seguro?

¿Qué aun la Nada al fin nos traiciona;
que hasta la Muerte misma miente,
y que ¡ay! sempiternamente
querrá el hado que nos encona

que en un país ignoto y rudo
destripemos el suelo airado
metiendo el azadón pesado
bajo el sangrante pie desnudo?



Las quejas de un Ícaro

El amante de las rameras
está feliz, listo y saciado,
pero mis brazos se han quebrado
de abrazar nubes pasajeras.

Debo a las estrellas sin par
que en la altura dan esplendores
estar ciego y solo evocar
de soles muertos los fulgores.

Del espacio en vano he querido
llegar al fondo, y no me allego:
bajo un oculto ojo de fuego
siento que el ala se ha partido.

Y ardiendo en amor de lo pulcro
—honor sublime— ni aun yo mismo
nombre podré dar al abismo
que ha de servirme de sepulcro.
 
 
 

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