No. 82 / Septiembre 2015 |
Alquimia del dolor Uno ilumina con su ardor, ¡el otro es tu sombra, Natura! Lo que a uno dice: ¡Sepultura! al otro es: ¡Vida y esplendor! Hermes ignoto que me asistes y a cada instante me intimidas, tú, que me haces, como a Midas, de entre los magos el más triste. Por ti, en hierro transformo el oro, mi edén es báratro en que moro; en el sudario de las nubes descubro un cadáver que lloro y en las celestes altitudes construyo grandes ataúdes. Una que pasaba La calle atronadora en torno a mí rugía. Alta y fina, gran luto, pena majestuosa, una mujer pasó, cuya mano fastuosa el festón de su traje levantaba y mecía, ágil y noble, alzando su pierna escultural. Yo bebía, crispado en grotesca postura, de sus ojos de cielo que el huracán augura el dolor que fascina y el deleite fatal. Un fulgor… ¡y la noche! Fugitiva beldad, Cuyo mirar me ha hecho nacer una vez más, ¿no te veré ya nunca, sino en la Eternidad? ¡Lejos de aquí! ¡Muy tarde! ¡Quién sabe si jamás! Pues tú ignoras mi rumbo, yo no sé adónde irías, ¡tú, a quien yo hubiera amado, oh tú, que lo sabías! El esqueleto labrador I En grabados de anatomía que exhiben muelles polvorientos en que duermen libros mugrientos cual una momia dormiría, dibujos de la seriedad de un viejo artífice reviste, aunque el tema sea tan triste, de su Belleza y su verdad, se ve, tornando más completos tan enigmáticos horrores, cavar como los labradores a Desollados y Esqueletos. II De esos terrenos socavados, rústicos fúnebres, pacientes, por vuestras vértebras crujientes o por músculos descarnados, decídmelo: ¿qué extraña mies, desenterrados jornaleros, lográis, y de cuáles granjeros el silo llenareis después? ¿Queréis (de un destino asaz duro espantable y palmario emblema) mostrar que en la morada extrema el sueño ansiado no es seguro? ¿Qué aun la Nada al fin nos traiciona; que hasta la Muerte misma miente, y que ¡ay! sempiternamente querrá el hado que nos encona que en un país ignoto y rudo destripemos el suelo airado metiendo el azadón pesado bajo el sangrante pie desnudo? Las quejas de un Ícaro El amante de las rameras está feliz, listo y saciado, pero mis brazos se han quebrado de abrazar nubes pasajeras. Debo a las estrellas sin par que en la altura dan esplendores estar ciego y solo evocar de soles muertos los fulgores. Del espacio en vano he querido llegar al fondo, y no me allego: bajo un oculto ojo de fuego siento que el ala se ha partido. Y ardiendo en amor de lo pulcro —honor sublime— ni aun yo mismo nombre podré dar al abismo que ha de servirme de sepulcro. |
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