No. 82 / Septiembre 2015 |
Poéticas de la negatividad:
Ángel Ortuño |
Ana Franco Ortuño …la borradura de su eficacia… Selecciono tres palabras para hablar de Ángel Ortuño; de su escritura, que en este caso incluye seis de sus libros, (Boa, Minoica, Mecanismos discretos, Aleta dorsal, Perlesía y 1331): negatividad, borradura y eficacia. Habría que hacer la justificación del título de esta columna pero la haremos conforme avanza. Sitúo a Ortuño en posición de negatividad en el desarrollo poético de México de los últimos veinte años. La ‘negatividad’ como concepto me interesa porque se trata de posiciones posibles, no únicamente de un opuesto con respecto al logos, al sistema, al PRI o al PAN, al género, a los gringos, etc. La negatividad considera, por ejemplo, terceras posiciones o (se) reconoce como parte del defecto del discurso predominante y lo usa, lo burla. Sabe que éste es insuficiente y que su poder es hueco. Ortuño declara que “sonríe chueco” o que no entiende nada de un mundo que es ‘normal’ para los demás. Para Ángel, posiblemente un vestido de novia sea una botarga o al revés (aquí interpreto). Esta inversión de lo social inmediato lo entretiene y con ello hace poemas. Poemas-maquinita. Pequeñas narrativas de precisión que funcionan en contra del sitio del que fueron tomadas: relojes inversos. Importa el fragmento que se aleja de su origen (con origen no me refiero a Darwin sino al recorte del periódico del día), y lo redirecciona. El autor organiza una colección de anécdotas y dialoga con sus personajes. Los personajes pierden. Y Ortuño no es un dios malvado, es un bibliotecario-tejedor que aprovecha su tiempo para espulgar el mundo, (re)crea y se ríe. El verso conserva la música y el ritmo: “ me caí de la cama/ pero fue en una crisis”, y tensa una breve horizontalidad lapidaria: “La respuesta es el cliente”. Articula por intercambio. El poeta es un hombre común que pertenece a lo que se opone: el deber ser, los valores tradicionales, el consumo, la inmediatez, la lectura del mundo, los discursos presupuestos, la televisión, la simulación, la economía. Los usa, los modifica. Reconoce el defecto y lo activa. Sus motivos son evidentemente irónicos pero no hay rastro de nostalgia (agradezco este desinterés). La nostalgia es negación, no negatividad; la negatividad es una toma de posición, una política y una lógica fundamentada en lenguaje poético. A Ortuño no le preocupan las cuotas, dice lo que le viene en gana (agradezco este interés). Tampoco hay queja, agonía o renuncia, ello sería ontologizar demasiado y hablamos de uno de los pocos poetas en este país que logra no tomarse en serio la poesía. El peso (ligereza o densidad) se basa en el recurso de lo cotidiano: el noticiero y la vecina. Importan las cosas y la situación de las cosas: el sombrero, los guantes, las muñecas; su puesta en escena. Interesan los lugares siempre y cuando suministren el anecdotario: el circo es un espejo. A modo de posdata, puedo considerar su perfil de Facebook como parte de la obra; en el híbrido que puede organizarse en un perfil hay también una forma de libro que suma recursos gráficos, el diálogo con los lectores y con el verso impreso —diálogo impensable en otro medio. Lo que Ángel Ortuño comparte y comenta —cosas sobre rock, foto, parodia, referencias literarias, cine, crítica, indignación, poemas que le gustan y un largo etcétera—, se integra a la lectura de sus poemas (incluso, los acota, o de nuevo, al revés), originando una presencia. Si 'el sistema' (lo que éste sea) se encarga de generar cortinas de humo, Ortuño tiene la paciencia de mirarlas y de encontrar formas en sus circunvoluciones, formas que luego materializa, fragmenta y anota con otra vuelta de tuerca que mantiene en el mostrador. No dogmatiza. Borradura del contexto original, el poema deja suficientes huecos como para remitir al aparente equívoco, sugiere o estornuda. Así pues, la suya es una escritura que requiere de un lector informado y abierto que comparta la capacidad de reír. ¿La eficacia?, está en los libros (que me prestó Víctor Cabrera). If I only had a heart El Hombre de Hojalata se detiene. Frente a él, a unos metros, descalza y en cuclillas: collar de corazones y falda de serpientes —una mano en el cielo, cada nube es un cráneo y todas son un ábaco— El camino, por fin, es amarillo. (en Perlesía, 2012) Soles de grosella burbujeantes, en la garganta el Salve cuatro pisos abajo. Canción de la cornisa. Concede, horrible diosa blanca, tus vértebras torcidas, oriflama, a estas líneas. Los faros de automóvil y la anciana en su silla de ruedas, el obsesivo cielo de las cosas. Cinco que tragan La primera parece disfrutarlo. La última de ellas está al-borde-del vómito (sigue las instrucciones). Una sexta, después, (¿cinco que tragan?) se inclina sobre un plato mientras lame algún líquido espeso. Dura siete minutos y te lo regalaron. (En Aleta dorsal, antología falsa (1994-2003)) El cetro electrón En la nada no hay moscas Cardoza y Aragón Así como el comercio o venta de indios de las naciones bárbaras, Ella era famosa. Instrumento de muerte aunque las sombras sean el ingenioso resultado de recortar cartón. Y sus gemidos hagan un mercado de esclavos. (En Minoica, 2008) El fin de los animales Sería incapaz de matar a una mosca. A ésta, sobre todo amarrada a unos círculos cada vez más deformes sobre un perro partido. no muy limpiamente. Las malas acciones En forma de animal o de mujer impúdica, es el diablo: sus manos de muñeca mordida por un cerdo, las pezuñas que asoman apenas un quirúrgico instante, las lindas zapatillas de cristal. Por supuesto, no existe. Pero el Infierno sí. (En Boa, 2009) |