John Donne

No. 83 / Octubre 2015


 Mesa de Traducciones núm. 83:
John Donne
Jean Portante
William B. Yeats
Fabio Scotto

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John Donne
(1572-1631)

Valediction: Forbidding Mourning

As virtuous men passe mildly away,
           And whisper to their soules, to goe,
Whilst some of their sad friends doe say,
           The breath goes now, and some say, no:

So let us melt, and make no noise,
           No teare-floods, nor sigh-tempests move,
T’were prophanation of our joyes
           To tell the layetie our love.

Moving of th’earth brings harmes and feares,
           Men reckon what it did and meant,
But trepidation of the spheares,
           Though greater farre, is innocent.

Dull sublunary lovers love
           (Whose soule is sense) cannot admit
Absence, because it doth remove
           Those things which elemented it.

But we by a love, so much refin’d.
           That our selves know not what it is,
Inter-assured of the mind,
           Care lesse, eyes, lips, and hands to misse.

Our two soules therefore, which are one,
           Though I must goe, endure not yet
A breach, but an expansion,
           Like gold to ayery thinnesse beate.

If they be two, they are two so
           As stiffe twin compasses are two,
Thy soule the fixt foot, makes no show
           To move, but doth, if the’other doe.

And though it in the center sit,
           Yet when the other far doth rome,
It leanes, and hearkens after it,
           And growes erect, as that comes home.

Such wilt thou be to mee, who must
           Like th’other foot, obliquely runne;
Thy firmnes drawes my circle just,
           And makes me end, where I begunne.




Una despedida: prohibiendo el duelo
(Traducción de Irene Artigas Albarelli)

Como hombres virtuosos que se van tranquilos
y a sus almas susurran al pasar,
al tiempo que dicen sus tristes amigos
que el aliento tan solo se va;

fundámonos así, sin ruido alguno,
sin inundar con lágrimas, sin tempestad:
no profanemos el deleite agudo
y evitemos nuestro amor contar.

Daños, miedos, nacen al temblar la tierra,
cuando se calculan sentidos y hechos;
mas la perturbación de las esferas,
aunque mayor, ajena es al provecho.

El torpe amor de amantes sublunares
(de almas sensoriales) solo entiende
la ausencia porque ella le remueve
el mismo elemento que la contiene.

Nosotros, con un amor tan refinado,
y del cual nada comprendemos,
por no añorar ojos, labios, ni manos,
al entendimiento convencemos.

Así que nuestras almas, que son una,
aunque yo no esté, se han de enfrentar
a una expansión (y no a grieta alguna),
con resistencia, como oro al martillar.

Si son dos, son dos al igual
que las rígidas puntas de un compás:
tu alma, el pie fijo que inmóvil está
y se ladea en respuesta a su par.

Aunque quieto en el centro se encuentra,
cuando el otro pie lejos deambula,
detrás de él se inclina y lo escucha,
y se endereza cuando da la vuelta.

Así serás para mí y, como deber asumo,
hacia el otro pie correr oblicuo;
tu firmeza da forma a mi círculo
y termino en el inicio justo.




Una despedida: prohibiendo el luto
(Traducción de Juan Carlos Calvillo)

Como en calma el virtuoso a la muerte se entrega
    y a su espíritu invita a marcharse en voz baja;
cuando, triste, un amigo a aceptarlo se niega
    y algún otro descubre que su aliento ya viaja,

que sea así, en silencio, que los dos nos fundamos,
    sin torrente de llanto o vendaval de lamentos,
pues con legos fervores el placer profanamos
    de contar nuestro amor frente a todos los vientos.

Cuando tiembla la tierra cunde el miedo y la ruina,
    y los hombres valoran si hubo daño o perjuicio;
mas si oscila la esfera celestial cristalina,
    aunque incluso mayor, inocente es su oficio.

Sublunar y sin brillo, el amor del amante
    (cuya vida es sentido) no se admite la ausencia,
pues la falta le quita el provecho constante
    de las cosas aquellas que conforman su esencia.

El amor que sentimos, refinado a tal punto
    que nosotros tampoco lo entendemos de lleno,
lo tenemos en mente tan seguro y tan junto
    que por ojos y labios no hay ni angustia ni treno.

Nuestras almas, por tanto, que son una y la misma,
    quedan siempre enlazadas aunque tenga que irme;
luego así, se someten a expansión y no cisma,
    como el oro adelgaza con batido muy firme.

De ser dos, lo son sólo como dos son las piernas
    de un severo compás; el punzón, como tu alma,
queda fijo y no prueba direcciones alternas
    a no ser que se mueva asimismo el que empalma.

Y aunque aquel permanezca afianzado en el centro
    mientras ronda la mina periferias distantes,
aun la pierna se inclina, y esperando el encuentro,
    de inmediato se yergue cuando vuelve como antes.

De este modo será para el mío tu brazo,
    ya que emprendo, cual mina, una oblicua salida;
tu firmeza hace justo el contorno que trazo
    y al final me regresa al lugar de partida.




Despedida, donde se prohíbe el duelo
(Traducción de Emiliano Gutiérrez Popoca)

Tal como mueren los hombres virtuosos,
que en un suspiro al alma dicen adiós,
y sus amigos dicen tristes a otros   
—su aliento se apaga —y otros dicen —no,

así hay que desvanecernos, en silencio,
sin suspirar tormentas, sin llorar mares.
¡Qué profanación sería si los legos
de un amor tan sagrado se enterasen!

Si la tierra se mueve causa terror,
los hombres la sienten temblar y temen,
pero las esferas en su trepidación,
aunque más vasta, son inocentes.

Los frágiles amantes sublunares
(que sólo saben amar con los sentidos)
se deshacen con la ausencia, porque abate
los elementos que los han entretejido.

En cambio, nuestro amor, tan refinado
que ni siquiera a nombrarlo alcanzamos,
nuestras mentes tanto ha entrelazado
que no extrañan labios, ni ojos, ni manos.

Así, nuestras dos almas, que son una,
aunque deba partir, no admiten brecha
sino expansión, como una áurea lámina
tañida hasta la delgadez aérea.

Si son dos, son como los pies gemelos
de un compás, donde tu alma es el pie fijo
que inamovible se mantiene a menos
que inicie el otro pie su recorrido;

y aunque permanezca firme en el centro,
cuando el otro se aleja en su jornada,
se inclina hacia aquél para atenderlo
y se yergue cuando regresa a casa.

Tal cual eres para mí, cuando viajo,
como el otro pie, en oblicua carrera;
tu firmeza da a mi círculo buen trazo   
y lo hace terminar donde comienza.




Adiós: prohibiendo el duelo
(Traducción de José Luis Rivas)

Tal como el justo al despedirse
con un dulce susurro el alma exhala,
mientras sus afligidos compañeros
ignoran si le falta, o no, el aliento,

así también, sin ruido, disolvámonos;
sin torrentes de llanto, sin racha de suspiros;
revelar nuestro amor a los profanos
sería un sacrilegio a nuestro gozo.

Los temblores de tierra traen daños y miedos,
los hombres consideran sus causas y su sentido,
mas la trepidación de las esferas,
con ser mayor en mucho, no acarrea desastres.

El amor de los lánguidos
amantes sublunares, hijo de los sentidos,
no consiente la ausencia, porque escinde
los ingredientes que le dan forma.

Pero a nosotros, dueños de un amor tan sutil
que ignoramos qué sea, infusa el alma de una
en la del otro, apenas nos desvela
la pérdida de ojos, manos, labios…

Son, pues, nuestras dos almas una sola,
y aunque deba marcharme, no conocen fisura,
sino cierta expansión, como le ocurre al oro
cuando se bate al punto de áurea sutileza.

Y si son dos, lo son a la manera
de los brazos gemelos de un compás bien abierto:
tu alma (el brazo fijo) no parece moverse
pero lo hace si el otro también lo hace.

Y aunque en el centro quede,
aún así, cuando el otro vaga lejos,
se inclina, y recomienza
y se yergue una vez que alcanza el vital centro.

Así has de ser tú para mí, que necesito
moverme oblicuamente igual que el otro brazo,
tu firmeza a mi círculo hará perfecto
haciendo que termine donde empecé.