No. 84 / Noviembre 2015


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Fito Páez es un idiota



por Jorge Fondebrider

 

No me cabe ninguna duda de que Fito Páez (Rosario, Argentina, 1963) es un idiota. Y no lo digo por motivos políticos, aunque les recuerdo a los lectores mexicanos que en 2011, cuando perdió por 19 puntos el candidato al que Páez apoyaba para jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, escribió en la contratapa del diario Página 12: “Da asco la mitad de Buenos Aires”, lo cual, convengamos, no es la forma adecuada de granjearse simpatías. Tampoco lo digo por su manera deliberadamente desmañada de ser en el mundo, fruto tal vez de una idea equivocada del rock and roll, ni por su labor como guionista y director de sus propias películas que, al fin y al cabo, nadie ve. Y ni siquiera por sus 22 desparejos álbumes de estudio (con los grabados en vivo, en los que sin protools y
otros afeites, la música va por un lado y la voz por otro, me cuesta más ser justo).

Fito Páez es un idiota porque, como muchos otros músicos de los últimos años, cree que basta un slogan para que una canción funcione. Me explico: en “El amor después del amor”, de 1992, repite hasta el hartazgo: “Nadie puede y nadie debe vivir sin amor”, frase equiparable a “We are the World” o “Hands over América”, pero en castellano. Es todo, porque si nos pusiéramos a leer la letra completa (y no veo por qué habría que hacerlo existiendo Celedonio Flores, Homero Manzi, Violeta Parra o Manuel J. Castilla) nos encontraríamos con una estrofa como la primera: “El amor después del amor, tal vez,/ se parezca a este rayo de sol/ y ahora que busqué/ y ahora que encontré/ el perfume que lleva al dolor/ en la esencia de las almas/ en la ausencia del dolor/ ahora sé que ya no/ puedo vivir sin tu amor”. No hace falta recurrir a Métrica española o Arte del verso, de Tomás Navarro Tomás, para advertir lo ripioso de la rima, para no hablar de la estructura. Y esa carencia de recursos se repite hasta la saciedad en otras canciones con mayores posibilidades de interpretación, como es el caso de “Un vestido y un amor”, versionada por Caetano Veloso, entre otros, donde padecemos el sonsonete de las í agudas: “Te vi... fumabas unos chinos en Madrid/ Hay cosas que te ayudan a vivir/ no hacías otra cosa que escribir / Y yo simplemente te vi”. Vale decir, la idea de descubrir entre la gente a la persona que uno va a amar inmediatamente, si bien poco original, sigue rindiendo; pero que esto ocurra todo el tiempo en “í” termina siendo una vacuna contra el hipotético coito. Y aparentemente, aunque Fito Páez tome clases sobre Michel Foucault o lea a Charles Bukowsky, ninguno de sus sesudos informantes parece capaz de decirle: “Pibe, ¿y si te tomaras el trabajo de leer un poco algo más que malas traducciones, para así rimar mejor?”

¿Por qué tanto lío si el problema de Fito Páez bien podría ser el de la mayoría de los músicos de rock en castellano? Justamente, porque, a diferencia de otros, no hay más remedio que reconocerle un cierto talento como compositor de la música de sus canciones. No así de sus letras, siempre al borde de la indigencia. Sin embargo, hay más.

Ya nos hemos ocupado en esta columna de la impronta dejada por Luis Alberto Spinetta en el rock argentino, a partir del particularísimo fraseo con que dotó a una música que, en principio, no había nacido para ser cantada en castellano. Y ya vimos cómo, talento mediante, Spinetta había logrado desplazar los acentos –recurso común tanto en la música como en la poesía– para crear otra ilusión sonora. Fito Páez, al menos en eso, es uno de sus mayores discípulos, solo que, como decimos en estas pampas, se pasó de rosca; vale decir, fue todavía más allá e hizo de la dicción, casi perfecta en Spinetta, una suerte de resfrío permanente con mocos y todo. Se acumulan entonces letras bastante malas, deformadas por la forma de cantar. No es todo: si a eso le agregamos la desafinación, Fito Páez logra el increíble milagro de hacer que, por comparación, The Ramones tengan matices. Y convengamos que no es tarea fácil.

Vuelvo entonces al principio: Fito Páez es un idiota porque a fuerza de escribir y cantar mal ha hecho de sí mismo una caricatura de músico de rock, minando sistemáticamente la porción de talento que le tocó en suerte. Es su vida y con ella puede hacer lo que quiera. Pero, por favor, que no nos la inflija a nosotros.

 


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