No. 85 / Diciembre 2015 - Enero 2016


Dolores Castro: los hilos luminosos

Fotografía y texto de Celeste Alba Iris


 

 Leer poemas de Dolores Castro...

 

 

especial_dolores_01.jpgLa poeta mexicana Dolores Castro Varela recibió el pasado 22 de octubre 2015, el título de Doctora Honoris Causa, otorgado por el Colegio de Chihuahua con sede en Ciudad Juárez.

“No es a mí, es a la poesía” agradeció, al serle entregado el reconocimiento de manos del Doctor Samuel Schmidt Nedvedovich, director de la institución.

Su “luminosa juventud” de noventa y dos años no puede ser sino inspiradora.

Plena y vital, Lolita no se perdió una sola de las actividades programadas durante tres días. Lo mismo asistió al acto solemne, las lecturas de poemas, y las mesas de crítica; que cantó con mariachi e hizo paseo por la ciudad. Compartió con el público, con jóvenes, con escritores emergentes o con trayectoria, la mayoría de los cuales atravesaron el país o sus fronteras para celebrar a su lado.

El evento se enmarcó con la presencia de más de cincuenta participantes al Encuentro Internacional de Poetas de Ciudad Juárez, coordinado por la Doctora Carmen Amato, como parte de los festejos del décimo aniversario del Colegio de Chihuahua.

Liga del evento: https://www.youtube.com/watch?v=oKON497qW1M
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Escribir como mujer es un hecho lleno de consecuencias
Nicole Brossard

 

El pre-texto del poeta es la vida

  • Morenita pero con los ojos vivos, nace en Aguascalientes en 1923.
  • Circunstancias aparte, la raigambre está en Zacatecas.
  • Aquella ciudad devastada, ruinas manifiestas que colapsan ante el patio de la abuela con los naranjos en flor, las milpas altas, la profundidad amenazante de los azules en el cielo.
  • La vida es totalmente fugaz es una de sus primeras impresiones.
  • A los nueve la palabra recién inaugurada, la nueva estancia en la Ciudad de México.
  • Primera elección literaria: mejor el verso irónico que el cursi.
  • Su padre dice sobre sus estudios de literatura en la UNAM: “eso le llevará a hacer solo tonterías pero, después de todo, aún no ha hecho tantas.”
  • La primera separata que publica la Revista América fue Corazón transfigurado. Su primer libro.
  • Aborda el océano para desembarcar en Europa y estudiar un posgrado en Estilística e Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid.
  • Regresa a América vía Nueva York. De ahí a Monterrey en Greyhound, y luego más carretera hasta llegar a casa. Así cierra el viaje redondo.
  • Que hay que sacrificarlo todo a la vocación, defiende Rosario Castellanos, pero para Dolores Castro lo otro que también es la vida resulta igual de importante.
  • Contrae matrimonio. Al tiempo se convierte en madre de siete hijos.
  • “Cada uno su lengua, todos en una llama”: Lema que dedica al grupo Ocho poetas mexicanos* al que pertenece.
  • Fundadora de Radio UNAM, Jefa de redacción de la revista Barcos de Papel, co-conductora del programa Poetas de México, en el Canal 11.
  • Publica su única novela: La ciudad y el viento (1962).
  • Mantiene distancia de los círculos intelectuales.
  • Viuda que trabaja hasta 14 horas diarias.
  • Maestra durante 50 años de la Universidad Iberoamericana, la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, la Escuela de Escritores de SOGEM y el INBA.
  • Premio Nacional de Poesía Sor Juan Inés de la Cruz, Mazatlán; Nezahualcóyotl III, junto a José Emilio Pacheco; Ciencias y Artes 2014, en el campo de Lingüística y Literatura, distinción que comparte ese mismo año con Eraclio Zepeda; Premio Iberoamericano de poesía Ramón López Velarde 2013.
  • Abuela de 13 nietos y cinco bisnietos.
  • Admite disfrutar el silencio impuesto por la sordera de la edad porque le permite un encuentro más íntimo con la nostalgia.
  • Residente del mismo hogar desde hace más de 60 años.
  • Extraña la presencia amorosa de su esposo, Javier Peñalosa.
  • Y afirma: “La poesía es indispensable, es revelación”.

 

 

especial_dolores_02.jpgReflejar el torrente del mundo

Que fue un nudo de sensibilidad, un atado de preguntas varias y respuestas sordas. Que al tiempo, aquel enredo de apariencia laberíntica fue deshaciéndose en múltiples fibras, nervios sin dobleces, filamentos que son ahora la urdimbre de su voz.   

Pero nos falta mucho que decir en el terreno de la literatura, afirma Dolores Castro, en la conciencia de que la expresión femenina recurrió a lenguajes no articulados como el llanto, la sonrisa o el silencio, para manifestarse. La mujer, tradicionalmente enmudecida, reconoce en la escritura un camino alternativo para hacer acto de presencia.

Simone de Beauvoir no solo difumina con su obra los márgenes de los géneros literarios sino además apunta a desdibujar otra categoría taxonómica, la de masculino y femenino, no desde el punto de vista biológico sino social, desde donde valores y conductas limitaban claramente la expresión a través de arquetipos de género. Esta práctica se fue fortaleciendo progresivamente con la suma creciente de textos escritos por mujeres, quienes, a través de su actividad, debilitaron los bordes de contención preestablecidos.

La poesía es un dintel, revela Dolores Castro. Sus poemas son puertas, ventanas, que como umbrales posibles se nos abren y nos convocan a la contemplación. Desde los latidos de su Corazón transfigurado (1949) hay que dejarse fluir, correr en el cauce prominente de sus palabras en cascada, que germinan frescas, o bien navegar las aguas templadas de sus poemas posteriores, que enmarcan los hallazgos de sus facetas vitales.

¿Qué paisajes dan textura a su voz? ¿Qué ruinas de batallas aún humeantes le improntan? ¿Cuántas millas de azul marino o de polvos áridos guarda la mirada? ¿De qué raíz se sostiene la fronda en sus renglones?

La confrontación de los espacios interiorizados se manifiesta como una constante de la memoria. Al escribir, “Largo y frío es el sueño de la piedra/ nada guardó del esplendor del fuego/ su gris naturaleza”, deja entrever los solares de Zacatecas, aprehendidos en su infancia. Luego colocará en otros poemas el descubrimiento de nuevos territorios, como, por ejemplo, el de Chiapas, “Aquí voy en el río/ desconocida, larga./ Y cabeceo con el viento”.

Un período distinto comienza a irradiar a partir de Soles (1977), expandiéndose inclusive hasta Qué es lo vivido (1980). Castro es una poeta huésped del dolor que la nombra, se anida en él y, sin embargo, no en el desconsuelo. Sus versos son una exhalación de alivio que deja escoriada la garganta. Resoluciones a cristales empañados, a bisagras chirriantes.

    ¿Y qué quieres?
    Éste no habla. Éste
    es de esos desgraciados
    que se traga el miedo
    de un bocado.

La autora también cuestiona la actitud de los intelectuales que mantienen volcada la mirada de manera introspectiva, descontextualizando del mundo lo que sueñan o imaginan, eso a lo que ella reclama, se tiene la responsabilidad de ser fiel.

Para las escritoras nacidas en América Latina a inicio de los años veinte, estaba escrito que las letras en sus manos no debían ser distintas del modelo deseable para su comportamiento: bondadosas, castas, bonitas, prudentes, educadas… Alfonsina Storni, por ejemplo, luego de la publicación en 1934 de Mascarilla y trébol, el último de sus libros, parece aún temerosa de que las transgresiones implícitas en su experimentación literaria, no fueran comprendidas por los lectores que, en cambio, habían aceptado ya la entrada a las vanguardias de otros autores como Oliverio Girondo o Jorge Luis Borges. La poeta siente la necesidad de justificarse diciendo: “En los últimos años, cambios psíquicos fundamentales han operado en mí: en ellos hay que buscar la clave de esta relativamente nueva dirección lírica y no en corrientes externas, arrastradoras de mi personalidad verdadera…”

Dolores Castro no es ajena a este desafío, resguarda el equilibrio, busca que sus versos no sean despectivamente femeninos ni feministas, empero sí lleven el sello de la vida de una mujer. Desde su posición, ella deshilvana costuras, refuerza con entretelas y, sin nombrarlo, hace sobrehilado a la reivindicación de las poetas.

El canon literario es un concepto dinámico, se remodela a través de la mirada de nuevas teorías, posturas ideológicas y artísticas; los procesos de integración de autores tienen que ver con el paradigma de un tiempo y espacio determinados, además del complejo de negociaciones presentes en el campo cultural.

Las letras mexicanas comienzan a transformarse con la influencia de la teoría de género que postula, a partir de los años setenta, la validación de la literatura escrita por mujeres. En el entramado de la poesía, la presencia discreta y definitiva de Dolores Castro se consolida.

Su obra muestra entraña y valor; en la última década del siglo XX, la autora publica cuatro distintos poemarios: Las palabras y Fluir (1990), Poemas inéditos (1990), No es el amor el vuelo (1995), Tornasol (1997) y Fugitivo paisaje (1998). Para entonces, un estilo depurado en sencillez, concreción y brevedad, queda manifiesto.

Dolores Castro, mujer de fidelidades: hija de familia, estudiante, amiga, esposa, madre, confiere ahora a la poeta, el abordaje a un discurso auto-referencial. Sus versos penetran el propio quehacer, las exploraciones que la voz alcanza; al tiempo que se sostiene en su actitud contemplativa, las evocaciones de los paisajes transcurridos y esa permanente fe que sacia la propia sed de lo sagrado.

“Una necesidad de entender al mundo y de entenderme”, declara. Por eso, su persistencia creadora, su faena constante. El ejercicio de fecundidad se transfigura en nuevos ejemplares poéticos, Oleajes (2003), Íntimos huéspedes (2004) y Asombra luz, que permaneció inédito hasta su publicación en Viento Quebrado (2010), su libro de poesía reunida que es la vuelta al origen, la geografía andada, el inventario de la nostalgia.

La obra de Dolores Castro se construye tomándose el tiempo en serio, sí, pero sin bullirse. En el telar donde coloca las palabras, ella teje los hilos donde se extiende la vida.

 

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*El grupo Ocho poetas Mexicanos se integró por Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo, Rosario Castellanos, Efrén Hernández, Honorato Ignacio Magaloni, Octavio Novaro y Javier Peñalosa. Se les reconoció así debido a la antología de Alfonso Méndez Plancarte que reunió sus obras con ese nombre.