No. 85 / Diciembre 2015 - Enero 2016


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Para terminar, la admirable June Tabor



por Jorge Fondebrider

 

june_tabor_oysterband_love_will_tear_us_apart.jpg“Las palabras siempre están primero. Porque, por lo general, si las palabras le hablan a una de algún modo, entonces usualmente –y conste que digo usualmente– se puede hacer algo con la canción. Por desgracia, no siempre funciona así. Una canción tal vez pueda hacerme pensar, hacerme reír, hacerme llorar, pero, por encima de todo, creo, está el poder de la imagen visual. Nuevamente, y esto no es exclusivo, eso creará en mi cabeza una imagen cinematográfica. Y las mejores canciones, usualmente –nuevamente: no el 100 % de las veces– son aquellas en las que se produce la mayor economía de lenguaje. No necesariamente cuentan toda la historia. Dejan algo para tu imaginación y para la imaginación del oyente. Y, por lo general, uno descubre esas cosas después. Una se entusiasma: ‘Dios, qué gran canción’, y si una se preocupa por investigar por qué es una gran canción, o por qué una quiere cantarla, entonces preferentemente varias de esas cosas se nos harán presentes en el análisis que hagamos, pero eso, como dije, sucede después. Antes simplemente es: ‘Quiero cantar eso’.”

Esto es lo que le respondió la admirable June Tabor (31 de diciembre de 1947, Warwick, Inglaterra) al periodista irlandés David Burke, quien la entrevistó largamente para Singing Out. A Folk Narrative of Maddy Prior, June Tabor & Linda Thompson (Londres, Soundcheck Books, 2015), un muy interesante libro sobre tres de las mejores cantantes folklóricas inglesas de las últimas décadas. Cada una de ellas, junto con Sandy Denny (1947-1978) y Jacqui McShee (1943), integra un módico panteón, precedido por otro en el que destacan las escocesas Belle Stewart (1904-1997) e Isla Cameron (1930-1980), las inglesas Shirley Collins (1935), Norma Waterson (1938), Frankie Armstrong (1941), Lal Waterson (1943-1998) y Anne Briggs (1944). La influencia de esta última, protegida al principio de su breve carrera por el folklorista A. L. Lloyd (cfr. Periódico de Poesía, columna Música y Poesía, nº 26) resultó claramente determinante para Tabor, quien recuerda: “Mi hermana me llevó a una disquería de Londres. Me compró un tocadiscos portátil y me dijo que eligiera un disco. Así que me puse a ver en la sección de folk y descubrí uno. Me pareció interesante. Me lo llevé a casa y pensé: ‘Guau, qué manera de cantar. La voz se empleaba de una manera muy particular que no necesitaba acompañamiento. Lo escuché ad nauseam y lo grabé en mi cerebro. Después volví a escucharlo deconstruyéndolo, y traté de reproducirlo nota por nota, muy despacio. ¡Volví loca a mi madre! Me senté en el baño por aproximadamente un mes. Había un buen eco ahí. Una podía oír lo que hacía. Pero daba un poco de frío”. El disco en cuestión era un EP de 1964: The Hazards of Love, de Anne Briggs, acaso uno de los discos más influyentes para los folkloristas de la generación de Tabor. 

Para 1966, cuando el espíritu de ese segundo renacimiento de la música folklórica inglesa (el primero había tenido lugar a principios del siglo XX) ya estaba hecho carne en los jóvenes músicos, June Tabor era una joven estudiante de Literatura Inglesa en la Universidad de Oxford. Tenía ya un breve entrenamiento como cantante aficionada y un minúsculo repertorio de canciones folklóricas. “La razón por la que cantaba sin acompañamiento –dice– era porque no podía tocar instrumento alguno. Y nunca aprendí a tocar nada porque, ¡soy terriblemente perezosa! Probé. En la Universidad intenté tocar la flauta y luego acordeón, pero era muy mala. Luego, con el tiempo, me topé con gente que era extremadamente buena tocando y entonces –pero sólo entonces– empecé a cantar acompañada”. Así, alternando la literatura inglesa medieval y las presentaciones en pubs como aficionada, June Tabor se fue forjando una pequeña reputación: primero, como bibliotecaria y, luego, como cantante.

Así, como solista grabó los álbumes Airs and Graces (1976), Ashes and Diamonds (1977), A Cut Above (1980, con Martin Simpson), Abyssinians (1983), Aqaba (1988), Some Other Time (1989), Angel Tiger (1992), Against the Streams (1994), Singing the Storm (1996 con with Savourna Stevenson y Danny Thompson), Aleyn (1997), A Quiet Eye (1999), Rosa Mundi (2001), An Echo of Hooves (2003), At the Wood's Heart (2005), Apples (2007) y Ashore (2011). A ellos se suman otros dos discos grabados a dúo con Maddy Prior –Silly Sisters (1976) y No More to the Dance (1988)– y dos discos con el grupo de rock The Oyster Band –Freedom and Rain (1990) y Ragged Kingdom (2011)–, además de Quercus (2013), nombre de la banda que integra con los jazzistas Iain Ballamy y Huw Warren.

Dueña de una voz oscura y dramática, y de un repertorio donde abundan las canciones tristes y la desolación, June Tabor es probablemente la mejor en su género. Y ese género es un invento propio que se nutre tanto de canciones tradicionales como de temas compuestos por folkloristas contemporáneos, de canciones de cabaret firmadas por Kurt Weil y Bertold Brecht, de canciones marineras francesas, standards del repertorio del jazz e incluso poemas musicalizados. Y da lo mismo que le cante a los australianos muertos en la batalla de Gallipoli o a reyes y reinas medievales: June Tabor cautiva sola o acompañada, tanto en el pub como en el programa de Jools Holland cantando a capella o en el Royal Albert Hall rodeada por un grupo de rock o de los más sofisticados jazzistas. Su nombre es el mejor regalo de fin de año –¿y fin de época?– que deseo dejarles a los lectores de esta columna.   

 

 


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