No. 86 / Febrero 2016


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Agustín Lazo / Xavier Villaurrutia

 Por Enrique Juncosa

 

Agustin_Lazo.jpgLa revista mexicana Contemporáneos, publicada entre 1928 y 1931, aglutinó a un grupo extraordinario de poetas que incluye, entre otros, a Carlos Pellicer, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia. Un grupo heterogéneo, aunque algunos de sus miembros se conocieran desde por lo menos ya una década, habiendo en ese caso estudiado juntos, o participado en revistas como San-Ev-Ank, La falange o Ulises, además de haber fundado el Ateneo de la Juventud. Todos ellos se caracterizaron por el cosmopolitismo −habiendo leído sobre todo literatura francesa, pero también estando al tanto de lo que sucedía en esos momentos en los países más influyentes de Europa y en EEUU−, y un afán de modernidad que reclamaban o deseaban para todos los ámbitos de la cultura e incluso de la sociedad. La poesía de todos ellos, cuidada y rigurosa, está llena de metáforas e imágenes nuevas y de rupturas espacio-temporales en su línea narrativa. Con el grupo de los Estridentistas, nacionalistas y más politizados, los poetas del grupo Contemporáneos son los grandes introductores de la vanguardia en la literatura mexicana.

Dado su afán de modernización general ya citado, no sorprende saber que se interesaron por el teatro o por la pintura, al relacionar su trabajo con el de artistas como Rufino Tamayo, Carlos Mérida, María Izquierdo, Miguel Covarrubias o Agustín Lazo. Este último fue pareja del poeta Xavier Villaurrutia (1903-1950). Los dos escribieron obras de teatro que tuvieron éxito en su época, y colaboraron en este ámbito a menudo. Ambos, por ejemplo, escribieron el libreto de una ópera de José Pablo Moncayo, La mulata de Córdoba, basado en una leyenda de la época colonial, que fue estrenada en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México en 1948. Agustín Lazo (1896-1971) fue también el escenógrafo de aquella producción. Los dos firmaron conjuntamente además varias traducciones de obras teatrales de autores tan diversos como Luigi Pirandello, Jean Giraudoux o Jules Romain. Villaurrutia prologó también la edición de Aurelia de Gérard de Nerval, traducida por Lazo, y escribió prólogos para catálogos de exposiciones suyas, además de artículos sobre su figura y su obra. Lazo también publicó algún artículo sobre Villaurrutia y pintó su retrato. El poeta además le dedicaría al pintor un poema magnífico, “Nocturno de la estatua”, recogido con otros nocturnos en el que suele ser considerado su mejor libro: Nostalgia de la muerte (1938), además de un bello texto en prosa poética titulado “Fichas sin sobre para Lazo”.

La poesía siempre refinada de Villaurrutia, de raigambre clásica, se caracteriza por sus tonos melancólicos y etéreos, y una atracción por los paisajes solitarios, inmóviles, nocturnos y silenciosos. En “Fichas sin sobre para Lazo”, describe la pintura de su amante de la siguiente forma: “Pudorosa y, también, incisiva, como la música de Erik Satie”, algo que sin duda vale para los dos, que persiguieron ideales de pureza, de objetividad e inteligencia. A Lazo no le interesó nunca la épica del muralismo. Había vivido gran parte de la década de los veinte en París, visitó también otros países europeos, donde conoció a Max Ernst y a Giorgio de Chirico. Como la mayoría de los artistas más inquietos de aquel momento, le atrajo el Surrealismo, que también proyectó su sombra en la obra de Villaurrutia, llegando a participar en la gran exposición internacional surrealista de México en 1940. Lazo pintó bodegones y escenas domésticas y cotidianas, tales como mujeres cosiendo a máquina, peinándose, vendiendo en puestos del mercado u hombres cortando fruta. También pintó caballos, que para él eran emblemas de la libertad.

La relación entre Agustín Lazo y Xavier Villaurrutia, como podemos observar si nos fijamos en las fechas de sus colaboraciones y escritos mutuos dedicados, duró muchos años. Se dice incluso que cuando murió Villaurrutia, quien lo hizo siendo todavía joven, antes de los cincuenta años, Lazo dejó de pintar y de escribir para siempre. Como es lo habitual en las historias de amor homosexual de aquellos años en que era forzoso ocultarlas, no es fácil encontrar información sobre su vida juntos, más allá de lo que es su relación profesional. Lazo mismo, dicen, quemó toda su correspondencia antes de morir, lo que bien pudiera ser para ocultar su historia. Las “Décimas de nuestro amor” de Villaurrutia, publicadas en Canto a la primavera y otros poemas, empiezan de la siguiente forma: “A mí mismo me prohíbo/ revelar nuestro secreto,/ decir tu nombre completo/ o escribirlo cuando escribo”. No sé si estas décimas están dedicadas a Lazo, pero lo presumo. Son versos de un amor arrebatado que están escritos de tal forma que uno no sabe si están dedicados a un hombre o a una mujer. La sexualidad era uno de los temas de la ópera mencionada que escribieron juntos. Además, Lazo escribió otra obra de teatro titulada El caso de Juan Manuel, sobre un asesino en serie, de jóvenes criollos, ambientada también en época colonial, en la que trata la homosexualidad de una forma aceptable en 1948.

Lazo pintó un cuadro bellísimo de un hombre desnudo con una toalla blanca en su mano derecha, que se asoma a un balcón de hierro forjado, con sus genitales ocultos por ese mismo hierro, más denso allí donde forma un lugar destinado a una maceta. A la izquierda del hombre desnudo vemos una jarra de agua caída sobre lo que parece una bata de franjas moradas. El hombre es joven, atractivo y musculoso. Todo parece indicar que acaba de bañarse y contempla tranquilo, sin ser consciente de su físico espectacular, algo que sucede en la calle. Es una imagen serena, cotidiana y feliz, tal vez mostrando como hubiera podido ser su vida de haberla vivido de una forma abierta y tal cual era. Ojalá así lo fuera.



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