No. 86 / Febrero 2016 |
Ombligo de la tierra de Juan Hernández Ramírez: celebración de la mujer amada
Uno puede sucumbir a la tentación de calificar su nuevo poemario como el mejor, el de la madurez o cosas así. En realidad, Ombligo de la tierra no supera ni desmerece la poesía de Siete flor o Piedra incendiada, simplemente explora otra región lírica. Con Siete flor el poeta había logrado una visión elocuente y reveladora del ciclo vital humano en clave nahua a través de las flores (esa presencia constante en su obra, así como el pajarerío que vuela el mundo). Del nacimiento en la espiga de maíz Sin la "venerable mujer" (digna de veneración) "la tierra no sería nuestra madre/ ni tendrían leche/ tus senos de montículo eterno". El erotismo y la sensualidad no son nuevos, pero tampoco es fácil hablarlo y transmitirlo en el contexto de las tradiciones rurales y cristianas que caracterizan a las comunidades indígenas. Tal vez los zapotecas del Istmo sean los menos discretos en la materia, destacadamente las poetas nuevas como Irma Pineda o Natalia Toledo. Otras autoras de poesía marcadamente sensual pertenecen a culturas aún más reprimidas, como Enriqueta Lunez (tsotsil), Mikeas Sánchez (zoque) o Briceida Cuevas Cob (maya), lo cual vuelve transgresora, casi revolucionaria, su valiente expresión poética cargada de sexualidad femenina. Los poemas de Hernández Ramírez constituyen un canto a la mujer. Es decir, son masculinos, como lo es desde siempre la lírica dominante. Desde ahí podemos leer y admirar su canto: "Mi olfato te encuentra/ porque llevas una piña madura/ en el filo de tu falda,/ y las flores en tu pelo/ no hacen más que señalarme/ el camino/ que han dejado tus pies descalzos/ en la orilla de la estera". El cuerpo la busca, el cuerpo la encuentra. Se sumerge en "el río de senos", donde "en su camino al mar/ el arroyo va platicando/ de las ardientes piernas de las mujeres". El poeta tiene que acariciar "el barro de tus carnes". La inmediatez física es necesaria: "Lluvia, estoy enamorado de la hembra/ que tiene el corazón de agua,/ aquella que se escurre y va con la arena/ en los arroyos de mi hamaca". Los hallazgos poéticos son muchos: "los peces son pájaros líquidos/ que se esconden/ por las astillas de nuestras piernas". O bien "Quiero sobre mi espalda/ tus manos mojadas de yerba/ penetrándome lentamente/ hasta extraer del trapiche de madera/ el jugo dulce de la caña". O "los pájaros huyen a esconderse/ de las flechas disparadas/ por el arco tenso de tus muslos". O "pegada tu música a mis temblores/ se van haciendo agua tus senos/ en un huapango de tus pezones". Es una poesía, como se dice de las películas, cargada de sexo explícito: "También colgaría gustoso/ de tu cuello y de tus ojos./ También/ me puedes llevar cómodamente/ dentro de tu sexo". No por ello, o precisamente por, la creación poética de Hernández Ramírez va de uno a otro logro. Lo que descubre, como hiciera Botticelli, roza el secreto de la belleza y ahí se queda: "También soy la enredadera/ que sube por tus piernas;/ vainilla que perfuma/ tus montes". Ombligo de la tierra no sobre utiliza, ni desdeña, las claves clásicas de la cultura nahua. Con cuidado equilibrio entre lo actual/urgente y lo antiguo/perenne, el canto de Hernández Ramírez nos da lo que la poesía, y solo ella, puede dar: la certidumbre de una consumación. Donde, como quería Nezahualcóyotl, la palabra es la flor abierta que da vida a lo que canta. |