Reportaje
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de Óscar David López
Publicado en Los Tubos. Periódico digital de Monterrey

 

 


“La vergüenza es un sentimiento revolucionario
Karl Marx”

Cita en el poema Malos Recuerdos
de Antonio Gamoneda


He sentido vergüenza muchas veces, aunque nunca había relacionado esa turbación del ánimo con las empresas revolucionarias o con los impulsos por borrar tal sentimiento. La semana pasada asistí al XII Encuentro Hispanoamericano de Escritores Horas de Junio 2007 (realizado en Hermosillo y Guaymas, Sonora) donde se homenajeó al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. Días antes me enteré que el subcomandante Marcos, líder del EZLN, compartiría una de las mesas de lectura de obra (poética, of course, pues se trata de un evento literario) con Cardenal. Mi primera impresión fue la del morbo, pues cómo iba a perderme tal performance (netamente de política) donde el público, la mecánica de seguridad, los medios convocados, la atención gubernamental, el espacio de lectura, las indicaciones de todo tipo serían completamente distintas a las bien conocidas para una simple reunión de interesados en la literatura. Tal como pensé, así ocurrió. Pero antes haré un recuento de las horas donde Cardenal hizo aparición, en el mejor de los casos, en la soledad con su pasión religiosa y de lucha social.

periodico de poesia 1Horas de Junio inició el martes 29 de mayo y finalizó el sábado 2 de junio. La primera aparición de Cardenal sucedió en el Aeropuerto Internacional de Hermosillo, en donde algunos poetas participantes y el comité organizador, comandado por Raúl Acevedo Savín, se dieron cita para su recibimiento. Yo arribé a media tarde, así que no puedo hablar si fue emotivo o no. Me lo supongo. Por la noche, la Universidad de Sonora le hizo entrega de un reconocimiento y el primer ejemplar de “Cantares Mexicanos”, libro editado por la misma USON, que reúne textos suyos publicados con anterioridad. Cardenal esa noche se mostró nervioso, titubeante, y habló (sin obviedad) de su entrenamiento en la Teología de la liberación, basada entre otros preceptos en que la salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidad del hombre, todo esto fundamentado en una ideología puramente marxista; desde su iniciación, Cardenal ha confesado el abandono de los placeres carnales, de consumo, su vida burguesa pero no la de escritor, que le dijeron, era incompatible con la vida contemplativa del monasterio. Cardenal se ha desempeñado como sacerdote, poeta, ministro de cultura de Nicaragua y como representante oficial de este movimiento.

En las mesas de lectura se dieron cita poetas, narradores, cronistas, y un sinfín de escritores con y/o sin oficio, de calidad desigual, comprometidos o no, pero que compartían el goce literario. Creo que lo más interesante del Encuentro era la diversidad de voces y registros que se dieron cita. Ciertamente que haya buenos y malos textos en una mesa (no hablemos del total) sucede en los encuentros de todo el mundo. Bien sabemos que la crítica literaria nunca acude a los eventos porque sería absurdo sentarse a esperar que el próximo premio de los juegos florales de San Pedro El Chico o la gloria local de tal rincón del tercer mundo esté leyendo en ese momento; para eso mejor los críticos se quedan en casa en su loco afán por mantener pura la historia de la literatura. Los encuentros de escritores nunca suceden en las salas de lectura sino en los hoteles donde los hospedan, en las cantinas, en las comidas y cenas, en las charlas al intercambiar una revista o un libro. Por mi parte, debo presumir de mis encuentros dentro del Encuentro se dieron con Mariel Iribe Zenil (Sinaloa), Daniel Espartaco (Chihuahua), Josué Barrera (Sonora), Carlos Velázquez (Coahuila), Jeff Durango (Sonora), César Gándara (Sonora). Además de reencontrarme con las voces que, junto conmigo, representaron a Nuevo León, como Arnulfo Vigil, Gabriela Torres, Luis Aguilar, Armando Alanís Pulido, Luis Valdez. Y cerca de doscientos escritores más, a los cuales no sabría identificar a pesar de que ganaran los juegos florales de su parroquia.

Para Cardenal, el reconocimiento del día jueves fue por parte del Municipio de Hermosillo, donde el maestro de ceremonias, el alcalde Ernesto Gándara Camou, y su gabinete insistían en clasificar cualquier cosa que sucedía como evento poético. Cardenal agradeció la tercera de las preseas con mucho ánimo pero con poco lenguaje, ya que decía suponer que un agradecimiento se dice de la misma manera en cualquier idioma (y aunque se refería a que la poesía busca nuevas formas de nombrar el mundo creando una lengua propia en base a recursos estilísticos), los miembros del presídium sólo atinaban a declarar que los tropiezos del habla de Cardenal eran estallidos poéticos que merecían ser precisados para el público asistente (que, sobra aclarar, estaba repleto de escritores o, en el menor de los casos, de lectores y promotores culturales). Ernesto Cardenal fue nominado al Premio Nobel de Literatura en el 2005, es considerado (¿por quién?) el más universal de los poetas vivos de la Lengua Española, y ha sido multi-galardonado en ámbitos tanto de la lucha social como los literarios. Sobra decir que los años pasan. Y pesan tanto para los escritores esenciales que siguen haciendo gira de presentaciones, como Gonzalo Rojas, Antonio Gamoneda, Gerardo Deniz. A lo largo de todas las participaciones, Cardenal no dejaba de parecerme, debajo de su sonrisa de gratitud, un ser con hartazgo, con la soledad de dama de compañía, con una dificultad tremenda para la dinámica política y los elogios (un tanto huecos si pensamos que las autoridades no tenían nada concreto que agradecerle, pues seguro estoy que no lo han leído u hojeado siquiera), hasta la noche del viernes donde compartió la sesión de lectura con el sub.

Las mesas de lectura habían parado media hora antes, la gente se arremolinaba en los pasillos, todos los asientos del auditorio estaban ocupados, la espera era inminente, sucedería pronto y yo estaba ocupando mi lugar justo frente a la mesa del presídium para lograr obtener algunas imágenes como registro de la performance. Ernesto Cardenal entró sosteniéndose de la mano del subcomandante Marcos, quien a su vez lo ayudaba abriendo espacio entre los asistentes. Esa imagen originó esta crónica. Fue hasta ese momento que Cardenal apareció ante mí en su personaje de escritor (el escritor que tiene algo que decir y sabe cómo decirlo, independientemente que sea o no del agrado del público y la crítica). La mesa inició con la lectura de un texto de Lina Zerón (Edo. México) que supongo trató de llamar la atención del subcomandante al hablar sobre el país en ruinas donde vive. Debo decir que el texto era oportunista y trataba de tomar partido a la lectura del subcomandante. Todos los escritores asistentes sabemos que Lina Zerón fue el contacto directo para que Cardenal aceptara participar en las Horas de Junio, pero fuera de eso, esa noche la participación de Zerón fue poco creativa, más exhibicionista que literaria. No dudo de su capacidad intelectual, sin embargo me quedan muchas grietas al detectar su intención deuteragonista.

La lectura del subcomandante Marcos no era una breve antología de poemas, como muchos supusimos, sino un texto narrativo, con recursos lingüísticos y estéticos, lleno de metáforas, pero sustentado en la manipulación de conocimientos para atrapar al público con sus ideales sociopolíticos, iniciando con una cita del grandioso poema “Cultivo una rosa blanca” de José Martí, en donde modificó el “julio” por el “junio” y se puso de pie para entregar un ramo de rosas blancas a Cardenal. Con un texto que parecía que versar sobre el erotismo y la selva y los amigos asaltó a un público cautivado con pasajes donde representaba el hiperconsumismo, la lucha anónima, las posiciones indígenas, el maltrato a los animales, sus posiciones en contra y a favor de diversos temas, fundamentado en las metáforas de “la sombra” que ayuda, “el ojo” que recicla, “la mancha” que contamina, “los amantes” que luchan por mantenerse. El texto escrito con la mercadotecnia subcomandista demostraba que Marcos cuenta con un oficio, entregado a su pasión propagandista; esto mismo, también lo notaba Cardenal que, durante toda la lectura, no dejo se mostrarse sonriente, animado y correspondido ideológicamente.

Abajo y al frente, el público estaba disparatado, pues a cada movimiento de Marcos había un flash, a cada asentimiento de Cardenal había un festejo. En las primeras filas estaban unas chicas sonrientes que, histéricas tal vez, subían sus faldas y estiraban la sonrisa cuando Marcos miraba al frente. Era risorio que no tenían la menor idea de lo que estaba pasando. En sus cabezas sólo corría el hámster de la libido perseguidora de hombres famosos. Quizá lo más gracioso sea que Marcos cayó en el juego del “rockstar”, pues (antes de su entrada Lina Zerón había advertido que no habría preguntas ni firma de libros) se detuvo a tomarse la foto del recuerdo con medio auditorio, hizo declaraciones a las televisoras locales, aceptó el libro de varios colegas que de propias manos, hizo esperar la comitiva de Cardenal (pues habían llegado juntos). Después de leer un texto contra los medios, el subcomandante Marcos se daba una licencia “poética” (como dirían las autoridades de Hermosillo) para ser él. Aunque eso tenga que ser enmascarado. Es parte de su revolución y de su reconocimiento trágico. Esa peripecia que lo vuelve humano, en constante lucha pero desconocido ante sí mismo.

Antes del remolino de fanáticos y medios de comunicación, sucedió la demostración tácita del homenajeado. Ernesto Cardenal leyó un texto sobre las comunidades indígenas donde hizo mención de la influencia de México en la revolución sandinista de Nicaragua; contando una anécdota, quizá mítica, de que en el fin de la Revolución Mexicana Pancho Villa le dijo a propio Zapata que eso apenas era el inicio de la lucha; siguiendo con el poema titulado “Las Loras” para constatar los enormes sacrificios de quienes han entregado su vida por el cambio social y la justicia a favor de los marginados, agregando “mi amigo Michel es responsable militar en Somoto, y me contó que descubrió un contrabando de loras que iban a ser exportadas a Estados Unidos para que allí aprendieran a hablar inglés.” Entonces comprendí que Cardenal, lejos de ser el más universal de los poetas vivos y la figura de un sinfín de homenajes hispanoamericanos, necesitaba de un compañero en el Encuentro, alguien de quien sostenerse para poder cantar, uno que lo igualara en pasión, que se acercara a su médula. Cierto es que yo mismo, sin mis amigos escritores (esos con los que compartí las noches de aguajes y cantinas y recamaras), no me hubiera sentido igual en Horas de Junio. No basta el público que aplaude. No basta tener un ideal literario (o político o religioso). No basta pasearse como la gloria local (de Monterrey o de Nicaragua) en Hermosillo. Los Encuentros de Escritores son para reunir a los iguales, esos que están en la otra revolución (sea cual sea, la que ellos conocen, por la que ellos apuestan). Por la que mis iguales y yo estamos en combate.

Al final, quizá más cerca de la frivolidad y de mi pesimismo oculto, Lina Zerón animaba a que me fotografiara con el subcomandante Marcos por ser un icono vivo de la historia de México más que por ser un buen escritor (claro, cómo podría ella reflexionar en ello.) Y aunque pude haber caído en la trampa de su silogismo rápido y populista, mi elección fue retirarme para subir al autobús que me llevaría a la cena donde estarían mis amigos (esos que escogí para pasar mis Horas de Junio.) Ciertamente los íconos y las cosas fáciles de groupie semi-enterado no se le dan a éste que conoce a Marx por una cita del poeta Antonio Gamoneda y no por haberlo leído directamente en clase. Espero que esta vergüenza traiga consigo exclusivamente ese sentimiento revolucionario y no tantos malos versos.
 

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