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No. 87 / Marzo 2016


Jorge Pacheco Z.
(Tacámbaro Michoacán, 1967; vive en la Ciudad de México)



Eres suya


En la alcoba existía la luz
                                           Era luz nítida y líquida
Desde el inicio fue como  el  agua
Que se filtra  por entre los muros
                                          Luz que habita
Luz que deambula entre tu cuerpo y el mío
Sonámbulas sombras que se levantan
                                 Para evidenciar tu vacío


Aquí  estas tú y el muro
Yo sentado y la mecedora tan sola
                                Tan dejada de la vida
En el espacio que habitas
Entre la alfombra y el orificio
Acceso secreto
                                  Vida nocturna
Ojos de niño en vigilia
                                  Mientras 
Tus manos seducen mi piel
                                  Y el niño
Se talla los ojos


Eternidad contenida en un suspiro
                                 Latidos apresurados
              Bajo la piel infante
Tu cuerpo y el mío
                                 Tratando de seducir
La mirada ingenua de la noche
                                 Ojos avisados
Que no paran de imaginar
                                             De ver por dentro
A través del orificio añejo 
Gastado de tanto vivir otras vidas


Atraviesas  la puerta como de costumbre
                                                      Y el asombro en sus ojos
Pálida y angustiada
                                                     Como si la muerte te habitara
Como si el susurro de la aurora te llamara
                                           Eres suya y nadie puede impedirlo
Eres de sus brazos
                                          De su boca
                                                                             De sus ojos…



En el otro extremo estás tú

En el otro extremo estás tú
con tu bata de baño ajustada
y tus chanclas flojas
que parecen hacerte flotar
con cada paso.

En el otro extremo se quedó
la vida antigua
la que nadie quiso
y tal vez por eso se alejó
hasta perderse en el horizonte.

En el otro extremo
está la pelota, las muñecas
y los juegos inocentes
con que entretenías tu mente
mientras tu cuerpo de niña se quemaba.

En el otro extremo
te quedaste a la deriva,
abandonada y sin  tierra,
sin piedras y sin viento que te arrullen;
olvidada por el silencio y el murmullo
de las aves que vuelan sin cielo,
que vuelan sin el otro extremo.

Los que te amaban huyeron,
acamparon en otro frente
guiados por su corazón combatiente,
dejaron de lado las armas
y se defendieron con amor,
cada golpe y cada paso
fue dado en el nombre del amor.

Alguien gritó tu nombre
entre los gritos y tambores;
entre trompetas y disparos
al tiempo que el enemigo
escapaba con el botín
en sus manos.

Y tu corazón violento
dejó de palpitar por un instante,
sus latidos lejanos parecieron decaer
y en medio de la guerra
te levantaste fuerte
con la luz en tu rostro
y la fuerza en tus manos.

Desierto campo de batalla
que canta victorias y lamenta derrotas,
que entresaca los gritos de dolor
entre lágrimas de muerte
y llanto de gratitud,
cántico que se extiende
por la llanura de tu piel
hasta el cálido aliento de tu boca.


Tu quietud

Te quedaste quieta
dentro de mi espíritu
removiste lo inservible
lo que por años me habitaba

Tu quietud me trajo aliento
desdobló mi anquilosado cuerpo
renovó mis viejos zapatos
chanclas endurecidas de tanto descansar

Tu anhelada quietud
deshieló mi corazón
lo calentó cual fogata
que abrasa un gran bosque

Fue tu quietud
la que despertó
mis cansados ojos
cansados de la vida
cansados de vivir simulando

Tu errante quietud
sumergió mi pasión
en un profundo hoyo
llamado amor