No. 87 / Marzo 2016


Leer un poema...


“¿Dónde?” de Víctor Rodríguez Núñez

por Carmen Villoro


En 1982, hace 33 años, compré en La Habana un libro de un poeta cubano tan joven como yo en ese entonces. Con raro olor a mundo había ganado el Premio David, 1981, y circulaba como un pan recién horneado y todavía calientito por las librerías de la isla. Me traje a México el pequeño tesoro y en algún hueco del tiempo, entre mudanzas, desarraigos y transformaciones de vida, lo perdí. Incluso olvidé el nombre del libro y del autor. Sin embargo, habían quedado grabadas en mi memoria, las líneas de un poema que me ha acompañado siempre como amuleto de la buena suerte. El poema es el siguiente:

¿Dónde?

¿A dónde habrán ido mis juguetes?
los de la cuerda rota por la lluvia?
¿Vivirán
en el fondo del mar
como naufragios
en el fondo del cielo
cual luceros de vidrio
en el fondo del río como cangrejos verdes
en el fondo del fuego
cual ceniza de espanto?
¿O en el fondo de mí
como fantasmas?

El bello poema, dicho en voz alta, ha sido la obertura a decenas de talleres de poesía que he impartido. Sé que si inicio así mi participación, el público oyente entrará de inmediato en un estado de receptividad que hará muy fácil el encuentro con el lenguaje poético. Este poema, referido por mí como “de algún joven poeta cubano”, ha sido citado y anotado de manera repetida en mis artículos, ensayos y reseñas.

El poema condensa de manera magistral cuatro elementos del lenguaje poético: la metáfora, la imagen, el ritmo y el temple de ánimo. Los juguetes sustituyen a los recuerdos en el primer verso, abriendo una experiencia evocadora de la infancia, tan amplia, compleja y diversa como el alma de cada lector. Viene con esa primera pregunta: “¿A dónde habrán ido mis juguetes?” un mundo perdido pero no olvidado, añorado, eso sí, por entrañable. ¿Cómo es posible que con una pregunta un poeta nos lleve de lleno al territorio de las emociones? La metáfora es perfecta. Para un niño crecido, los juguetes son tiempo que nos abandona, pérdida pura y sin remedio. Los siguientes versos, escritos a la manera de preguntas, son imágenes que dan representación al dolor: “¿En el fondo del mar como naufragios / en el fondo del cielo/ cual luceros de vidrio/ en el fondo del río como cangrejos verdes/ en el fondo del fuego/ cual ceniza de espanto?” Las formas que adquieren los recuerdos en la mente del joven que los evoca les otorgan diferentes atributos. Los naufragios nos hablan de una riqueza hundida, ¿irrecuperable?, ¿recuperable a través de la palabra? Convertidos en estrellas, nos acompañan desde la lejanía. Transformados en seres palpitantes que viven otras vidas y habitan otras aguas constituyen una íntima esperanza. Agazapados al interior del fuego, desde su oscuridad y su muerte nos atemorizan, son venero de angustias. Estos versos me han sido útiles para mostrar a mis alumnos cómo la imagen dice algo diferente que la idea, cómo su cualidad polisémica genera otras imágenes a la manera de las ondas concéntricas que provoca un canto en un estanque. Y en esta ocasión prefiero usar la palabra “canto” que la palabra “piedra”, porque ella lleva de la mano metonímica al ritmo y a la música que tiene el poema que analizo. Sin cuidar una métrica estricta, el poema se desdobla en un contrapunto musical. Los signos de interrogación lo dotan de esa tonadita, tan natural en castellano, que tienen las preguntas. Ellas, las preguntas, en nuestro idioma, no se dicen, se cantan. Todo ello contrasta con el título que es una pregunta silenciosa y quieta. “¿Dónde?”, en contraste con “A dónde”, indica un lugar donde se está, a donde se ha llegado. En realidad el título del poema es la respuesta a las preguntas del poema. Ahí, en el título, se encuentran los recuerdos. “A dónde” implica movimiento, búsqueda, incertidumbre.

Tan citado y tan utilizado el poema “del joven escritor cubano”, en vano lo busqué en la red por muchos años. A propósito digo que lo busqué en la red porque tenía yo ese cangrejo muy valorado a tal profundidad que no podía pescarlo. Escribía yo los versos en la ventanita de búsqueda de Google a ver si aparecía y ¡nada!, seguía nadando.

Hace unos días, un colega psicoanalista, Fernando Orduz, me pidió que escribiera un artículo, para un periódico, sobre “el fantasma”, ese concepto freudiano y lacaniano que habita en las fronteras del psicoanálisis y la literatura. Vino a mi mente nuevamente el poema tantas veces utilizado, para usarlo, ahora como epígrafe, en este nuevo trabajo. Entonces lo busqué, y apareció. Como si hubiera encontrado a un viejo amigo temblé de emoción. La revista Alforja (ya desaparecida, otro fantasma), en su ejemplar 44,  primavera del 2008, me lo traía a la playa de regreso. Vi aparecer en la pantalla los versos familiares, el nombre del libro del que siempre provinieron y la identidad de mi querido autor: Víctor Rodríguez Núñez. Sus libros de poesía, entre ellos una antología de su obra publicada bajo el mismo título que aquel primer librito: Con raro olor a mundo, al que ahora agregaba: Primera antología, eran el tema de un ensayo intitulado “Con olor a buena poesía”, de Carlos Espinosa Domínguez, crítico e investigador cubano, y en el que destaca y cita, coincidentemente, los versos del poema “¿Dónde?” Me dio mucho gusto pensar que ahora es posible conseguir esa selección de sus poemas que van de 1978 a 1998, de la que Espinosa Domínguez dice:
               
“(…) posee, entre otros valores, el de ofrecer un resumen de veinte años de actividad poética, de reunir lo que pudiéramos llamar el canon de la obra de Rodríguez Núñez, recogido y establecido por él. Para conformar la autoantología seleccionó un centenar de textos de cinco de sus libros (no incluyó ninguno de Cayama ni de Cuarto de desahogo). Si consideramos que, en conjunto, éstos suman quinientas páginas, podemos deducir que el autor ha sido especialmente severo consigo mismo y, como se muestra igualmente parco al presentar esos poemas, nada sabemos del criterio que adoptó en esa criba. En cambio, aclara que más que recopilar poemas escritos a lo largo de ese periodo, lo que reúne en Con raro olor a mundo… son “reelaboraciones a fondo y en toda la línea”. Estas versiones, afirma, “desautorizan a sus antecesoras, y deben ser tomadas —valga la paradoja— como momentáneamente definitivas. Es decir, que continúan su libre tránsito por ese camino que ojalá no tenga fin”.

En su “libre tránsito por ese camino”, los poemas encallan en puertos desconocidos para volver a zarpar. Hay poemas que habitan en la sangre y en los sueños de algún lector anónimo, se vuelven “momentáneamente definitivas”. Eso sucedió con el poema “¿Dónde?”. Aunque se haya recuperado en ese libro de Ediciones La Habana, del 2004, me pregunto a dónde habrá ido a parar ese librito de mi juventud. ¿Vivirá en el estante de una biblioteca? ¿Habrá sido deshojado, convertidas sus hojas en barcos de papel?

O en el fondo de mí
como fantasmas?”
              

Pero lo importante de la anécdota es que encontrarme con el poema y su autor significó una respuesta del poema a mi pregunta tantas veces formulada: “¿Dónde?” Ahí, en el lugar y en el tiempo precisos estaba este juguete mío, este recuerdo. Ahí estaba, palpitante y significativo, esperando la oportunidad de revelarse. Como si su condición de buen poema, de poema genuino, le permitiera rescatarse a sí mismo de su universo fantasmal, de su posible ceniza, y apareciera renovado.