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portadaenlapartituradelexil.jpg En la partitura
del exilio
Manuel Cuautle, edición del autor (con apoyo de la embajada de México en Argentina), Buenos Aires, 2007 

Por Ana Franco Ortuño
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Encontrarse en el libro En la partitura del Exilio es una situación. Hace falta, o no, señalar que el título es un locativo y responde a un dónde; además contiene una insistencia temporal, en muchas formas: está el Tiempo con mayúscula, conceptual, temático rotundo. Y la ficcionalización poética de un reloj en la marca puntual que señala una hora para cada poema: acaso la hora en que fue escrito o en la que debe ser leído…

Entonces pienso el libro como una estancia y la lectura como una experiencia de vida.  Conceptos en los que insisto últimamente en concordancia con el cronotopo bajtiniano. Pienso que la maravilla y el extrañamiento de la lectora radica justamente en habitar el texto y salir de ahí, modificado. Si no, no hay poesía, no hay quehacer, no hay renovación del universo lingüístico y renovación de un yo.

Opto, como lectora, por formular preguntas que tienen que ver con ese dónde y ese cuándo; también con ese cómo; pero no me refiero únicamente a formalismos, sino a reformulaciones.

La partitura de un exilio apelaría a dos conceptos obvios:

Primero, al diagrama que dicta lo musical (una elección del cómo y de la poesía vinculada, por tradición, con la música). El texto es el mapa, el lugar del que sale la melodía. Segundo, al fenómeno del exiliado. El libro no trata de un exiliado en sentido estricto, político, digamos, de ahí que conlleve la posibilidad, la licencia, de que el exilio atraviese su sentido inmediato y se vuelva una concepción ontológica. Para Cuautle, la vida y la muerte son una misma situación y nosotros, el yo del poema, exiliados de ambas. La paradoja implica que en tanto que estoy vivo no estoy muerto pero muero a cada instante; y cuando muera habré cesado de vivir. La muerte está presente a lo largo de todo el poemario y se trata de explicar desde un estado, diría, de angustia sutil. No hay una descripción aterradora; hay una manera de vivirla, de pre-sentirla; no se acerca a la terrible muerte de Vallejo, ni a la muerte orgánica de Residencia en la tierra. Es una muerte-personaje, un visitante que espera, paciente, para cumplir la función de dar cuerda a los relojes, objeto, como dijimos, fundamental en la poética de esta partitura.

El texto se vuelve un reloj puntualísimo que se cumple y que se ha cumplido. En la insistencia de la hora, temática y estética (es casi una figura) se contienen el pasado, en forma de memoria y el presente de la lectora que piensa, inevitablemente, en su propio instante de lectura, en el acto de su propio avanzar.

El libro, en sus minuteros, alcanza lo fragmentario de la estrofa, de modo que a veces, cada una, puede ser un poema aislado, como lo vemos en "Fragmentación" que dice:

                recuerdo
    control del espíritu
                en el flagelo
    del marcapasos
                de la lágrima


Este breve poema contiene la síntesis de lo que atañe al libro: recuerdo, control y espíritu; flagelo, marcapasos y lágrimas; referentes que se presentarán de distintas maneras conforme se avance en la lectura. Fragmentación que sugiere una ruptura que, sin embargo, no es total, “pedazos” que se tejen mediante lo articulable de la piel: los tendones, las venas.

La segunda parte del libro, Del mar y de las naves, está conformada por poemas-carta escritos a partir de la correspondencia con Berger Kiss, y entre ellos aparece el motivo del hijo (Tonatiuh); con él, las presencias del color y del nombre. Manuel Cuautle declara un instinto paterno que no es reconocido culturalmente –por lo menos en nuestro país– así que se convierte, triste y hermosamente, en un hecho aislado: habla del hijo que flota, que está por venir, y de esta manera hace suya la matriz de líquido azuloso.

    Un vientre
                Es habitado
    Por una nave
    que está
    esperando zarpar
                al universo
    de mares insomnes (…)


En la partitura del exilio “el flautista que suelta su canto” tiene un registro sintáctico muy limpio, intimista (en tiempos en que se niega la intimidad en lo poético) de tintes cotidianos. No ostenta una retórica compleja pero elimina los signos de puntuación y se distribuye en el blanco; se recarga en el mito y las metáforas. Sobresalen, inicialmente, los referentes náhuas a modo de intertexto e inscripción cultural (el libro ha sido editado en  Argentina). Como dije, renuncia a los signos pero conserva los vínculos sintácticos y se ayuda del espacio y del estribillo para marcar el ritmo.

Aunque encuentro algunos versos forzados ("armaduras monoteístas ondulantes" o "sueños cocainómanos") la vitalidad del libro reside en sus contrapuntos y contrastes que se niegan o dialogan, en las duplicaciones que llevan al poeta por el tránsito del instante de sí mismo y de la muerte.

Descubro, con asombro, que la sombras saben del nerviosismo de la roca, o que en la tierra kafkiana se invierte el cuerpo, y que respiro los pasos del caminante  taca    taca   taca   por las branquias en que se han convertido mis orejas.


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