No. 89 / Mayo 2016
Leer un poema...

De mar a mar. Oleaje de Xavier Villaurrutia


Por Carmen Villoro

La poesía transmite la experiencia subjetiva del hombre ante el mundo, su intimidad recóndita, su particular manera de estar vivo. Pero si es subjetiva, recóndita y particular, ¿cómo es que la transmite?, ¿cómo logra que las palabras sean puentes entre su visceral cosmografía y el territorio igualmente insondable del lector?

Todos hemos tenido la sensación de que no existen palabras para transmitir aquello que nos conmueve. Lo que nos colma o nos impacta, lo que nos rebasa y estremece, nos deja mudos. Cuando conocemos por primera vez a nuestro hijo nos quedamos un momento en silencio, mascullamos un balbuceo, estallamos en risa o en llanto pero no atinamos a nombrar el milagro; cuando nos invade el amor erótico solo podemos tocar, mirar y tocar; cuando alguien muere guardamos silencio, “lo siento mucho”, decimos, y no decimos nada, resulta más elocuente un abrazo o un apretón de manos.

Si la experiencia afectiva es incomunicable, ¿de qué medios se vale el poeta para aprehenderla?, ¿deberá dejar las páginas vacías, sabedor de su tarea inútil? Pero el poeta insiste, le declara la guerra al lenguaje, se enfrenta a él como el torero a la bestia enfurecida, lo provoca y engaña con su capote de sangre, le hunde la estocada, lo hace hablar.

El primer recurso del poeta es la imagen. El pensamiento científico aspira a purgar el lenguaje de cuanto pueda tener de imagen. En la poesía, en cambio, las ideas estorban, la palabra recupera su capacidad germinativa, su virtud de desdoblarse en múltiples sentidos, su plasticidad. Ante la imagen no hay preguntas que responder, ella está ahí por gracia del lenguaje, señal de un estado interior.

El mar ha sido imagen y metáfora de una cantidad innumerable de poemas. En México, corresponde a la generación de Contemporáneos el hallazgo del mundo interno como tema poético. La emoción vigilada por la inteligencia da lugar a poemas de gran profundidad, como en el caso de Xavier Villaurrutia. El mar fue visitado y abordado por estos poetas que miraron en él la posibilidad de evocar el drama interior o el entusiasmo por la vida. A continuación transcribo el hondo poema de Villaurrutia “Nocturno mar” de su libro Nostalgia de la muerte.


Nocturno mar

                                            A Salvador Novo

Ni tu silencio duro cristal de dura roca,
ni el frío de la mano que me tiendes,
ni tus palabras secas, sin tiempo ni color,
ni mi nombre, ni siquiera mi nombre
que dictas como cifra desnuda de sentido;

ni la herida profunda, ni la sangre
que mana de sus labios, palpitante,
ni la distancia cada vez más fría
sábana nieve de hospital invierno
tendida entre los dos como la duda;

nada, nada podrá ser más amargo
que el mar que llevo dentro, solo y ciego,
el mar antiguo edipo que me recorre a tientas
desde todos los siglos,
cuando mi sangre aún no era mi sangre,
cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo,
cuando alguien respiraba por mí que aún no nacía.

El mar que sube mudo hasta mis labios,
el mar que se satura
con el mortal veneno que no mata
pues prolonga la vida y duele más que el dolor.
El mar que hace un trabajo lento y lento
forjando en la caverna de mi pecho
el puño airado de mi corazón.

Mar sin viento ni cielo,
sin olas, desolado,
nocturno mar sin espuma en los labios,
nocturno mar sin cólera, conforme
con lamer las paredes que lo mantienen preso
y esclavo que no rompe sus riberas
y ciego que no busca la luz que le robaron
y amante que no quiere sino su desamor.

Mar que arrastra despojos silenciosos,
olvidos olvidados y deseos,
sílabas de recuerdos y rencores,
ahogados sueños de recién nacidos,
perfiles y perfumes mutilados,
fibras de luz y náufragos cabellos.

Nocturno mar amargo
que circula en estrechos corredores
de corales arterias y raíces
y venas y medusas capilares.

Mar que teje en la sombra su tejido flotante,
con azules agujas ensartadas
con hilos nervios y tensos cordones.

Nocturno mar amargo
que humedece mi lengua con su lenta saliva,
que hace crecer mis uñas con la fuerza
de su marea oscura.

Mi oreja sigue su rumor secreto,
oigo crecer sus rocas y sus plantas
que alargan más y más sus labios dedos.

Lo llevo en mí como un remordimiento,
pecado ajeno y sueño misterioso,
y lo arrullo y lo duermo
y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto.


Con todas sus virtudes, imagen y metáfora permanecerían fuera de la experiencia emocional si no fuera por el ritmo. El ritmo reproduce nuestra respiración, nuestro ser arcaico y primitivo está marcado por los golpes de un tambor. La poesía, que es música, traduce la cadencia profunda del espíritu.

Sin embargo, imagen, metáfora y ritmo son tan solo herramientas, peripecias literarias insuficientes para lograr el objetivo extraordinario. La efectividad afectiva de un poema no se encuentra solamente en la factura artesanal del mismo sino que pertenece a otro momento y a otro territorio anterior al poema y del cual el poema es sólo muestra, a saber, el mundo interno del poeta. Para que la escritura toque al otro, debe ser el resultado de una inmersión afectiva. El texto literario no se puede realizar como quien construye un mueble de finísima ebanistería. No es suficiente el preciso y precioso uso del lenguaje para convertirlo en poesía. El poeta falla cuando busca producir un efecto en el lector, se traiciona a sí mismo cuando su obra pretende conseguir la admiración del que lee o cuando lo llena de fórmulas de moda o accesibilidad para cautivar a su público. El poeta acierta cuando olvida al lector, cuando la escritura es un acercamiento a la aventura secreta y dolorosa de contactar la existencia. Toda obra veraz surge después de un trabajo interior. Algunos poemas nos dejan sin dormir, se filtran en los recovecos del alma y remueven, resignifican, desgarran o reconstruyen nuestro ser  profundo. Pero no cualquiera, el que se ha decantado en los socabones de la locura, el que ha tocado la orilla entre la vida y la muerte, el que se ha arriesgado al filo del afecto y sus múltiples navajas luminosas. Al poeta no le interesa la identidad externa del motivo, sino su significación vital, su peculiarísimo sonido del alma.

Lo importante no es la materia, sino el afecto que la empapa; no la verdad exterior, sino la interior. El poema traiciona las secretas profundidades del autor. El poema de Villaurrutia es doloroso, transmite desesperanza, retumba en nuestra oscuridad; anuncia el suicidio.

El poeta no escribe sobre la tristeza sino desde la tristeza; no escribe sobre la alegría sino desde ese sentimiento de plenitud que lo embriaga.

Un poema inauténtico es un poema “como sí”: nuestra alma permanece intacta. El poema auténtico merece una lectura reposada, una escucha íntima y serena, un contacto de marea a marea, de mar a mar.