No. 90 / Junio 2016


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Octavio Paz / Marcel Duchamp 



Por Enrique Juncosa

 

Marcel Duchamp (1887-1968) se sorprendería hoy, probablemente, al comprobar su influencia enorme en el arte contemporáneo. Empezó su carrera, como es bien sabido, como pintor, asociado a varias de las distintas vanguardias de principios del siglo XX: el cubismo, el futurismo y el dadaísmo. Pintó entonces una pareja de cuadros que son todavía muy célebres, los dos Nusdescendat un escalier (1912), sugiriendo, con distintos puntos de vista y la repetición de formas superpuestas, una nueva sensación de movimiento que remitía tanto al funcionamiento de una máquina como a los lenguajes nacientes de la fotografía y del cine. Cuando el segundo de estos cuadros se expuso en el Armory Show de Nueva York, provocó un gran escándalo, incluidas largas colas para contemplarlo. Pronto, sin embargo, Duchamp dejaría de pintar, para ponerle un bigote a la Mona Lisa y exhibir en galerías un urinario invertido, titulado Fontaine y firmado con pseudónimo, o un portabotellas. Estas obras, y las otras que conforman la serie de sus célebres ready-mades, le convirtieron en uno de los grandes iconoclastas del siglo pasado. Entre 1915 y 1923, Duchamp trabajará en la que seguramente es su obra más conocida, Le Grand Verre, distinta a todo lo anterior suyo y al arte de su tiempo, y sobre la que se siguen escribiendo páginas y páginas. En efecto, sigue siendo una obra compleja y misteriosa, y eso a pesar de que el artista mismo escribiera un libro sobre ella, La caja verde, enfatizando la importancia del proceso intelectual y conceptual de la que surge. Más tarde, alegando pereza e indiferencia, Duchamp llegó a afirmar que había abandonado la práctica artística –aunque firmando y vendiendo, mientras tanto, pequeñas ediciones de sus ready-mades, sin abandonar del todo el mundo del arte–, para dedicarse por completo al ajedrez. Sabemos ahora que esto no era cierto, pues al final de sus días, ya convertido en mito, trabajó en secreto en la creación de otra de sus obras más famosas, Etant Donnés

Los artistas conceptuales, y también los artistas Pop, se apropiaron de la figura de Duchamp en los sesenta. El interés que les suscitaba su obra no era de tipo plástico, aunque es cierto que sus ready-mades han sido considerados muy bellos a menudo, sino crítico o filosófico. Se ha afirmado incluso, posteriormente, que su obra supuso un cambio de paradigma en la forma de entender el arte, rechazando su aspecto estético y objetual, por convertir, al menos supuestamente, el arte tradicional en una mera mercancía comercial y decorativa. Para Duchamp, lo atractivo de una obra de arte no tenía que ser necesariamente su aspecto, sino que distintas cuestiones como la idea misma que la había originado. Las ideas de Duchamp fueron también revolucionarias al sugerir que para ser artista no era necesario talento alguno. Las prácticas artísticas que podemos llamar analíticas, las que reivindicaron a Duchamp por encima de por ejemplo Picasso –y que se desarrollaron en los años 60 y 70 para casi desaparecer en los 80 y volver con fuerza otra vez consolidándose en los 90–, han sido descritas, incluso por sus mismos practicantes, pero sobre todo por sus detractores, como anti-artísticas. Duchamp y los que se declararían sus seguidores, efectivamente, pensaron que el arte tradicional, de Courbet al Cubismo, seguía un camino agotado. Tras las revoluciones formales y de uso de materiales en el arte del siglo XX, llegaba en su último cuarto, un nuevo interés por su sentido o significado, hasta el punto de que es ahora popular el arte político, que antaño, durante la mayoría del siglo XX, se consideró sobre todo kitsch. Es cierto, en cualquier caso, que convive con obras fuertemente irónicas y otras que insisten en indagaciones poéticas y/o metafísicas. 

El arte de Marcel Duchamp es ingenioso y divertido, y a pesar de todo abierto a la interpretación, y más que un ataque al arte, supone, realmente, una forma de extender nuestro concepto sobre él, algo que ya fue visto así por uno de sus exegetas más sorprendentes, el poeta Octavio Paz (1914-1998). Paz, publicó, el mismo año de la muerte del artista francés, Marcel Duchamp o el castillo de la pureza (1968), que luego reeditaría ampliado como Apariencia desnuda: la obra de Marcel Duchamp (1973). El libro consta del ensayo originario más otro nuevo, resultado de un encargo del MoMA de Nueva York y el Philadelphia Museum of Art para escribir un texto en un catálogo de una exposición Duchamp que organizaron. Paz explora en ambos textos la complejidad de la figura del artista, sin ignorar sus fascinantes contradicciones, que oscilan de la ironía más absoluta a la seriedad total. Paz, que escribió a menudo sobre la Modernidad, considera a Duchamp, acertadamente, como una de las figuras claves del siglo XX, viendo sobre todo sus ready-mades como obras metafísicas que enlazaban con el arte antiguo, oponiéndose al arte retiniano juzgado por gustos adquiridos que se originó en Europa con la Ilustración. Por otra parte, a Paz le interesó que Le Grand Verre fuera una obra acompañada por el libro de explicaciones mencionado. De alguna forma, el origen de esta obra es verbal, aproximando toda esa reflexión lingüística a la práctica de la poesía. Igualmente, para Duchamp el arte no es un fin en sí mismo, como sostuvieron muchos artistas modernos, sino un medio, algo que nos dice o nos cuenta algo, creencia dominante en el arte que se produce ahora.

Es conocida la anécdota de que cuando Paz le envío a Duchamp su primer ensayo sobre su obra, El castillo de la pureza, el francés le contestó de forma irónica diciendo que había aprendido mucho leyendo el texto. Está claro que a Paz le interesó Duchamp porque veía en su trabajo cuestiones que le resultaban propias, y la verdad no dedicó ensayos a tantas figuras individuales más allá de los dedicados al antropólogo Claude Lévi-Strauss, de quien le atraía su creencia en que las distintas sociedades son un sistema de comunicaciones, en las que los mismos seres humanos pueden verse como signos, o a la poeta Sor Juana Inés de la Cruz, trabajo que le permitió rastrear los orígenes del México moderno y elaborar un diagnóstico de su presente al hacerlo. Leyendo sus páginas sobre Duchamp, queda claro que para Paz el pensamiento humano es algo universal, llegando a comparar la actitud del francés con las creencias budistas en torno al vacío, pero también destacando la singularidad de cada uno de nosotros. Para Paz, pensando como estructuralista, la historia del arte y de la literatura, de la humanidad en suma, es un sistema y no una historia, en donde las obras de arte y los textos se relacionan unos con otros de una forma capaz de anular su cronología, confirmando que todo es mudable y temporal.