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No. 90 / Junio 2016


César Rito Salinas
(Tehuantepec, Oaxaca, 1964)


El Velocipedista

Velocipedista, el poema es un elefante que se mueve entre la compasión y lo sagrado.
Yo tenía un auto, era el auto del superhéroe. Un día, al salir del motel, le volé la tapa al cárter.
En la noche la puerta contiene al edificio que contiene al jardín que contiene al árbol que sostiene al cielo que aúlla.
Yo tenía un gato, se lo llevó septiembre con los aguaceros.
Ojalá existieran ladrones de poemas. La poesía es de todos. La gente se quiere robar dinero, mujeres, pantaletas, maridos. Relojes, bolígrafos para limpiarse las orejas, anillos, perros. Autos, novias, herencias, propiedades, gobiernos. Una playa del Pacífico, piedras preciosas, helicópteros. La gente roba  toallas higiénicas, bicicletas, changos, iguanas, teléfonos, identidades. Ojalá existieran ladrones de poemas.
Hablar con el auto como se habla con el gato ¿Cómo se habla a un gato? nunca tuve uno.
Al momento en que escribo se cruzan mis ojos. Ella me protege de ella misma. Conozco la hora del Diablo, cuando aparece en su frente como cicatriz de la infancia.
Mi cerebro se despega, toma vuelo, llega a observar mi cuerpo al momento en que escucho música y escribo. Tundo máquinas. Tú me esperas en el fondo del agua; aunque lo sabemos bien, entre los dos no habrá encuentro posible.
Pedir suerte para que cada sílaba caiga en la caja correspondiente, justa, y vibre la sombra, el sol, la madera; mi alma. Como tablero de las canicas en la feria de principios del año, allá en la tierra de mis padres.
Clarividencia. Los árboles piden clarividencia. Lo hizo mi cerebro hace ya muchos años, una mañana cuando anticipé el traspié de una pequeña vendedora de atole. Yo estaba lejos de donde ocurrió el percance. Logré anticipar con claridad el momento y el sitio de la caída. Rojo y negro. La poesía es adivinatoria o sólo es un estropajo que te pasas por el culo.
La banda enamora a su novia con narraciones de Bob Esponja.
Rojo y negro. Los colores de la contradicción. Como la protesta y sus banderas. Luz mercurial vuelan las chicatanas risa de niños.
Escribo sólo para comprobar que la adicción al alcohol no destruyó mi cerebro. Traigo agujeros en el alma. Uno debiera poner el nombre de los poetas a sus animales entrañables.
Al escribir mis ojos bizquean, esto es algo que no puedo evitar. Retuerce el aire hasta que Don Cerebro te haga bizquear. La escritura es una ecuación neuronal que no se logra sin un profundo esfuerzo. Retuerce tu cerebro. Velocipedista, el corazón es un reloj que camina dentro del cráneo.
La tarde corre entre los trenes. Llegará el silencio, la imagen precisa. Que venga el Diablo, nadie mira bajo el sombrero donde asoman los ratones.
Para que la escritura no se detenga será necesario restar peso al instrumento. Las teclas, las hojas, la pantalla. El lápiz. La roja lengua humedecida. Los suspiros intentan vestirse para esquivar la censura. Escribe y olvida, los que escriben y recuerdan son fantasmas.
La luna sube desde el pescuezo de los perros. El juego de los espacios contenedores. Los barrotes oscuros resisten el peso del cenzontle. Cuando amanezca diré tu nombre. Lo sustantivo. Lo que pertenece. El sujeto. El objeto. El complemento directo. El signo. Lo que refiere. Lo que relaciona. Ésta no es la tierra del verbo. Aquí no tenemos memoria de la acción.
Los Niños Héroes juegan con Winnie Poo en el periódico mural.
En la calma eres como la bendición de mi madre cuando me marcho. Que nada ni nadie robe tu atención, ni el gobierno, ni la política, ni la policía, la puta policía.
En el fondo del plato la sardina suspira a sus anchas, como si estuviera en los mares del cielo. Cuando ella duerme sus labios guardan la humedad de mis suspiros. A ella le hablo del perro que tuve en la infancia. Ella me habla de su padre.

San Martín por la Secundaria, Oaxaca, julio 2016.