No. 90 / Junio 2016


A 35 años de El ser que va a morir, de Coral Bracho
 
 

Poéticas de la Negatividad
Por Ana Franco Ortuño

 

El amor se positiva hoy para convertirse en una fórmula de disfrute.
De ahí que deba engendrar ante todo sentimientos agradables.
No es una acción, ni una narración, ni ningún drama,
sino una emoción y una excitación sin consecuencias.
Está libre de la negatividad de la herida, del asalto o de la caída.
Caer (en al amor) sería ya demasiado negativo.

Byung-Chul Han
La agonía del Eros

 

Algunas poéticas de los años setenta y ochenta se enfocan en caracteres sutiles. La materia del poema estalla, se multiplica, se niega o nos sitúa en movimiento. En su fugacidad, la estancia en el lenguaje nos recuerda una epojé más que una representación o manifiesto. La materia prima de la palabra escrita deviene mundo por su textura, peso, maleabilidad; se declara sitio y tiempo: rupturas, mixturas, híbridos, intersecciones, tránsitos. Esta dimensión del lenguaje que se niega es una forma de erotismo; el erotismo, opuesto a la pornografía, se genera por ocultamiento y negación.

Contra la tradición homocéntrica-dicotómica-vertical de Occidente, el mundo es descrito por Deleuze y Guatari en términos de Rizoma (Mil mesetas, 1977): de múltiples caminos, sin centro ni genealogía, con todas las aperturas y conexiones posibles (pliegues, puentes, puntos de fuga, espacios de traslación), sin principio ni final, a-histórico y contra las estructuras de tronco central. Movimiento y metamorfosis constante. El libro “hace rizoma con el mundo” y sus conexiones de intercambio son dinámicas: maquinaria u órgano descargados de jerarquías: opuesto a forma y fondo, a libro y lector. No neobarroco (el neobarroco aspira a lo dicotómico, es ‘nostalgia del logos’).

El carácter del poema es sutil; su densidad maleable y espectral configura trayectorias. Mucho de la obra de Coral Bracho (Ciudad de México, 1951) se construye a partir de tejidos que se conforman así. Bracho nos instala en el flujo de la palabra o nos enfrenta a la complejidad que sucede en el texto, desde el deseo y su conectividad inabarcable. En las texturas plásticas de la lengua el topos cuestiona la identidad lectora. Hay que aprender a estar en arquitecturas donde, por “voluptuosa ebriedad”, la geotropía es resbaladiza e inestable. Hay que leer estos poemas en voz alta.

En el poema-mundo-rizoma la construcción de imágenes sensoriales (“Oigo (tu semen táctil) los veneros, las larvas;”) nos sitúa en ecosistemas policéntricos. Los nudos han diluido su densidad, se han vuelto pliegues, y el lenguaje evidencia la pérdida de su dominio, de ahí el vértigo a lo abismal frente a un asombro que se mantiene por devenir. El lector común piensa que el sentido (ruta) existe y lo reclama de modo innecesario.

Lo metonímico en la cronot(r)opía poética (aunque Bajtin la niegue) y el tiempo del poema-rizoma, modulan una estructura orgánica y compleja de materia multiplicada y sutil en que a la lectora no le es permitida una instalación. Tránsito: “somos el contenido y la materia de ese vehículo: pasajeros comprendidos y transportados por metáfora” (Derrida).

No hay familiarización, hay reconocimiento entre conexiones mediante el ejercicio en contextos poéticos variables e irregulares (principio de multiplicidad); materialización potencial y significante (en términos de Judith Butler). El intercambio de lectura es con nuestra propia temporalidad: situación, estancia y tránsito en el mundo que el poema propone, en su propio lenguaje, en su densidad a la que me entrego.

El ser que va a morir obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1981; más adelante, Eduardo Milán publica Nervadura en Barcelona, en el 85; y David Huerta publica Incurable en 1987. Los premios Aguascalientes con que coincide temporalmente El ser que va a morir se inscriben más bien en poéticas tradicionales: Miguel Ángel Flores, con Contrasuberna (1980) escribe poemas vitalistas y narraciones de memorias, sintácticamente estructurados; Francisco Hernández, con Mar de fondo (1982), Hai ku y estampas nacionales.

La búsqueda estética de Coral Bracho da lugar a una poética sorprendente y renovadora en su contexto; si bien el libro contempla una temática amorosa, los planos a que recurre extienden el dominio de la carne (explícita en la fragmentación del cuerpo que va apareciendo: “hombre de contornos levísimos”, “Tu voz (en tu cuerpo los ríos encrespan/)”, para transitar entre texturas y sensaciones que desvelan los planos de este mundo fluyente. Se trata de un microcosmos animal, altamente texturizado y fecundo, que nos permite ser testigos momentáneos de la fulguración de la vida. Sabemos que el poema no es una entidad de significación que se preocupe únicamente por la belleza (utilidad nula), El ser que va a morir se trata de la breve intensidad de estar vivos: “La reproducción multiplicada de una imagen primitiva: el hombre; como el eco infinitamente interrumpido de un sonido original”, cita a Nietzsche en “Tiempo reflejante”.

Podemos pensar estas poéticas de los años ochenta casi irreconciliables con las actuales, resultado de los descreimientos de la generación X o de los baños de realidad, sin embargo, no hay antología mexicana que excluya a Bracho, quien está presente en obras como la de un inicial Hernán Bravo Varela o en mucho de Rocío Cerón. Esta “amplitud” que “es el ámbito del placer en el auge de lo henchido y lo jugoso” recorre el mejor río de la tradición de Valery a la fecha y, añoramos (o añoro yo, sin duda) libros fuertes, innovadores, definidos, que nos mantengan en la vertiginosa seducción de la lengua.

 

Sobre las mesas: El destello

El rizoma, como tallo subterráneo... tiene, en sí mismo, muy
diversas formas: desde su extensión superficial ramificada en todos
sentidos, hasta su concreción en bulbos y tubérculos.
El deseo es un creador de realidad... produce y se mueve
mediante rizomas.
Un rasgo intensivo comienza a actuar por su cuenta...

Deleuze y Guattari, Rizoma


En la palabra seca, informulada, se estrecha
rancia membrana parda ((decir: fina gota de aceite para el brillo matinal
de los bordes, para la línea
tibia, transitada que cruza, como un puro matiz, sobre
el vasto crepitar, sobre el lomo colmado,
bulbo ―una gota de saliva animal:
para las inflexiones, para el alba fecundada (caricia)
que se expande a la orilla, como una espuma, un relieve;
un pelaje frutal― una llaga de luz, un hilván: para
los gestos aromados al tacto, a la sombra rugosa, codiciante;
una voz, una fibra desprendida ―un vellón― al azar de las gubias, del frote (plectro),
Tientos
y el idioma capilar de los roces en el cuenco lobular
de los cuerpos. Púrpura
en la raíz;

una esponja, una lima, un espejo
axilar: y en los ecos,
la estatura: una alondra: Rimas en los espliegos;
hielo: por la grupa liminal, tersos belfos inquietos.
Valva pilosa,
alianza, en el vuelco; plexos y el tendón:
un ardor, una punta sinovial en los goces veteados: ductos
a la pálida cima oculta;
una astilla, una cinta (gato)
un embrión para el bronce de espesuras rampantes, intimables;
un hervor, una turba despeinada, una espora:

Caudas entornadas al auge de un sabor inguinal. Sobre las
crines; coces:

En las hormas habituales, impugnadas, de estar, en sus zagas
humosas, ovulantes:

                                    un carámbano exacto,
                                              un candil.

Riscos.

y en los pliegues enlamados, los atisbos de estar,
en sus médanos acres:
higos perlados; risas;

un limón en las orlas incitadas
rasgar: con almohazas vidriantes, inaudibles (vino prensil, hirsuto)
con espinas el temple, las pezuñas;

carcajada chispeante entre los bulbos
escrutados, las urracas;

             fósforos, guiños, ecos
             en la tenaza; salta
             la perdiz.

La perdiz: ave fresca, abundante, de muslos gruesos;
acusado dimorfismo sexual. Sus plumas rojas, cenicientas,
encubren. Salta en parábola eyecta sobre las fresas;
aleteante calidez. Tiene los flancos grises (Las fresas
bullen esponjadas, exhalan ―de sus hielos de amapola,
de entresijo verbal―, la lejía delectante), las patas finas,
el vuelo corto; corre (los sabores umbrosos, apilables)
con rapidez.

                                             Abre sus belfos limpios:
el jugo moja y perfuma su atelaje; en su piel
de escozores ambiguos, ávido ciñe el grácil,
respingante; lúbrico abisma el néctar
simultáneo; estupor; estupor anchuroso
entre los brotes atiplados;
hincar, en las corvas deslumbrantes, erectas.
En los bíceps, los escrotos; Fúlgidos, agrios. Trotes. Alentado a las ancas
alumbradas; cadencias; ritmos convexos; malvos paroxismos: de bruces
entre las hondas resonancias. Pedúnculos emprendibles
bajo el cinto:

Libar desde las formas borboteantes; la lengua entre las texturas engranadas, las vulvas
prístinas en sus termas; lluvia a los núcleos
astillados; rizomas incontenibles entre los flujos, las pelambres exultadas, espumantes, de estar;
bajo las riendas fermentables, las gualdrapas. Embebido
en las blandas, extensivas. Desbordado.
Volúmenes irascibles entre la paja exacerbada, germinante. Vital,
inmarcesible en sus impulsos abruptos, suave y matizado en sus ocres,
su esplendor, a las yemas; único a las pupilas
restregantes.

Desbandada encendida entre los surcos, las pimientas, los indicios; densa
y exaltable en sus puntas: al olfato. Ráfaga
mineral. Un renglón, un cabús, un polvito; Gárgola.
Una hormiga en las crestas hilarantes, por los muslos,
el vientre; en las palabras)) tensas, enturbiadas,
se estrecha, ronca membrana ((cítricas. La estridencia perpetrable en los lindes))
parda; su red empaña ((en los ápices lubricados, el pistilo.
―Su voz: saboreando, exhibiendo, despojándolo― Luz;
en los espacios excitables, el acto sedicioso. Labial,
embarnecible bajo el índice fresco, su tersura; prensan.
Magnetismo atizado hasta el exceso degustable,
el rechinido. Vértices las cosquillas.
―Acedando, exprimiéndolo― en rupturas desbocadas,
expresivas. Vórtice. Entre los fierros, los erizos,
el instinto. Roedores inexpugnables
entre los hilos, las escuadras, el cedazo. Un terrón,
un respiro lanceolado, un prurito.
Rastrear bajo las zonas apiñadas, intensivas.
Nudos papilares entre la yerba. Sobre las mesas: el destello.
Un punzón, un insecto en las palabras)) lentas, empalmadas
((entre las grietas,
las cesuras, en las bridas. Súbitos y lascivos las concentran ―Su
voz: separándolo, abriéndolo, eligiendo― ciñen y cohabitan en
los filos espejeantes) huecas; su costra opaca ((entre los gritos,
las cernejas, los resquicios. Estar:))