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Zoelia Frómeta
(Bayamo, Cuba, 1960)

La profetisa

En la ciudad de blancos portales
donde lavan los peregrinos sus pies
en las fuentes de los dioses;
hay una mujer echada sobre su sombra.
Los ojos extraviados en el abismo del horizonte
enhebran recuerdos perdidos en la memoria.
Esta mujer de esquiva fragilidad
manos soñolientas sobre las raídas túnicas
me recuerda la leyenda de la alucinada sibila.

Hay en esta mujer una mueca lacerante y pálida
como la del expatriado que un día supo
que cualquier sitio no es la casa
ni hay una ventana donde
poner a reposar la nostalgia.
Porque buscar es un ritual que cansa
como la soledad y el amor quejoso.
Como mirarse al espejo y saber que
no somos perfectos, que no hay señales
de que fuiste elegido, de que tu Dios siempre estará
para cuidar el fragor del alma.
Sólo las bestias.
Ellas frente al espejo recordándote
que serán tú y ellas
en el descuento de la supervivencia.
Juntas contando fervores y derrotas
hermanadas en la misma hambre, sedientas
como un poema sin rostro
                     en las entrañas.
Las dos sobre la nada y la vida,
desafiado lo que son, aves en fuga, asesinos a sueldo
escorias de ciudades, magdalenas inofensivas,
criaturas rapaces, madres huérfanas,
mortajas a la intemperie, un trozo de canción
que se escucha como un mudo lamento
mientras la mujer echada sobre los adoquines
de una calle en la ciudad de blancos portales
me recuerda quién fui
cuando me gustaba mirar la luna
escurrirse por sombríos resquicios.

No pensaba entonces que alguna vez estaría lejos
en otra ventana, con los mismos ojos
frente a la misma luna
sin los amigos, la madre, las costumbres.
Como la mujer en la antigua ciudad de blancos portales
enhebrando recuerdos perdidos en la memoria
y callado, mi Dios en el alma.

 


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