...................................................................
Grietas de luz
Goya Gutiérrez
Vaso Roto,
Madrid, 2015.
 
.....................................................................

No. 91 / Julio - Agosto 2016


La desnudez

I

Me hablas de la existencia
y de la inexistencia, en que a veces te sumes,
de las cosas y los seres ausentes,
de sus rostros que en nosotros perduran;
de esa belleza antigua
que de los estimados anida en la memoria,
o en el hueco secreto de la estatua.

II

Un día nuestra vida es una imagen
que camina hacia alguna perfección,
y es humano no secundar la meta,
queda el gesto de estancia y de proyecto,
su intensidad lumínica,
la voluntad que hizo fluir deseos ,
o se convirtió en forma detenida
del flujo temporal que sedujo a la mano
para que la labrase perdurable,
y unos ojos pudieran reconocer en ella
otro semblante amado y fugitivo.

III

Te hablo de la belleza
con que nos adentramos en los pocos,
la muerte explosionada de una estrella
y su renacimiento en los áureos hilos
con los que nos trenzamos al amor,
para unirnos, y estar en equilibrio
sobre las finas hebras invisibles
que cruzan y traspasan
nuestra propia materia.

IV

Te hablo de las luciérnagas,
brillantes pobladoras de la noche,
ínfimas criaturas
que quizás también temen la negrura,
igual que tú el olvido
del instante feliz que devino dolor.
Pero ellas no desisten en su luminiscencia.
Quieren ser fecundadas.
Apostar por la vida, como si el sufrimiento
no hubiera sido nunca la barrera
que entorpeciera el flujo de su especie.

V

Te hablo de este prodigio,
de este espléndido cuadro viviente que es el orbe,
de su magia, de que estemos en él,
de tantos seres que acumula nuestro ser interior;
de tantas alas, que en tantas ocasiones nos protegen,
nos alzan para no tropezar, y deslizarnos
por las infinitesimales oquedades
que habitan invisibles los espacios
en que diariamente nos batimos.

VI

Te hablo de la belleza de la erupción,
del visceral arrojo del vómito de fuego:
La herida de la tierra y su supuración.
La doliente belleza incandescente.
Lo que arde, arrasa y con furia destruye.
La ceniza preñada por la lluvia.
La gestación del limo de la vida.
La ciénaga del páramo convertida en vergel.

VII

Me hablas de la injusticia,
del azar imposible de poder prevenir.
De la falta en la naturaleza de una ley ejemplar
que castigue o que premie solo a quien lo merezca.

VIII

Te hablo de los seres minúsculos,
de su breve destello y desaparición.
Del diminuto arbusto de la sed de los otros
interiores desiertos.
De la espiga que fue decapitada.
De las incomparables mariposas
y su fusión en un único vuelo.
De frágiles carámbanos retando
a la luz que los derramará.
De los niños que nunca crecerán.
De los que arrancarán la primera inocencia.
De tantos otros seres que no saben,
ni conocen su belleza y su límite,
y en cambio como orfebres constantes
de ese remoto oficio,
engarzan los sutiles eslabones
a una antigua cadena universal.

IX

¿Es esto injusticia?
¿Y acaso esta no habita en el mismo venero
de todo cuanto brota?
Esa fue quizás la que nos arrojó del oval paraíso,
y desde entonces a veces olvidamos
que nada nos pertenece, que nuestro signo es
la desnudez




De nuestro con-vivir

I

Si una estrella bajara, y anidara en tu pecho.
Si pudiera esa estrella, con las alas inmensas
del ángel de la infancia, ser tu capa.
Si supiera decirte la prenda precisa que tomar.
Si pudiera advertirnos sobre aquella que vamos
al principio tejiendo con ímpetu febril,
quizás muy torpemente,
como el niño obstinado que no cesa de arder
hasta absorber el más enorme dulce :
la redondez del mundo.
       
II

Si esa estrella, en el cuévano de tus ojos tuviera
la fecunda mirada de la imparcialidad,
verías que mis ruinas y mis deconstrucciones
tuvieron manos firmes, propósitos sinceros,
trazos fuera del plano, por una inclinación
que sería el soñar, fuera ya del ensueño.

III

Si a esa estrella, talismán, escultura del aire,
quisieras acogerla antes de que escapara,
urdiríamos juntas intuitivas hebras,
con las cuales tejer lo imprevisible
tapizando los ojos de un piélago de luz,
más allá del insomne nubarrón de discordia,
más allá de los chuzos de lluvia
que alimentan la furia sedienta de las gárgolas.

IV

Si a través de esa estrella, centelleo en el cuenco
celeste de la sombra,
una vieja campana bandeara hacia el alba,
hasta hacer emerger el prodigio trenzado,
de pétalos y notas y palabras...
Rogaría a la mano
que enhebró filigranas de ebriedad vegetal
a esforzadas columnas,
que también sostuvieran el invisible
bosque de crucería
de nuestra catedral de un tiempo
sin techumbres ni bóvedas.

V

Si esa estrella hecha nuestra, al irradiar su abrazo,
de brillantes, de ámbar, de rubís y amatistas,
zurciera con su aguja de oro
las grietas y desgarros del parto que regresa,
una barca que lleva al primer manantial
nos reamamantaría erigiendo
pechos como pilares, bajo el puente de plata,
que sostiene los pies resquebrajados,
que habiendo caminado, acuden al amparo
de nuestro con-vivir



Leer reseña...