No. 91 / Julio - Agosto 2016



Letra a letra:
Lo que importa saber de Colombia


José María Espinasa

En la prensa mexicana se presta mucha atención a los crímenes de nota roja en los que se ven involucrados ciudadanos de Colombia. En las páginas internacionales a su vez se da noticia de la firma del tratado de paz entre las FARC y el gobierno del presidente Santos, hecho de enorme importancia para esa nación, pero también para la región. Casi nunca se sabe algo de su literatura, por eso no es extraño que en general tuviera poca repercusión el Festival de poesía Avispero, cuya primera edición estuvo dedicada a la literatura de ese país, con la asistencia de Fabio Jurado, Fernando Herrera y Hugo Jamioy, realizado en Chilpancingo, Guerrero.

En diferentes ocasiones he señalado que el movimiento editorial independiente en México es el fenómeno cultural más importante en el país de los últimos 20 años, cuya vitalidad se sobrepone tanto a la inercia mercantilista de la Cámara Nacional de la Industria Editorial (CANIEM) como a las poco efectivas políticas del estado mexicano frente a ese movimiento.

Ese juicio es más que probable que peque de miopía nacionalista: no se trata de México, se trata de casi todos los países de lengua española y más bien parece un fenómeno global. Nos sorprende su vitalidad en Argentina, en España, en Chile o en Colombia. De este último país, por ejemplo, la labor de Taller de edición “Rocca” o del proyecto de Letra a Letra, de quien llegó a mis manos gracias al poeta Fernando Herrera, una colección de plaquettes de poesía realmente notable.

Esos proyectos acostumbran partir de varios rasgos comunes: la poesía como género central, el buen diseño y factura editorial de las publicaciones y la propuesta de un gusto literario. Lo primero, casi ni es necesario insistir, se trata de una reacción ante el género más maltratado por el mercado: los grandes editores lo rechazan, los distribuidores no se interesan y los libreros lo ignoran. Consecuencia: el lector interesado se las ve negras para conseguir los títulos que le interesan, y todo ello tiene como consecuencia no solo el desplazamiento a una periferia cultural –que ya es habitual para la poesía- sino los bajos tirajes con su consecuente encarecimiento y dificultad para alcanzar a los destinatarios, los lectores.

Letra a Letra edita su serie de poesía con un elegante diseño, con una marialuisa negra sobre la que inserta una portada que lleva siempre una viñeta, aunque privilegia la facilidad de la lectura. Es notable que a la globalidad mencionada antes se sume una búsqueda similar en el diseño que aprovecha las innovaciones más vanguardistas junto al homenaje a los usos tipográficos que han hecho historia: modernidad y tradición para editar libros hermosos que se dejen leer. En lo que se refiere al gusto también es evidente una misma intención: autores con  prestigio y trayectoria junto a voces emergentes singulares. Es por eso que −lo he dicho en otras ocasiones- la labor de construir un canon lírico, abandonada por la crítica, se ha desplazado a los editores.

Así de pronto una serie de publicaciones funcionan a la vez como una suerte de muestra antológica de la poesía –en México hay que recordar la colección Margen de poesía dirigida por Víctor Hugo Piña Williams en su época como editor de la revista Casa del Tiempo de la UAM− que permite seguir las huellas de una o varias tendencias estéticas. Es como si las colecciones de poesía tuvieran a la vez cualidades de publicación periódica y de antología. Frente al riesgo de la multitud asumen los editores la voluntad de darle uno o varios rostros a esa aglomeración, y suelen ser elecciones trufadas de pluralidad.

El primer libro a destacar es Doctor Kafka de Juan Gustavo Cobo Borda. El poeta y hombre de letras, uno de los más destacados integrantes de la generación de los nacidos en la década de los cuarenta −Jotamario Arbeláez, María Mercedes Carranza, R. H. Moreno Durán, Giovanni Quesep, Juan Manuel Roca−, es bien conocido en México y en esta publicación se incluye el extraordinario poema que da título a la plaquette y una ceñida selección bajo el título “Casanova va al teatro y otros poemas”. Con la obra de Cobo Borda me sucede que al leerlo me deslumbra y luego se me va desvaneciendo en el recuerdo, con la ventaja de que al volverlo a leer renace mi admiración y me lleva a volver a leer su poesía. Su temprana fama a fines de los setenta hizo que en las décadas posteriores el creciente prestigio de Quessep y Roca lo opacara un tanto, pero es un autor imprescindible de la lírica en español de las últimas décadas.

Autor de una polémica antología de la poesía hispanoamericana publicada por el FCE en los años ochenta y hoy inencontrable, Cobo Borda ha desarrollado una intensa actividad como ensayista, como muestran su libro Lector impenitente, bajo el mismo sello, y su Historia de la poesía colombiana (Siglo XX). Su tono, que podría calificarse como el de un esperanzado pesimista, y su manejo ceñido del ritmo y el verso, tan lejos del neobarroco, lo vuelve una lectura saludable. En 2012 la editorial Tusquets publicó su Poesía reunida 1972-2012.

Ya de la siguiente década la colección incluye libros de Samuel Jaramillo González (1950), Casa que respira, Piedad Bonnett (1951), Poesía selecta, y de Gustavo Adolfo Garcés (1957), Una palabra cada día. Al ordenar la mención de los libros cronológicamente por la fecha de nacimiento del autor en esta reseña queda en evidencia que se propone una secuencia crítica desde el trabajo editorial, es decir, se cuenta una, entre otras, historia de la poesía colombiana, sugiere −además- con tacto y con tino, que toda historia de la poesía escribe historia con minúscula.

E
l fenómeno de las editoriales independientes no es nuevo, sí lo es en cambio su abundancia e intensidad y –también- su globalización, lo que nos permite comprobar ciertas tendencias similares en los distintos países que comparten un desarrollo social similar. En Hispanoamérica ocurre que a la aparición esporádica de mujeres en el panorama literario anterior al siglo XX viene después un paulatino pero discreto crecimiento en la primera parte de ese lapso, que se vuelve luego más numeroso y hoy es una realidad evidente: no podríamos hacer un panorama de los últimos treinta años de literatura en español sin tomar en cuenta a las mujeres: ya no es una reivindicación de género sino una realidad insoslayable. En ese sentido es natural que Letra a Letra dé cabida a escritoras nuevas, en la cauda de Piedad Bonnett, como Mónica Gontovnik (Barranquilla, 1953), Melibea (Cali, 1975), Angélica Santamaría (Cartagena, 1974) y –la más joven- Lucía Estrada (Medellín, 1980).

No es este espacio para discutir si ellas aportan nuevos acentos a la tradición, fundamentalmente masculina, de nuestra lírica (aunque yo creo que sí) y me conformo con señalar que así ocurre, al menos en un saludable fenómeno estadístico. Como se dijo, se tiene la impresión natural de que las editoriales independientes apuestan por la poesía y que ésta constituye su rostro fundamental. Sin embargo en las últimas dos décadas el fenómeno es más extenso: frente a la narrativa de éxito que publican las hace cuarenta años editoriales de vanguardia –pienso en Alfaguara como arquetipo- hoy los sellos independientes apuestan también por otros géneros: el ensayo de imaginación, el cuento y la novela de mayor densidad, con riesgos formales y filos críticos mucho más evidentes que lo que muestran las mesas de novedades de las librerías y las grandes superficies. E incluso hay ya una nueva manera de editar fotografía y narrativa gráfica. Las librerías independientes, por su lado y lamentablemente, son una especie en extinción.

Menciono esto porque Letra a Letra también publica otros géneros y crea sinergia con la poesía, por ejemplo en libros como El país imaginado (37 poetas responden a Robinson Quintero Ossa). Volumen que nos da un retrato colectivo de lo que la lírica busca en el país andino. Otro ejemplo de esa sinergia es el libro más ambicioso de este proyecto editorial, Colombia en la poesía colombiana (Los poemas cuentan la historia).

La andanada que privó progresivamente a mediados del siglo pasado a la poesía de sus lectores, nunca numerosos pero sí fieles, a través de los cuales influía en el imaginario colectivo, empezó por cortar los vasos comunicantes entre los distintos lugares y lenguas, e incluso dejarlos en sus respectivas geografías fuera de los circuitos informativos. La edición independiente tiene, entre otras funciones de resistencia, la de devolverle a la poesía algo de su sentido oral sin perder su sentido impreso y romper esa fragmentación por naciones y geografías.

Colombia es un país en donde a los lectores les gusta oír, dicha en voz alta por sus autores, la poesía sin perder por ello su condición de lectores. De allí el éxito de festivales como el de Medellín, que se volvió en la década pasada una referencia. Los diversos festivales mexicanos han vuelto presencia a algunos escritores colombianos –William Ospina, Piedad Bonnett, Juan Manuel Roca- y ha permitido la circulación de libros. Ojalá Letra a Letra, animado por Luz Eugenia Sierra –doy la página por si alguien se interesa: www.letraletra.co- encontrara manera de circular en México.


Letra a Letra: Muestra poética