No. 91 / Julio - Agosto 2016



Una búsqueda de libertad personal en la poesía

Alicia García Bergua

A  Xavier Villaurrutia, a Gilberto Owen y a Jorge Cuesta los dejó de sobrepreocupar el problema de delimitar y ubicar su alma nacional en el ámbito literario y en la cultura occidental, como fue el caso de escritores anteriores como Alfonso Reyes. La literatura se convirtió para ellos también en la posibilidad de construir desde el principio la embarcación de su propia travesía. Su obra fue el viaje interior que emprendieron para existir libremente en un país donde las libertades ciudadanas se empezaban a ejercer aún muy precariamente.

A Cuesta, a Villaurrutia y a Owen los acuciaba el problema de la libertad o del libre albedrío personal planteado por André Gide, que según Owen no es la libertad política, sino la libertad individual relacionada “con la  ‘pavorosa’ servidumbre de la elección, la desolada de la espera, la estéril de la abstinencia entre el vino y las frutas, la amargada del deseo insatisfecho, que es un deseo frustrado”.

En el caso de la poesía mexicana la reconstrucción de la experiencia íntima en la poesía ya operaba en mucha medida en López Velarde y en Tablada, por influencia de Baudelaire, pero sin gran conciencia de lo que eso significaba. Dice Cuesta en su ensayo “El clasicismo mexicano”
de 1934:

En Ramón López Velarde la poesía mexicana se reflexiona apasionadamente, repudia sus artificios y adquiere una conciencia de sus propósitos que es comparable por su penetración, a la conciencia inmortal de Baudelaire. No son numerosos los poemas en que este poeta dejó lo mejor de sí mismo: son unos cuantos; pero bastan para que se le admire como el poeta más personal que en México ha existido.


Villaurrutia pensaba que en los poetas mexicanos ya estaba el germen de este trabajo porque la poesía mexicana no era popular y romántica como la española. Dice:

No es popular la poesía mexicana como en España. La poesía mexicana es lírica; lo épico apenas la toca y no es feliz dentro de lo épico; su tono es lírico, íntimo. Cuando algún poeta mexicano, Ramón López Velarde, se propuso, por una inspiración probablemente extraña, escribir un poema característico, ¿qué dijo al principio de su Suave Patria?: “Siempre canté la exquisita partitura de lo íntimo.” Dijo aquello, ¿para qué? Para hacer la poesía a la medida del medio y decir un poema que quería ser épico y que seguía siendo íntimo.

La concepción de libertad en la poesía de estos Contemporáneos radica precisamente en esta conciencia de llevar su intimidad a los poemas y hacerlos instrumento de expresión de una vida profunda a la que hay que atender y que solo se hace visible a través del lenguaje. Octavio Paz señala que Villaurrutia no era un hombre de ideas y que por escepticismo decidió poner su inteligencia al servicio de su sensibilidad. No quería pensar ni juzgar sino ahondar con lucidez en sus sensaciones y sentimientos; fue así que descubrió corredores secretos entre el sueño y la vigilia, el amor y el odio, la ausencia y la presencia. Lo mejor de su obra según Paz, es la  exploración de estos corredores, oníricos desde mi punto de vista. Y digo esto porque para él el sueño es una parte  inseparable de nosotros mismos, es la muerte diaria de nuestro yo, que resurge de ella cada día.

Dice Villaurrutia: “Los modernos cultivamos la vanidad de creer que los antiguos no sabían soñar. El sueño era para ellos una ‘imagen de la muerte’, cuando no una muerte cotidiana de la que cada despertar era una resurrección o, mejor aún, un nuevo nacimiento sin memoria.”  Y cita las siguientes reflexiones de Albert Béguin en el Alma romántica y el sueño sobre literatura y psicoanálisis: “Indiferentes a los fines curativos que propone el psicoanálisis, el romanticismo y la poesía moderna buscan en las imágenes, aun en las imágenes mórbidas, el camino que conduce a regiones ignoradas del alma, ‘no por curiosidad ni para sanearlas, sino para encontrar en ellas el secreto de todo lo que en el tiempo y en el espacio nos prolonga más allá de nosotros mismos y hace de nuestra existencia actual un simple punto en la línea de un destino infinito’.”

El escenario de muchos de los poemas de Villaurrutia es la alcoba en que dormimos, donde la oreja se abandona en la almohada para escuchar más allá, para prolongarse, para convertirse en una sombra que recorre distintos escenarios. Cito una parte de su prodigioso poema “Nocturna rosa”:

Es la rosa moldura del oído,
la rosa oreja,
la espiral del ruido,
la rosa concha siempre abandonada
en la más alta espuma de la almohada.

Es la rosa encarnada de la boca,
la rosa que habla despierta
como si estuviera dormida.
Es la rosa entreabierta
de la que mana sombra,
la rosa entraña
que se pliega o expande
evocada, invocada, abocada,
es la rosa labial,
la rosa herida.
Es la rosa que abre los párpados,
la rosa vigilante, desvelada
la rosa del insomnio desojada.

Es por ese espacio íntimo y sensorial que no ocupa ningún lugar, por el que se pasea Villaurrutia en sus poemas como muerto en vida.


...

Hay un poema de Gilberto Owen que según él encierra una aspiración que desde la juventud les ganaba, a él, a Villaurrutia y a Cuesta, se titula “Pureza”:

¿Nada de amor −¡de nada!−para mí?
Yo buscaba la frase con relieve, la palabra
hecha carne del alma, luz tangible,
y un rayo de sol último, en tanto hacía luz
el confuso piar de mis polluelos.

Ya para entonces me había vuelto
el diálogo monólogo
y el río, Amor –el río: espejo que anda−,
llevaba mi mirada al mar sin mí.

¡Qué puro eso tuyo, de tu grito
hundido en el ocaso, Amor, la luna,
espejito celeste poesía!

Owen dejó de ser muy pronto el poeta de herencia romántica y modernista que buscaba la palabra hecha carne de alma al estilo de cierto Juan Ramón Jiménez, y su poesía y sus prosas se convirtieron  en ese diálogo monólogo, en un río que es un espejo que conduce al poeta por un mar donde él se dispersa en su sueño del mundo.

Muy probablemente este autor que hizo teatro junto con Villaurrutia tenía esa conciencia de que el verso en el teatro clásico establecía también un escenario dramático. Quizá el ejercicio más extremo que realizó para desarrollar escenarios dramáticos son sus prosas y poemas  incluidos en Línea. Cito “Sombra”, donde el autor se reduce al libro que tenemos en las manos.

Mi estrella –óyela correr—se apagó hace años. Nadie sabría ya de dónde llega su luz, entre los dedos de la distancia. Te he hablado ya, Natanael, de los cuerpos sin sombra. Mira, ahora, mi sombra sin cuerpo. Y el eco de una voz que no suena. Y el agua de ese río que, arriba, está ya seco, como al cerrarle de pronto la llave al surtidor, el chorro mutilado sube un instante todavía. Como este libro entre tus manos, Natanael.

La literatura está en todas las cosas y Owen se arrojará en ella para reconstruirse continuamente como identidad literaria y para dialogar a su manera con un mundo de monólogos sin respuesta del padre. La poesía es para Owen un diálogo-monólogo amoroso en el sentido más amplio −es decir, cristiano y erótico− y desesperanzado. Es un intento no solo de asir la propia identidad huidiza por la falta de comunidad –hay que recordar que vivió gran parte de su vida fuera de México y que dedicó mucho de su tiempo a la militancia política−, sino también de apagar esa gran sed de amor sensual y espiritual absoluto que crece como las serpientes en la cabeza de la medusa y en su cabeza. Hay también en su poesía un narcisismo no ególatra de quien se mira en el espejo y no logra mirarse, pues es completamente fugaz para sí mismo. Lo cito:

Espejo, no me mires todavía.
Abril nunca es abril en el desierto,
y me espía tu noche todo el día
para que al verte yo me mire muerto.
Narciso no murió de egolatría,
sí cuando le enseñé que eres incierto,
que eres igual al hombre que te mira
y que al mirarse en ti ya no se mira.

En esta falta de diálogo amoroso con sus amigos más cercanos (Villaurrutia, Cuesta, Reyes…) y con su país, termina de escribir en Bogotá al final de su vida su poema Sindbad el varado, la bitácora de su viaje interior, donde él se mira desde distintas perspectivas: el naufragio, la vejez, el espejo, el tiempo calendárico, sus mujeres, quien suponía que era, su memoria destrozada, sus heridas −que él llama llagas y que son muchas, como si fueran las de Cristo−, la amada inaccesible, sus huidas, sus patriotismos, los nombres, los pensamientos y los sentimientos, la poética, la retórica, la música, la ceguera…

En esos días la voz poética se desenvuelve en distintos actos dramáticos: se descubre las llagas, se desvela en la cuenta de sus muertos, evoca  su tierra, sus amores, sus desamores, su familia, describe su caminar incierto, su desmemoria, sus hambres insaciables, sus lascivias… Y en “El Día doce, Llagado de su poesía”, nos dice que es la poesía para él en términos de su identidad.

Tu tronco de misterio es lo que me apuntala un cielo en ruinas.
Mis ojos solos no podían ya evitarme su caída.
Me enredo en sus raíces de lecturas mal soñadas,
me agosto en su hojarasca de frustradas invenciones,
pero tu rostro sobrevive a mis inviernos.
   
Lo ven por fuera, retorcido, muerto, oscuro
pero hay una rendija para fisgar, y miro:

Yo voy por sus veredas claustradas que ilumina
una luz que no llega hasta las ramas
y que no emana de las raíces,
y que me multiplica, omnipresente,
en su juego de espejos infinito.

Yo cruzo sin respiro por su aire irrespirable
que desnuda un prodigio en cada voz con sólo dibujarla
y en cada pensamiento con sentirlo.

Me asomo a sus inmóviles canales y me miro
de pájaro en el agua o de pez en el aire,
ahogándome en las formas mutables de su esencia.

Gilberto Owen nos revela aquí que él se concibió a sí mismo ante todo como poeta, pues es en su poesía donde él, llagado, roto, dispersado y fragmentado por su existencia, se apuntala y marcha como tal a lo largo de ese camino de espejos infinitos donde se ha multiplicado omnipresente. Es en los inmóviles canales de la poesía donde él se mira ahogándose y mutando.




Si para Villaurrutia y para Owen, la poesía y la literatura en general constituían la posibilidad de abordar y reconstruir su atribulada intimidad, para Cuesta eran la manera de vivir en otra esfera más plena y consciente sin las ataduras del nacionalismo ni de la propia identidad pasional que él consideraba frágil, azarosa y condenada a muerte.

Como vimos anteriormente, en Gilberto Owen había una división entre su huidiza identidad de poeta y de sujeto que actuaba políticamente. En el caso de Cuesta, aunque su identidad poética era frágil tal como él la concebía, no hay una división entre el rigor con el que concibe a la poesía y su espíritu crítico en general. La poesía es para él la expresión más plena y desinteresada de ese espíritu, pues en ella se desarrollan por el mero uso del lenguaje todos los modos de pensar. El lenguaje es para él la red que tejemos y tendemos constante e infructuosamente para aproximarnos a distintas realidades, a nosotros mismos y en general a la materia. Tiene una visión del lenguaje que se aproxima más a la del científico que también era. Su obra literaria y crítica es una búsqueda de otras voces pero a la manera de los científicos; es decir, concibiendo a la realidad subjetiva y a la material como el espectáculo de una naturaleza inasible en general, de la que sólo se nos revelan aspectos.

Para este poeta, el lenguaje escrito literariamente está ante todo sostenido por vidas humanas, es la expresión de una serie de voces con las que podemos identificarnos o diferir. Es el fundamento de la libertad de todas las expresiones, pues lleva y transmite la sustancialidad de las voces. La obra crítica de Cuesta se centra en la evaluación del uso del lenguaje artístico como voz auténtica, como expresión de la singularidad individual. Critica la poesía mexicana modernista que trató de emanciparse artificialmente del simbolismo francés, sosteniendo que en esa poesía no hay un uso auténtico y original de la propia lengua y de los elementos por ejemplo paisajísticos, que hay sólo una extrapolación de la retórica de la poesía francesa y una continuación del romanticismo. El uso autentico sólo puede llevarse a cabo a partir de una voz singular, una frágil vida como todas, y por esa razón considera a López Velarde un poeta absolutamente excepcional en quien la experiencia poética mexicana se purga gracias a su imaginación e inteligencia para crear un nuevo escenario con viejos elementos.

En su poema “Canto a un dios mineral”, Cuesta desarrolla precisamente una búsqueda metafórica de esa voz singular en sí mismo  y del encuentro con otras. El principio del poema versa precisamente sobre cómo la materia es penetrada por la mirada errabunda del pensamiento que viaja por las imágenes y sensaciones suscitadas, y cómo la mente va fabricando ficciones que le permiten adentrarse cada vez más no en la materia que es físicamente impenetrable por el pensamiento, sino en ella misma, en su propia ensoñación, y en las de otros que han iluminado esa materia, hasta topar con la creación de un lenguaje que es en realidad la voz propia en la comunidad de voces:



La mirada a los aires se transporta,
pero es también vuelta hacia dentro absorta,
el ser a quien rechaza
y en vano tras la onda tornadiza
confronta la visión que se desliza
con la visión que traza.

Y abatido se esconde, se concentra,
en sus recónditas cavernas entra
y ya libre en los muros
de la sombra interior de que es el dueño
suelta al nocturno paladar el sueño
sus sabores oscuros.
   
Cuevas innúmeras y endurecidas,
vastos depósitos de breves vidas,
guardan impenetrable
la materia sin luz y sin sonido
que aún no recoge el alma en su sentido
ni supone que hable.


Penetrar en un espíritu ajeno es para Cuesta desde su posición, algo realmente imposible, si uno no penetra en el propio. Es decir, al igual que los científicos que crean instrumentos y modelos para hallar lo que intuyen que hay fuera de sí mismos, la libertad de conocimiento humano consiste para él en reconocerse en el espíritu de los otros a través del conocimiento del propio espíritu y sus limitaciones, pues él es nuestro instrumento de conocimiento. Solo teniendo conciencia de nosotros mismos, de nuestros propios movimientos intelectuales y emocionales, podemos ver tras las palabras de otros, el mundo humano en el que están dichas o escritas. Esta conciencia es para Jorge Cuesta el fundamento de toda libertad y no puede ser impuesta ideológicamente, tiene que cultivarse con el uso inteligente del lenguaje y éste se ejerce en gran medida en la poesía.




Ilustraciones:
Fotografía de Xavier Villaurrutia tomada del blog:
https://comoeneltianguis.com.mx/2011/04/05/ellos-y-yo-xavier-villaurrutia/
Fotografía de Gilberto Owen tomada del sitio:
http://www.oscarblancarte.com/secciones/obras/cortos.html
Fotografía de Jorge Cuesta tomada del sitio:
http://pijamasurf.com/2014/03/jorge-cuesta-suicidio-castracion-y-alquimia-de-un-poeta/