Homenaje a Ricardo Martínez

Ricardo Garibay

Hugo Gutiérrez Vega

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A manera de celebración en torno al pintor mexicano Ricardo Martínez, presentamos un texto que Ricardo Garibay (1923-1999)  publicó en Excélsior en diciembre de 1974, así como un poema inédito de Hugo Gutiérrez Vega.








Descanso de fin de año, andar pintando en el frío
Por Ricardo Garibay.

Tocayo ¿qué ha sido lo principal? Para llegar a esta obra ¿qué ha sido para ti lo principal?

Ricardo Martínez alza la cara y pasea los ojos por las frondas. Habla aprisa y con voz queda, como de pasada, como si hablara de otro y no de sí mismo, de otro no muy digno de atención.

-Pues…no sabría decirte exactamente; el trabajo, claro,(…) tantos años de trabajo constante, pero junto con eso, cierta forma de soledad, tal vez, un apartarse de propósito de los demás, de los del oficio, sobre todo, buscar obsesivamente a solas lo que se ha venido encontrando.

-A solas, sí, tienes fama de solitario y hasta de intratable (…)

-Bueno, tú sabes que no es así. Tú sabes que no se escoge la soledad como regocijo, duele, duele andar en el frío, duele mantenerse ahí buscando, lejos de la autocomplacencia y del mercado. Lo menos que puedes hacer con tu devoción es respetarla, sacarle el jugo, en serio, no ofrecerla como un producto más de la sociedad de consumo. Ya el talento de que dispongas es otra cosa, aunque sea poco, te le debes, no puedes entrar en el manoseo de los artistas baratos que tanto disfrutan el triunfo a voz en cuello, por pasajero que sea. Tienes que guardar cierta porción de ferocidad interior, una dosis de independencia personal que nunca pones en juego, en riesgo, la necesitas para poder esclavizarte a fondo en tu tarea. ¿No es así? La esclavitud donde consigues al cabo del tiempo ser enteramente libre. 

Sus cuadros son de dibujo lineal, elemental, sumamente preciso y desnudo. Nada defiende al trazo, que se da y se ofrece casi con altanera impudicia, sin sombra de trampa o de argumento, sin adjetivo alguno. Limpios dibujos, igual que ideas. Son figuras; hombres y mujeres alzados, agachados, yacentes, sentados, girando, hundiéndose, elevándose, que forman a través de los cuadros una especie de ballet de sueño monumental, en abismos de luz, de antigüedad tremenda, de esencial eternidad. El hombre que de alguna manera somos, hemos sido, seremos allá en el fondo, en lo más hondo de nosotros mismos. Estos hombres y mujeres están rodeados por espacios en los que están inmersos y son también espacios interiores. Bandadas de peligrosos espacios que serían torpes vacíos si no estuvieran poderosamente poblados, tenuemente habitados de ritmo y de luz: color como sueño de color, como su anuncio y a la vez como su inevitable almendra. Grandes masas rotundas, de condición etérea, evanescentes. Metafísica del cuerpo. Palpabilidad, grosor, tacto pleno, cuerpo de la imagen. Seres humanos con algo de remotísimo animal, precortesianos, celestiales y nocturnos, piel de luz y de piedra. Máscaras. Rigidez. Gracia casi en deliquio: las largas curvas sedeñas desde donde vigilan o se abisman las figuras. (…) Entre lo simiesco y lo angélico queda el hombre: colosal, impalpable, simplísimo, misterioso, divinal, nadando en su propia luz, en equilibrio perfecto entre los cuatro ángulos del cuadro, dominados con segura perfección.

Hay una intensa preñez de poesía, de historia y de reflexión, de capacidad para abstraerse en la materia del alma. (…) Ojos de hace siglos, clavados hoy en esa claridad increpada. Acaso el misterio no sea más que una punta radiante rodeada de negruras.

 


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Ricardo Martínez ve los cuerpos 

Pensando en Pellicer

Sombra y silencio,
la figura aparece,
la rodea la tiniebla
y, al fondo, un cielo rojo
amenaza y da calma.
Los azules salen de paseo
y caminan con largas zancadas
siguiendo el ritmo de las figuras.
Ahora estamos bajo los mantos blancos,
Los rostros grises y dos toques
de un rojo misterioso
como una luz en medio del bosque
o los rescoldos de una hoguera.
Todo lo hace el cuerpo humano,
los sexos un triángulo,
el más hermoso que en el mundo ha sido
y los senos erectos como un testimonio
y una promesa casi oculta.
El hombre va de rojo y azul
y, a veces, de azul y rojo.
Los perfiles exactos,
los hermosos volumenes,
la tensión de los miembros
que salen a la luz
y se unen a la sombra.
De repente el verde dice! aquí estoy!
y se vuelve un resplandor
una llamarada extraña
en las manos de las mujeres.
Hay un aliento primaveral
en ese color que aparece poco,
pues el otoño es el que brilla
con sus luces profundas
en el corazón de las figuras
y el alma de las telas.
Las curvas son amplisimas
y nos dan la idea de un hombre en acecho
o de una mujer reclinada
mientras una luz que viene de si misma
ilumina sus formas,
nos entrega el reposo
y también la promesa.
Pintor de humanidades
es Ricardo Martínez.
Se muestra enamorado
del cuerpo y sus emblemas,
sus luces, sus asombros,
su estancia entre las sombras.
Las manos de la madre
protegen al hijo
que intenta alcanzarla
y encerrarse en su seno;
el hombre azul,
la mujer nacarada
están casi inmóviles.
Tan sólo el contacto de la mano
en el muslo
une a las carnes
y las vuelve una.
Los perros interrogan
a sus dueños,
prevalecen las rojas lenguas
y el juego se prolonga
en los grises
y los azules cielos
de una tarde
en que se sale al campo.
Brota de repente
la ternura
de cuerpos recostados
que, poco a poco,
acercan ya sus labios.
Los desnudos flotan
y se recuestan en si mismos.
No hay objetos,
solo hay cuerpos desnudos
y el halo que de ellos se desprende
o que los ilumina
desde el pincel del alma.
Hoy, Don Ricardo,
viví en sus atmósferas
y regresé a los aires
de lo humano perdido
por usted rescatado.
Los rescoldos se avivan
y crece su pintura.
Entro en su mundo
de luces y de sombras.
En ese mundo
por usted inventado
está el hombre que ha sido,
es y será
mientras otro hombre sepa
celebrar su figura
y devolver al mundo
la plenitud del cuerpo.

 

Hugo Gutiérrez Vega
Copilco el bajo
2008


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