Descanso de fin de año, andar pintando en el frío
Por Ricardo Garibay.

Tocayo ¿qué ha sido lo principal? Para llegar a esta obra ¿qué ha sido para ti lo principal?

Ricardo Martínez alza la cara y pasea los ojos por las frondas. Habla aprisa y con voz queda, como de pasada, como si hablara de otro y no de sí mismo, de otro no muy digno de atención.

-Pues…no sabría decirte exactamente; el trabajo, claro,(…) tantos años de trabajo constante, pero junto con eso, cierta forma de soledad, tal vez, un apartarse de propósito de los demás, de los del oficio, sobre todo, buscar obsesivamente a solas lo que se ha venido encontrando.

-A solas, sí, tienes fama de solitario y hasta de intratable (…)

-Bueno, tú sabes que no es así. Tú sabes que no se escoge la soledad como regocijo, duele, duele andar en el frío, duele mantenerse ahí buscando, lejos de la autocomplacencia y del mercado. Lo menos que puedes hacer con tu devoción es respetarla, sacarle el jugo, en serio, no ofrecerla como un producto más de la sociedad de consumo. Ya el talento de que dispongas es otra cosa, aunque sea poco, te le debes, no puedes entrar en el manoseo de los artistas baratos que tanto disfrutan el triunfo a voz en cuello, por pasajero que sea. Tienes que guardar cierta porción de ferocidad interior, una dosis de independencia personal que nunca pones en juego, en riesgo, la necesitas para poder esclavizarte a fondo en tu tarea. ¿No es así? La esclavitud donde consigues al cabo del tiempo ser enteramente libre. 

Sus cuadros son de dibujo lineal, elemental, sumamente preciso y desnudo. Nada defiende al trazo, que se da y se ofrece casi con altanera impudicia, sin sombra de trampa o de argumento, sin adjetivo alguno. Limpios dibujos, igual que ideas. Son figuras; hombres y mujeres alzados, agachados, yacentes, sentados, girando, hundiéndose, elevándose, que forman a través de los cuadros una especie de ballet de sueño monumental, en abismos de luz, de antigüedad tremenda, de esencial eternidad. El hombre que de alguna manera somos, hemos sido, seremos allá en el fondo, en lo más hondo de nosotros mismos. Estos hombres y mujeres están rodeados por espacios en los que están inmersos y son también espacios interiores. Bandadas de peligrosos espacios que serían torpes vacíos si no estuvieran poderosamente poblados, tenuemente habitados de ritmo y de luz: color como sueño de color, como su anuncio y a la vez como su inevitable almendra. Grandes masas rotundas, de condición etérea, evanescentes. Metafísica del cuerpo. Palpabilidad, grosor, tacto pleno, cuerpo de la imagen. Seres humanos con algo de remotísimo animal, precortesianos, celestiales y nocturnos, piel de luz y de piedra. Máscaras. Rigidez. Gracia casi en deliquio: las largas curvas sedeñas desde donde vigilan o se abisman las figuras. (…) Entre lo simiesco y lo angélico queda el hombre: colosal, impalpable, simplísimo, misterioso, divinal, nadando en su propia luz, en equilibrio perfecto entre los cuatro ángulos del cuadro, dominados con segura perfección.

Hay una intensa preñez de poesía, de historia y de reflexión, de capacidad para abstraerse en la materia del alma. (…) Ojos de hace siglos, clavados hoy en esa claridad increpada. Acaso el misterio no sea más que una punta radiante rodeada de negruras.

 


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