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portada-ojodejaguar.jpg Ojo de jaguar
Efraín Bartolomé, UNACH/
Casa Juan Pablos, México, 2007

Por Claudia Morales
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¿Qué se necesita para tocar al mundo con otras manos? ¿Para sentir con otra piel las hojas que cubren el lomo de una selva? Tal vez mirar a través de otros ojos.

En Ojo de jaguar Efraín Bartolomé ofrece su visión, crea un universo vivo y exótico. El poemario se divide en ocho partes, lo que configura un equilibrio intencional que cobra cabal sentido con el último poema. La primera parte de Ojo de jaguar cuenta con cuatro segmentos (Selva adentro, Tiempo de agua, Donde habla la ceniza, Corte de café) los cuales introducen al lector “selva dentro”, bajo interminables días de lluvia.

Es la naturaleza el personaje principal donde “No pasa nada/ sólo el verde silencio”. La selva se configura imagen tras imagen bajo el asombro de un yo literario que primero describe con admiración y luego con nostalgia, a la naturaleza de la que fue parte: el destierro certero de un hombre de su paraíso. En poemas como “Casa de Monos” o “Cartas desde Bonampak”, Efraín Bartolomé expresa la nostalgia del hombre expulsado de la naturaleza por los roles sociales. “—Nos vamos ya papá/ El niño y yo volvemos el camino./ Animales y plantas, callados como siempre,/ desde el fondo de sí,/ me reconocen”.

Ya Walt Whitman ofrece en “Hojas de Hierba” un acercamiento similar a la naturaleza “A la naturaleza sin freno, con toda su energía original”: develando al hombre a través del entorno. Bartolomé se aproxima a la misma intención, pero se aleja en la profundidad. En Ojo de jaguar hay más un afán descriptivo, un reto al olvido, que pretende preservar un lugar determinado, pero es una descripción amorosa y apasionada donde se apuesta a los regionalismos y a los referentes culturales de una comunidad específica.

La primera parte de Ojo de jaguar termina con “Corte de Café”, poema que retrata el ambiente hostil de los cafetales chiapanecos en los que “Alguien dora el café/ y se quema las manos/ otro más va a molerlo/ y a molerse las manos/ después lo beberemos/ exquisito/ y amargo”.  En estos poemas de corte “social”, Bartolomé revive a personajes de la historia chiapaneca, ficticios y reales. Desde Gertrude Duby, alemana exploradora y defensora de los indígenas lacandones, a quien Efraín Bartolomé dedica el poema “Ala que no vuela”, hasta otros como B. Traven a quien se refiere, parafraseando a Quevedo, como: “polvo enamorado”. Aparecen también, Juan Ballinas, primer explorador de la selva y el  “hijueputa” Cadejo, leyenda chiapaneca.

Los poemas de Ojo de Jaguar están escritos en verso libre y verso blanco, en los que Bartolomé crea imágenes de gran redondez poética como “En el polen más denso de la noche/ el silencio se enrosca como una serpiente”. Además se guía con gran éxito por el oído y a medida que avanzamos, la rima se pierde y da paso a fragmentos enteros de prosa.

Después de someternos a la seducción de la selva, los poemas nos introducen a ciertos pueblos, aparecen más humanos que animales y escuchamos voces por todas partes que nos guían hacia el final: “Audiencia de los confines” donde “va Samuel Ruiz encabezando un silencioso ejército descalzo”.

Ojo de jaguar se convierte en una antología detallada y satisfactoria que retrata un entorno sufrido; ofrece un yo literario que ve el mundo con asombro y fascinación que se contagian. Si bien es verdad que cada palabra escrita por Bartolomé nos refiere a Chiapas, podemos ignorar que se trata de un lugar geográfico específico, determinado por un contexto histórico; desconocer palabras y regionalismos, gracias a que el ritmo de los versos crea, en el mayor de los casos, sensaciones vitales a las que no oscurece el hecho de que nos tropecemos con palabras como Cadejo, anonas, coyol, jocote: caminamos en la selva, nos acostamos insomnes en un rancho, somos los ríos que cruzan campos interminables; somos “el aliento,/ el viento,/ la vida”; el ojo del jaguar que lo contempla todo.


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