No. 92 / Septiembre 2016
Leer un poema...
 

Poesía y cuerpo. El cuerpo del poema 

 

Carmen Villoro



La poesía, a diferencia de otros géneros literarios (la narrativa o el ensayo, por ejemplo) se produce a partir de registros corporales difusos en busca de representación. Es el cuerpo, no la mente, donde comienza el poema. Es ese azul que brilla frío sobre los tejados de Montreal; la estela que un barco de juguete abre sobre la superficie del agua en el estanque; la temperatura y la presión de otro pie sobre el nuestro; el croar de las ranas entre la oscuridad (bajo la noche); el sabor de un higo en el bullicio del mercado, lo que detiene el mundo, lo que dispara un verso. La mirada, el oído, el gusto, el tacto o el olfato, o varios sentidos al mismo tiempo, han detectado un estímulo, más simple o más complejo, y, como si se tratara de una red de transmisión de luz, lo han irradiado de inmediato al cuerpo en su totalidad convirtiéndolo en una experiencia emocional. La vivencia, que es actual, trae a cuento otras experiencias ya vividas, guardadas como recuerdo en la memoria, que irrumpen en el momento presente enriqueciendo la experiencia. El poema estará conformado, en un primer momento, de un encuentro perceptual y las asociaciones que lo acompañan de manera natural. Todavía no está escrito. Hasta ahora el poema es ese asalto al cuerpo que hace dar un brinco a la linealidad de los acontecimientos. Para el que es poeta, ese primer estímulo busca la palabra, necesita ser nombrado para ser procesado. Se dice, por ejemplo: “Es de día en la noche de Montreal”, o se dice: “escribes en el agua, barquito, un verso de mi infancia”. Eso se dice en la imaginación o se escribe en el papel, pero eso no es un poema, es solo el esqueleto de un poema o, mejor dicho, es la columna vertebral embrionaria de un poema que crecerá a expensas de ese verso, de esa imagen, de esa aglutinación temporal y pasajera de palabras que abren un cauce e inician un sentido.

No hay, entonces, en la poesía, un tema a tratar, un guion armado, una historia que cubrir. Hay un cuerpo sensible que se deja sorprender por sus propias asociaciones y la manera como éstas se imantan entre sí, se agrupan y dispersan como si fueran nubes que obedecen fenómenos atmosféricos. Es por eso que los poetas tenemos la sensación, cuando escribimos un poema, de una fuerza superior que nos dicta el texto, “Inconsciente” o “lenguaje”, esa fuerza, que es nuestra pero que no la vivimos como tal, utiliza nuestro cuerpo para expresarse.

Después, a esa primera línea, vienen a sumarse otras. Pienso, por ejemplo, que el edificio recortado contra el cielo azul metálico se parece a aquel cuadro de Magritte, “El reino de las luces”, en donde afuera de la casa parece ser de día mientras adentro de la casa es de noche. En este juego de adentro y afuera una posible siguiente asociación sería: afuera de mí parece de día, pero adentro de mí es de noche. 

Estoy hablando, desde luego, de cómo funciona mi proceso creativo, tal vez cada poeta tiene un proceso creativo diferente, pero me atrevo a pensar que son más las coincidencias que las diferencias. Y eso se puede ver, y escuchar, cuando los poetas leen sus poemas. Todos marcan una cadencia, es decir, involucran el cuerpo en la lectura. ¿Por qué? Porque su creación tiene mucho de cuerpo. Viene de esa experiencia emocional que quedó registrada en el cuerpo como un asalto que sólo la respiración acompasada irá calmando. Y la respiración es ritmo. En el poema Piedra de horno, de Nicolás Guillén, podemos apreciar claramente el ritmo.


Piedra de horno


La tarde abandonada gime deshecha en lluvia.
Del cielo caen recuerdos y entran por la ventana.
Duros suspiros rotos, quimeras calcinadas.

Lentamente va viniendo tu cuerpo.
Llegan tus manos en su órbita
de aguardiente de caña;
tus pies de lento azúcar quemados por la danza,
y tus muslos, tenazas del espasmo,
y tu boca, sustancia
comestible, y tu cintura
de abierto caramelo.
Llegan tus brazos de oro, tus dientes sanguinarios;
de pronto entran tus ojos traicionados;
tu piel tendida, preparada
para la siesta:
Tu olor a selva repentina; tu garganta
gritando  no sé, me lo imagino , gimiendo
no sé, me lo figuro , quejándose  no sé, supongo, creo
tu garganta profunda
retorciendo palabras prohibidas.
Un río de promesas
baja de tus cabellos,
se demora en tus senos,
cuaja al fin en un charco de melaza en tu vientre,
viola tu carne firme de nocturno secreto.

Carbón ardiente y piedra de horno
en esta tarde fría de lluvia y de silencio.


Podríamos pensar que la participación del cuerpo tiene que ver con el motivo del poema: una experiencia erótica. Si bien es cierto que el erotismo facilita la disposición del cuerpo del poeta, quiero postular, en esta reflexión, que el cuerpo está siempre presente, se trate del tema del que se trate, si bien es cierto que de manera más obvia en la poesía erótica.  
El ritmo, elemento compartido con la música hace de la poesía un género mixto entre la música y la literatura,
de ahí la naturalidad de musicalizar los poemas. Lo que hace el músico cuando “musicaliza” un poema es revelar la música que el poema encierra en su estructura. La emoción es ritmo.

Así como el poema se gesta en el cuerpo, su comunicación también es a través del cuerpo. No es lo mismo leer un poema que escuchar al poeta decir en voz alta su poema. Lo cual no sucede con el ensayo. Podemos leer a Freud o a Green y no nos hace falta su voz, pero si alguna vez escuchamos a Neruda o a Borges decir sus versos, queremos siempre oírlos porque la transmisión conlleva una textura, un timbre, un tono y la cadencia que íntimamente infunde su creador a la obra.
 
Propongo un esquema para la participación del cuerpo en la poesía:

 

 

Crear                    Representación palabra                  Comunicar

 

Imagen                                                                     Imagen

 

Cuerpo                                                                      Cuerpo

 

Es por ello que, de un narrador se dice que tiene que encontrar su propio estilo, pero de un poeta se dice que tiene que encontrar “su voz”, y aunque es una figura metafórica, es una alusión clarísima a esa parte que, siendo del cuerpo, parece que es algo distinto al cuerpo. Es precisamente la voz el eslabón entre el cuerpo y la psique. El puente que permite transitar desde la experiencia subjetiva de uno a la experiencia subjetiva del otro. La voz tranquiliza, calma, incita, seduce, hipnotiza, subyuga. La voz es otro tipo de tacto, pero tacto al fin.

En su camino ascendente hacia la representación, el poema alcanza forma y contenido. Significante y significado se funden en la estructura verbal del poema. En el cenit del mismo se nos olvida que viene del cuerpo y se erige como un objeto sagrado. Su significación es tan profunda que la idea brilla y enceguece a la imagen y al ritmo. Pero una vez alcanzado el punto álgido, se despliega sobre su propio campo y regresa al regazo original.Porque viene del cuerpo, el poema tiene también un cuerpo. Se estructura en la página como un objeto que ocupa un lugar en el espacio. Tiene brazos y piernas, antenas y dedos. Tiene movimiento como si fuera un insecto. Su estructura tiene una razón de ser. Como en ningún otro género, la distribución de los versos y de los espacios en blanco de la página tienen un sentido. Palabra y silencio se intercalan formando una composición visual que es también auditiva. Cada verso es así y no puede ser de otra manera porque sería otro ser. El poema es más un animal que un discurso y hay que aprender a respetarlo. Hay animales soneto y animales copla. Hay poemas araña y poemas huella de pájaro; hay poemas cansados y poemas frágiles; poemas tan ligeros que se dispersan en el aire como semillas de nomeolvides y poemas piedra que cimientan culturas. Pero todos tienen cuerpo y son un reflejo del cuerpo que los escribe y también del que los lee. Porque 
la contraparte de la escritura de un poema es su lectura, o su escucha. Escuchar o leer un poema también implica al cuerpo. Hay que dejarse inundar por las palabras, por su tono, por su timbre, por su ritmo, no para entenderlo racionalmente, sino para comprenderlo a profundidad, y para disfrutarlo.