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No. 92 / Septiembre 2016


Carlos Llaza 
(Lima ,1983; vive en Arequipa)

 

Mi madre separa los desechos vegetales 
para tirarlos en los panteones 
que ocupan el jardín.

Son dos rectángulos que albergan huesos
de aceituna, corazones de palta, 
ojos de papa, esqueletos de púrpura.

Los ocupantes están cubiertos 
de moho blanco y verde.
Las tumbas huelen a trago dulce.

Sé que en la calle las ratas hurgan 
cuerpos de jebe, mientras en casa la nube de moscas 
viene al asalto de mi cabeza.



calaverita


Mi abuela guardaba un cráneo 
en una caja de cartón.

Calaverita era el guardián
de su kiosco en el colegio.

Tener un cráneo, al parecer,
era común en ciertos círculos,

no obstante nunca 
me dejó acercarme al niño—había sido un niño.

Solo sé que lo encontró casi incorrupto
en un bosque de eucaliptos

junto a la tumba de un perro
cerca del río.



lo que no dijo Stetson


el cadáver que planté
el año pasado en mi jardín
ya comenzó a brotar

ahora paso las horas
en este trono de plástico
a la espera de las flores

con tabaco de liar 
y licor escocés
en vigilia para impedir 

que mi buen amigo el perro
hunda sus garras y arrase
con los huesos