No. 92 / Septiembre 2016


Poéticas de la Negatividad
 
Entre coleccionistas te veas o Nivel de palabra
 


Por Ana Franco Ortuño

Blog de Crítica. La palabra es una cosa, Ricardo Pohlnez

Cuando pretendo mostrar a mis alumnos cómo funcionan las palabras me meto en un berenjenal. Es más fácil enseñar funciones que se articulen de maneras en apariencia más complejas, mediante relaciones determinadas. Palabra es una palabra que los chicos de catorce años tienen bien clara: una pieza delimitada por un marco blanco o esas etiquetitas que imaginariamente ponemos sobre las cosas; así pues, Ricardo Pohlenz asume esta condición que, como tal, tiene una materialidad innegable: "Una cosa es una cosa" es una cosa…

Como elemento gráfico en el mundo del arte, del diseño o en la poesía concreta, el objeto-palabra cuestiona la significación porque forma parte de la referencia visual y como signo, y se integra en una narrativa compleja que comprime el ejercicio de la linealidad de un texto escrito y sintácticamente estructurado o desestructurado: novela o poema, número de caracteres o conteo de páginas, folios y el tiempo que requiere su recorrido, esclavitud del ojo, etcétera.

En el mundo de la poesía en soporte de papel, la de los libros del siglo XX, la que no se considera vanguardia (ya sé, ¡peligro!), el nivel de palabra aparentemente se integra a estas esclavitudes y su efectividad se recargará en otros asuntos; la suma de significación será más o menos lineal, más o menos constelar, más o menos memorable, más o menos efectiva.

En la biblioteca (más o menos numerosa) de libros de papel que tengo, hay los de algunos autores que me parecen coleccionistas de palabras pero, ¿de qué modo no todos los poetas lo son? Pues bien, cuando los leo me sucede que las palabras parecen adquirir tonalidades diferentes y sería factible que al cerrar el libro (esa caja), saltaran en desborde. Este desborde no se debe (aunque podría en algún caso) a las formas, por ejemplo, del neobarroco; hablo más bien del excedente que rebasa lo propio o lo necesario, lo que puede únicamente decir lo que se dice; hablo del teratoma que permitió a Pohlenz ver post it o "vínculos hechos con palabras (…) articulados en el aire, como un añadido que se le hacía al mundo, una extensión que era (y no) un mapa que le daba sentido y significado" a lo que lo rodeaba.

El foco del coleccionista se centraría en dos cuestiones, por un lado, el vocabulario abundantísimo (la colección) y, por otro, el recordatorio (consciente y estético) del elemento plástico que miente cuando pretende la nominación del mundo; la mentira es el recurso; el “eso que ves ahí, no es” de Coral Bracho. No hablo, desde luego, de sentidos metafóricos (evidencia inútil en este caso); no hablo de contextos, si esto es posible. Aunque me contradiga más adelante. 

En Escríbeme una llave, Norberto de la Torre empieza el libro con un epígrafe de Jacobo Fijman que refiere al absurdo, y en la serie de textos convoca el silencio y la falsedad. De la Torre ama las palabras, escoge sus piezas favoritas, las enumera y acomoda para recordarnos constantemente el peligro de caer en la trampa del sentido, la trampa de creerle al poema: Dios hace castillos en el aire y el poeta tratará de construir un juguete o algo más.

Verde, amarilla, absurda o roja la palabra pertenece al vendedor de escobas o de acrósticos y al detective ciego; el sentido es apenas el tumor de un verso que se extiende y se niega en “la palabra pan fuera del horno” o en el filósofo perplejo frente al “no”: semillas y agujas. “Perro”, por ejemplo, es el letrero de su anuncio y muerde desde la sombra de su inexistencia.

Otro acumulador del gremio poético es Eduardo Moga, quien desde una posición existencial, escribe Insumisión, libro no secuencial que intercala poemas en verso y prosa, y que abarca reflexiones posiblemente autobiográficas, intertextualidad dialógica con Cabeza de Vaca, listas de versos ‘prestados’ pero con referencia de su autor en orden alfabético o enumeraciones de pájaros e insultos. La contraportada señala la intención de “ser oído en el fluir que lo contiene”, como “única manifestación” del ser nombrado del mundo. Más allá de la intención heracliteana, la escritura de Moga es una concatenación complejísima de diálogos e imágenes, seguramente consigo, pero también y desde luego, con la ficción de la lengua; y en ello insiste, como de la Torre, con base en el silencio. Se trata sin embargo, de un silencio (oscuridad) que parece surgir del estallamiento y en magmas de palabras se extiende más hacia el mundo de Hefesto que al de Apolo.

El objeto-palabra en Moga miente y se niega por intercambio y por agotamiento, y el nombre oculta lo que promete, toma la forma y la textura del engaño: mueble o libro cerrado.

Es verdad, en ambos casos, que el límite del mundo son las palabras y que, en un acto casi traidor éstas son con frecuencia y también, lo que cura. El coleccionista de palabras, como todo acumulador, se salva en el pulimento de su tesoro. Yo guardo entre mis libros algunas cajas de palabras.

No voy ahora a ejemplificar con poemas (y así me desdigo menos); voy, por primera vez y para celebrar el aniversario del Periódico de Poesía, a hacer un regalo:

Caja de palabras Torre-Moga (encuentre, imprima y recorte cada quien las suyas, guárdelas en una cajita, mezcle)

 

cereal afasia deposición uno estornino cielo hiatos orquídeas
ruleta padre detectives oh amasijo añicos reloj subo
y patas macerados velas carena cuerpo huye zozobrar
tres minutos titilar helos tataranieto dicen letal crupier
que lunar jabalí sino tarados humillación cercene
rictus lápiz diógenes solo dragones yacen   hormigas
caer perejil desagua ene casuarinas naranjas acto húmero
nada cuento álamo azul alquiler manojo posee cormorán