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La quietud del esperado
Javier Sicilia,
Reporte de lectura para la UNAM,
México, 1988.
Por Francisco Segovia
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No. 93 / Octubre 2016



Javier Sicilia: La quietud del esperado

 

Demasiado San Juan de la Cruz, podría decirse a primera vista. Pero ¡es tan evidente! La última sección del libro (“En la quietud del esperado”), sobre la que pesa el resto de los poemas, es una clarísima profesión de esa fe: toma el metro de San Juan, y buena parte de su vocabulario, y el tema principal (“la amante en el amado transformada”), a veces incluso imágenes completas... No hay pues engaño en ello: a la acusación “demasiado San Juan” se responde con un “¡de eso se trataba!”

El resto del libro es todo sonetos. Y también en ellos parece clara la intención de haberlo tomado todo de algún sitio: no sólo la forma métrica sino también el tema y el tono (y por si no quedara claro alguna vez, ya en el primer poema se nos advierte: “a la manera de Cavafis”; es decir, tono de Cavafis en metro castellano).

Un primer punto queda claro. A no ser que uno se trague la idea de que un apego tan rotundo a la tradición es hoy en día prueba de originalidad, el libro de Sicilia no busca nunca ser novedoso. En ello halla su mérito, pero también su límite.

Aceptar que uno recibe (o elige) una tradición sobre la cual puede ejercitarse (como en un oficio: el de contar sílabas y rimar, por ejemplo), podría verse como una prueba de humildad. Cristianamente, tradición es comunión; es decir, “comunidad” de los seres humanos. Sin embargo, Sicilia no elige a San Juan por su comunidad (en ninguno de los dos sentidos de esta palabra: ni por la comunidad religiosa a la que perteneció, ni por ser hombre común); lo elige, al contrario, por aquello que lo distingue de los demás miembros de una comunidad... La tradición y su modelo entran en conflicto.

Pongamos el conflicto de otro modo: Sicilia toma con humildad a San Juan; pero ¿es humilde él por tomar a San Juan o hace humilde a San Juan por tomarlo él? Como actitud de fondo, la paradoja es irresoluble: La quietud del esperado es humilde por el mismo gesto que lo llena de soberbia. Pero ¿cómo encarna esta actitud en el libro?

Aunque hay momentos en que vuelve los ojos a una suerte de misticismo práctico (la santidad de las personas atestiguadas en “Retratos”), el libro de Javier Sicilia está comprometido en el misticismo contemplativo. Y aun hay que agregar que la calidad de esta contemplación es más poética que teológica, porque en ello se ve la efectividad de su tradicionalismo: ahí donde la teología exigiría de San Juan un “progreso espiritual”, o un mero “comentario”, la poesía no le pide más que apego. Pero ¿a cuento de qué viene el apego de Sicilia?

No cabe duda de que Sicilia es un poeta menor en relación con San Juan o la tradición mística. Pero su actitud, que se declara como la misma que la de San Juan, no pude ser en sí misma menor. ¿Se trata, entonces, de una actitud sobrada en poemas más bien discretos? Pareciera que Sicilia busca convertir su libro en un humus donde San Juan podría ser posible. Oficio de restaurador o de arqueólogo, el de este libro que busca el emplazamiento del misticismo español de los siglos XV y XVI. La quietud del esperado quiere, más que allanar, desbrozar el camino de San Juan. Y mostrarlo limpio, hoy.

Volvamos a decirlo: a la acusación “demasiado San Juan” se responde con un “¡de eso se trataba!” Pero ¿de qué se trata que se tratara de eso? Tal vez de reconstruir la vieja antena mística, de ponerla de nuevo a transmitir y ver si alguien todavía agarra la onda. No creo que el libro alcance de veras a emitir en el espectro místico, porque Sicilia no es un místico él mismo, pero cuando menos tiene como centro el misticismo. Digamos, con rudeza, que en este libro Sicilia es la onda de San Juan —y, si se quiere, su vehículo restaurado, su camino desbrozado—, pero no su mensaje. Sin embargo, sospecho que esta misma actitud hallará necesariamente su “comunidad” en el terreno poético o, más ampliamente, en el literario. Y esto es algo que Sicilia no sólo sabe sino que explicita: todas las dedicatorias de su libro (excepto la más general) son a escritores más o menos conocidos de su propia generación. Así, la comunidad interior del libro (religiosa) contrasta con su comunidad exterior (mundana). Para hacerla coincidir es necesaria, ya se ve, la figura tutelar de San Juan de la Cruz, poeta y místico en un solo gesto. Es así como se concilian en un hombre sus comunidades íntimas: la religiosa (pero que conste: la religiosa, no la mística) y la mundana. El misticismo es tema y vínculo, ya que no experiencia. Y San Juan es el emblema de las comunidades concertadas —no sólo ya por ser poeta y místico sino también por fundir en un solo crisol misticismo y erotismo... En este sentido, este libro trata de la unión de cuerpo y alma, según San Juan.

La quietud del esperado es un libro macizo y claro, lleno de buen sentido y mejor oficio, destinado —según me parece— a una comunidad más literaria que religiosa y, por eso, más lanzado al siglo que a la histeria monacal, más efectivo que valiente, más bien hecho que original. En lo mejor de este libro se muestra un lector muy atento y muy comedido, que a ratos tiene algo más que esas dos virtudes.

Una última cosa: el título desconcierta. El autor parece desmentir en él la plena actividad erótica que el esperado ejerce a sus anchas en los poemas. Lo peor que podría pasar es que alguien se conformara sospechando que esa quietud significa que el alma erotizada “sueña” la relación que no tiene de bulto. Sería, cuando menos, pudibundo y mojigato. No, el esperado no está, no puede estar quieto en ese sentido. Entonces ¿en cuál? Tal vez un lector más atento que yo pueda resolver el enigma.