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No. 93 / Octubre 2016


Ingrid Valencia  
(Ciudad de México, 1983)

 

Cosmódromo 


Pasa por la mirada un tren interminable,
va dentro el ojo de la abuela con su huerto de vidrio,
van dentro las bocas de mi madre con su jardín cerrado, 
van las cajas de cartón más preciadas y todo huele
a fruta seca, a naftalina, a pliegues de lino al sol.
La lumbre se come con insistencia, se cuelga de los labios. 
La tristeza es confusión porque soy vaho y sorbo,
Sí, sorbo las cajas llenas de gente y balcones
y escupo mi nombre cada abril para hablar con un muerto, 
uno que cae de pie apenas pregunto cómo sería.
Sí, cómo sería su mano ahora que es un objeto,
cómo sería el agua entre peces que flotan en casa,
cómo sería su lengua ya eléctrica con sillas de ruedas,
con sillas que se hinchan ya iluminadas, ya sin nadie,
ya de madera crecida en el bosque de los ojos. 



La vida artificial                                                                                                 

                  Una lámpara. Un vaso. Una botella
                       sin más utilidad ni pertenencia 
             que estar allí, que dar a la conciencia 
             un soporte casual. Mas no la huella...
                                            Severo Sarduy


Avanza el polvo
Mejor sería confundir la piedra con un llanto
creer que esa casa conservará las palabras, los silencios, cada
golpe y herida
Solo las sombras se dispersan

Una casa es una casa cuando susurra cada objeto, cuando canta 
una luz
cuando alguien muere al salir de ella o en ella
Una casa es un vacío que ha de llenarse de pretextos

Ahora no hay lugar que alcance
otras miradas se han estacionado en el aire
El asco carcome
lento
a pasos intermitentes

El suero gotea
los peces respiran
mi madre respira
La vida recorre angostos túneles de transparencia artificial
Nadie quiere entender que la piel es más veloz que la calle
Avanza el polvo. Avanzo.



Abrirse paso


Caminar y dejarse caer como un asesino en el asfalto, 
en la reja que hilvana los minutos. 
Salir corriendo por un césped rojo lleno de espinas, 
de pétalos púrpura. 

Contar la historia de la epilepsia nocturna 
que inflama la boca con su cosmos de aluminio. 
Salir ileso de los gritos, de los espejos que me agrandan:

las manos sujetan las flores muertas del insomnio.