No. 93 / Octubre 2016


Poesía y política


Oblivion

Jorge Aulicino

¿Por qué nos da a veces por imaginar un futuro aséptico? Un futuro de perfectas máquinas cuyos motores y circuitos electrónicos, memorias digitales y pequeños engranajes susurran mientras hacen el trabajo que no hacemos. Alrededor, detrás de los grandes ventanales de ciudades vidriadas y autosuficientes, un mundo devastado: sin flora, sin fauna, sin seres humanos ni ríos. Quizá un mar, ominosamente quieto.

No hay en ese mar, en sus orillas, en los desiertos que nos rodean, cascos de barcos o carcazas de camiones, rojos de óxido, ni ruinas de silos, costras de cemento de antiguas autopistas, pilares carcomidos que alcen unos dedos de fierro al sol, un edificio con una cúpula de cristal milagrosamente intacta pero ennegrecida hundido hasta el techo.





Cada vez más ―observo− las ficciones futuristas optan por lo totalmente privado de vida, de ruinas y de residuos −por consiguiente, limpio. La vida humana se mantiene en sitios aislados, desinfectados, organizados y pulcros. En los años ochenta y noventa las ficciones futuristas eran todo lo contrario. Se sucedían imágenes de ciudades semi-derruidas, antiguos puertos comidos por la herrumbre, galpones, calles atestadas, lluvias interminables, hacinamiento. La película Blade Runner (1982), de Ridley Scott, basada en una novela de Philip Dick que hoy se vende con el título cambiado ―le pusieron el mismo de la película― fue el motor, el prototipo, la condensación de esa utopía negra, cuyo reinado habría de durar unos veinte años.

El modelo estético del presente respecto del futuro podría ser Oblivion (2013), de Joseph Kosinski, en la que los humanos ya ni siquiera moran en la Tierra. Se han mudado, los sobrevivientes, a Titán, una de las lunas de Saturno. Grandes torres vidriadas vigilan el espacio y también el cadáver de nuestro mundo. Como decían los carteles y tráileres promocionales, “la Tierra es un recuerdo”: los sobrevivientes tienen la necesidad y el deber de olvidar (excepto el protagonista, que cree vale la pena luchar por su memoria).

Pareciera que en estos últimos veinte años la idea que la humanidad se va formando sobre su futuro es más y más semejante a la de una destrucción total de la historia: a la idea de la putrefacción de la historia (una posibilidad prevista por el propio Marx) correspondía Blade Runner; allí llovía sin cesar y, pese a que los barrios pobres y comerciales estaban atestados, como los de la actual Shanghái, los antiguos edificios art-nouveau y art-déco permanecían semi-vacíos y abandonados; en Oblivion ya no hay edificios antiguos ni ciudades lluviosas oscuras y superpobladas: hay asepsia, lejanía. Lo que queda es casi un experimento de laboratorio que la humanidad hace consigo misma.

La idea de putrefacción de la historia implicaba una crisis sin resolución posible, un capitalismo que no avanza ni retrocede, la lenta disolución de su propia estructura y con ella una especie de caída de la humanidad en el fango histórico. La desaparición de la historia con gran parte de la humanidad era con lo que no contaba Marx. No ya “fin de la historia”: borramiento de la civilización. Sobrevivientes en botellas. “Olvido de lo creado” Juan de Yepes diría, pero sin “memoria del creador”.

Nunca hemos dudado de que las fantasías, científicas o no, expresan la percepción de un movimiento general hacia algún sitio. O al menos, el temor a que ese movimiento y el consiguiente futuro se produzcan. La fantasía del borramiento es mucho más preocupante que la de la putrefacción de la historia. La imaginación humana ha dado una inesperada vuelta de tuerca a la percepción de su propio destino: la civilización reabsorbe su contradicción interna pero debe enfrentar una contradicción exterior (con la naturaleza o con otras civilizaciones) y, como se dice en Oblivion, ganamos la guerra pero perdemos el mundo.

La poesía, en su doble movimiento de recordar y comprender ―romanticismo realista: pongámosle un nombre− es el nervio sutil de las actuales fantasías del cine. O mejor dicho, siempre ―pero más ahora− ha reproducido ese movimiento interno de las cosas para que lleguemos a comprendernos en ellas. No quiere esto decir que tenga razón sobre el más indeseado de los futuros, pero sí que podemos fácilmente precipitarnos en él.




Imagen con copyright de Daniel Simon, Oblivion Bubbleship, para Univesal.