Poesía al límite

Por Rocío Cerón


Dos jóvenes combaten en una especie de máscara contra cabellera poético. Uno, micrófono en mano, hiphopea con un estribillo que repite: “Los ilusos, ilusos no saben de palabras, los ilusos, ilusos matan las palabras”, mientras el otro escucha mueve el cuerpo y, tras el silencio del otro, contesta: “Yo no vengo a leer poemas yo vengo a hacer que la poesía los haga vibrar” y suelta un poema sobre un amor desafortunado. Cada uno va turnándose en una suerte de lucha verbal, rítmica y de presencia donde el ganador será aquel que realmente haya conmovido al público. Esto es un spoken poetry match…

 

Dos jóvenes combaten en una especie de máscara contra cabellera poético. Uno, con micrófono en mano, hiphopea con un estribillo que repite: “Los ilusos, ilusos no saben de palabras, los ilusos, ilusos matan las palabras”, mientras el otro escucha, mueve el cuerpo y, al fin, suelta la voz al callar el otro: “Yo no vengo a leer poemas yo vengo a hacer que la poesía los haga vibrar”, y suelta un poema sobre un amor desafortunado con una chica de una clase social distinta a la de él con un registro de tonos, enunciaciones y movimiento corporal que estruja al oyente. Cada uno va turnándose una y otra vez en una suerte de lucha verbal, rítmica y de presencia donde el ganador será aquel que realmente haya hecho vibrar al público. El público proclamará al ganador mediante aplausos, gritos, rechifla y hasta mentadas de madre si no gana el favorito. Esto no es otra cosa que un spoken poetry match, una “guerra” donde la voz es el arma y donde la poesía pasa de la dimensión de la página al suceso oral, al acto que combina ritmos verbales, acto escénico y poesía hecha palabra hablada. Y aunque el Spoken Word Poetry es un movimiento que nació en los noventa en Estados Unidos (con sus obvios ancestros desde la antigüedad pasando por bardos y trovadores), en México parece haber tenido un gran boom en el 2007. El Spoken Word Movement tiene como influencias las largas tradiciones de los afroamericanos y de los grupos nativos norteamericanos, quienes cuentan con profundas raíces en el arte de la poesía y de la narración orales de las historias, leyendas o mitologías de su pueblo (¿los poetas jóvenes mexicanos estarán recuperando sus raíces mexicas, mayas, zapotecas?).



Dichas performances, lecturas-lucha o poesía en escena han tenido como sedes cafés, bares y pocos, muy pocos espacios institucionales. El más importante ha sido la Casa del Lago que, bajo la dirección de José Luis Paredes (Pacho) y su ciclo Poesía en Voz Viva, han creado un foro en el cual poetas muy jóvenes lo mismo que poetas muy reconocidos (Juan Gelman se presentó este año con un espectáculo de poesía y bandoneón, la misma semana un slam poetry causaba furor entre los escuchas-espectadores) han entrevisto en el encuentro de la poesía con otras artes o de la poesía en otros formatos una distinta manera de acercar a la poesía al público y a los escuchas.

Ya en 2006 en este mismo ciclo los llamados Ositos arrítmicos de Lemuria (dueto sui generis conformado por el poeta Ricardo Pohlenz y el músico Moodifer, ex bajista de Los amantes de Lola) hacían su debut para consolidar su proyecto en 2007 con varias presentaciones con gran éxito en el ciclo de Cabaret creado por el espacio regenteado por Las reinas chulas (antes El hábito). La poesía antisolemne, coloquial y contagiosa (su “Pinche, pinche, pinche Milán” es ya una estrofa coreada por el público) de Pohlenz ha encontrado en los paisajes sonoros de Moodifer una amalgama ideal con tintes neoposmodernos. El dueto planea ya el lanzamiento de su primer cd y Pohlenz ha creado una colección de camisetas que llevan, a manera de hidden track, un poema en la parte interior de cada una.

El Museo de la Ciudad de México, bajo la nueva dirección de Cristina Faesler, es otro de los espacios institucionales abiertos a estas nuevas manifestaciones poéticas. En noviembre el colectivo MotínPoeta y La Máquina de Teatro presentaron una acción de poesía en escena donde tres voces poéticas distintas (Carla Faesler, Mónica Nepote, Rocío Cerón) con una producción visual y sonora, en un trabajo netamente interdisciplinario, generaban tres actos escénicos ligados como un universo compacto donde los poemas hablaban sobre la guerra, el exilio, la destrucción de la familia como núcleo social (R.C.), el cuerpo interiorizado, el asombro por las atmósferas nebulosas, los mitos prehispánicos contemporaneizados (C.F.) hasta llegar a una poesía que levanta la voz para hacer vivir a la nota roja (M.N.). El trabajo del colectivo contaba con el cuidadoso trazo escénico de Juliana Faesler así como la sonorización del músico y productor Bishop. Los visuales, creación del colectivo, generaban junto al paisaje sonoro de los poemas (leídos-escenificados verbalmente por sus autoras) y la música una reflexión en los espectadores sobre un siglo XXI lleno de paradojas, de extremos que se rozan y de una mirada sobre el mismo desde la posibilidad de la poesía. Dentro de la poesía en escena y las diversas formas de delivery de la poesía contemporánea en México, el colectivo MotínPoeta ha puesto en la escena, desde su origen en 2002, a la contaminación entre disciplinas como una estrategia creativa. Así lo puso de manifiesto con dos producciones Urbe Probeta (2003), Cd sobre la ciudad de México que conjunta el trabajo de 14 poetas (entre los que destacan Julio Trujillo, Luigi Amara, Enzia Verducchi) junto a productores musicales del colectivo electrónico  Konfort, y Personae (2006), un Cd que busca ser una línea de vida a través de la poesía de autores como Gerardo Deníz, Myriam Moscona, Ernesto Lumbreras o José Eugenio Sánchez junto a composiciones de música clásica contemporánea y/o arte sonoro de compositores mexicanos como Alejandra Hernández, Manuel Rocha, Antonio Fernández Ros o Rogelio Sosa.

Poetas jóvenes y con trayectoria como el regio José Eugenio Sánchez (sus lecturas son un performance en donde mezcla poesía, música y danza), Julián Herbert (sus lecturas con el grupo de rock Las Madrastras le otorgan aún más potencia a sus poemas), Daniel Malpica y su grupo de Devrayativa, Óscar de Pablo (ganador de un slam poetry organizado en el bar Red Fly de la colonia Roma), Bocafloja, Feli Dávalos (hiphopero a lo más), o los poetas en lenguas indígenas como Natalia Toeldo, Briseida Cuevas, Irma Pineda y Mardonio Carballo, entre muchos otros autores, han comprendido el poder de la voz, de la presencia del poeta en el escenario y han dejado atrás la fórmula ya caduca de leer tras una mesa con paño verde y botellita de agua.

El manejo verbal y escénico de los poetas crean sí un aliento performático donde el autor es sumamente consciente de su presencia escénica y de un manejo oral para seducir al público. Los puristas dirán que hay algo de trampa en esto, que la poesía debe leerse, y pasar la prueba, en la página, en la lectura a solas. Habría que decir que la poesía, la buena poesía, vive tan bien en la página, en su neutralidad silenciosa potenciada por la lectura, como en una lectura vibrante donde el propio autor ha reconocido las aristas, los vigores, las fortalezas y hasta las imperfecciones del poema para hacerlo un artefacto verbal cargado de manifestaciones sensoriales, emotivas, intelectuales. No sólo se trata de acercar de nuevo a un esquivo público hacia la poesía, no sólo se trata de encantarlo con desnudos o facilismos verbales (ilusos son y serán quienes crean que la mera escenificación de la poesía es suficiente), esta generación de poetas mexicanos (que rondan en años de nacimiento entre la mitad de los sesenta, la década de los setenta y principios de los ochenta), más allá de las tardías modas que llegan de Estados Unidos, se han percatado que es tiempo de encarar la realidad desde otro punto, desde otros nortes y coordenadas de lo que la poesía solemne y restirada pretendía que se siguiera ejerciendo.

Los poetas ejercen una escritura de la realidad cotidiana, una escritura que pone de manifiesto no necesariamente los exquisitos recovecos del espíritu o los acantilados del alma sino que habla de mundos alienígenas y narcotráfico (J. E. Sánchez), de mundos donde lo mismo la hidra de Hiroshima se enfrenta en los estudios Churubusco (Eduardo Padilla) que el mundo erótico del gang bang se manifiesta (Óscar David López). En 2007 la poesía mexicana ha tenido el boom de dejar el paño verde para enfrentarse en el escenario a un público que comienza a conectarse con la poesía gracias a estos distintos formatos de entrega: un delivery poético fuerte, con una conciencia escénica, con poetas que han optado por regresar a una ancestral tradición oral como una vía de resistencia ante el embate de la frase “la poesía está muerta”, como una manifestación de acciones reales de supervivencia. Una supervivencia que no sólo será de escrituras poéticas con buenos puños, sino de poetas que dejen de esconderse en lo “poético” para no enfrentarse a la realidad (“temor a la realidad” diría W. Gombrowicz), de una poesía que trasmine el aire de los tiempos que corren y en donde los escuchas-espectadores encuentren algo de sí mismos en el reflejo de esta poesía.

En esta época se ha dicho que la poesía está en crisis, por ello es el mejor momento para reubicarla entre los lectores, escuchas, espectadores. Los poetas que han olido, entrevisto o percibido que la poesía debe vivir de otras maneras han roto con la mesura y medianía de lo que sucede en la mayor parte de las lecturas de poesía en el país (el poeta mexicano es, en su gran mayoría, un mal lector de su propia obra, dicho por sus pares del resto de Latinoamérica).

La poesía, como otras artes, ha visto también en la acción interdisciplinaria una manifestación colectiva que permite al poema vivir en otro soporte que no sea sólo la página impresa. Así el video poema, el libro de artista, el poema objetual comienzan a tener presencia en la escena de la poesía nacional. Uno de los proyectos más propositivos es el de Myriam Moscona, quien ha realizado varias piezas de poesía visual como un mapa de México creado a partir de nombres de poetas mexicanos. A primera vista sólo se observa el delineado del mapa, la pieza incluye una lupa, con ella se ve que cada línea que compone la silueta de la República Mexicana son nombres, lo mismo Ramón López Velarde o Efraín Huerta que Luis Vicente de Aguinaga o Jorge Esquinca. Otro proyecto interesante es el de Minerva Reynosa, joven poeta regia, quien ha creado diez libretas para diez poetas. Cada una es distinta en su manufactura, en las series de poemas y reflexiones sobre la poesía que cada una contiene. Cada libreta ha sido personalizada con una fotografía impresa del o la destinatario al que va dirigido. Éstos han sido enviados a diez poetas quienes tendrán a su vez que intervenir con escritura, fotografías o imagen estas libretas para ser devueltas a la poeta al cabo de un año. En 2008 será inaugurada la primera exposición de videpoemas mexicanos, curada por Mauricio Marcín y quien esto escribe. También en 2008 se presentarán las primeras acciones del colectivo Negrita Cucurumbé Emisiones, un grupo de poetas que ha conjuntado a gastrónomos, artistas, chefs, músicos y hasta tejedoras y jardineros para hacer acciones y objetos de manera colectiva. El colectivo “Leer es sexy” dará, a partir de enero de 2008, un taller de intervenciones poéticas en la colonia Narvarte donde pretende apoyar a los miembros de la comunidad a crear una memoria sobre su propio barrio a través de acciones poéticas como poesía en acción, poesía portátil e impresos poéticos.

Algunos poetas mexicanos (y la tendencia va a la alta) se han movido de lugar, no sólo han encontrado visibilidad en un escenario logrando hacer vivir, y comunicar, con la poesía, sobre todo, han abierto el panorama de lo que registran sus voces. Un registro que va desde las calles y la coloquialidad hasta una poesía intelectual (más no sobrada y de organza). Estos poetas cuentan con una mirada ávida, no trasnochada ni decimonónica, que mira 360° de la realidad y que hacen de lo insignificante, de lo no “poético”, un logrado poema. Un poema-gancho al hígado. Se habla desde lo nimio (sin ínfulas pretenciosas de ser cool), se registra lo que los mass media bombardean todo el tiempo (noticias que serán reempaquetadas bajo una dosis de ironía y desencanto en un poema), se registra y se clava en el poema lo que sucede real, en tiempo real, en sucesos reales, en piel real.

Algo está sucediendo en la poesía mexicana, algo se ha descolocado para reinventarse, para recolocar las piezas del tablero. Ya no basta sólo escribir buenos versos (que probablemente leerán amigos poetas y familiares, el tío, la madre, quizá algún primo), el poeta ha entendido que su poesía puede, y debe en estos momentos históricos, vivir de múltiples maneras: en la página impresa, en la propia voz, en el videopoema, en el objeto poema, en la transdiciplina. Esto genera un mayor universo de posibles interesados. La poesía está más viva que en muchas décadas anteriores, sólo que este tipo de poesía no está en las Instituciones (aún no han podido deglutir estas manifestaciones y apropiarse de ellas), ni en las casas de cultura, la poesía se encuentra en espacios propicios: bares, cafés y hasta en casas (una nueva forma de hacer lecturas de poesía, si de cualquier forma sólo asisten a las lecturas los 5 ó 10 amigos y parientes porqué no mejor hacerlas en la comodidad del hogar donde hasta se le puede convidar una torta y un vino a los presentes). Parecería que en los días que corren los poetas quieren que el lector-escucha-espectador necesite adictivamente quedarse en el centro del torbellino de la poesía misma. Así sea. Bienvenido un poco de oxígeno a la escena de la poesía mexicana.


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