No. 94 / Noviembre 2016

Ingeniería luminosa


Minerva Margarita Villarreal


Quiero la libertad, y la más alta
libertad del silencio en el olvido
¡y es el aire del mundo el que me falta!



Aunque en sus inicios explora el poema largo, asociando innovación y clasicismo en su irreverente Fábula de Narciso y Ariadna, Gabriel Zaid ubica su registro esencialmente en el terreno del poema breve, del soneto (con su invención del soneto en prosa),1 y del epigrama de filiación latina —agudo en ironía y eléctrico en sarcasmo—. Y no será hasta la edición de 2009 de su antología personal Reloj de sol, 14 años después de su primera publicación, cuando vuelva al poema largo con una propuesta novedosa, cargada hacia una narratividad que parece emerger del silogismo. Así, reconocido por el desvelamiento de la realidad, participa del ingenio en varias celebraciones:

Logra asir la materia vana y apetente: cuerpos, animales, objetos y circunstancias: el automóvil con sus velocidades y accidentes; la pasta de dientes y la sonrisa fabricada; el diccionario y la piscina; ninfas que son flores que se quedan pensando; o cifras de la noche o de la madrugada que desnudan el amor y lo dejan expuesto.

Abre la puerta a la dimensión divina en el plano de la trivialidad. Hay dioses rectores en la poética de Zaid: el sol, por ejemplo, como herencia de Alfonso Reyes y de Monterrey, su propia ciudad de origen, donde abrasa varios meses del año; el fuego, como hálito del Dios bíblico, que como zarza representa a un tiempo el vacío y la humildad necesarios para que se produzcan el éxtasis y la infinitud, y también es huella viva de la primera invención; las nubes, que en su registro son estrellas que se desvanecen, antes ninfas de la lluvia, nacidas de Poseidón y Tetis; o la misma Circe, por cuyo amor celebra su naufragio. Zaid reivindica a estas deidades para contrarrestar los efectos de otro Dios: el tiempo, que se presenta, a contrapunto del poema, como artífice de la interrupción de la eternidad. Así cobran fuerza los espejos que la capturan, porque la eternidad en esta poética es sinónimo de la belleza, de los manantiales y ríos, de los árboles, y es la manifestación del amor.

A través de la síntesis, del carácter luminoso de la brevedad de sus poemas, su obra resplandece y hechiza. Nos congracia. La música de su versificación envuelve como ondas de agua después de haber lanzado al fondo la piedra. Logra comunicar el resplandor del sol en el océano, en el desierto y en el tráfico como si la contemplación nos viera pertenecerle. Bajo esta contemplación, término que en sí contiene la palabra templo y a la vez condensa y templa la aventura verbal, Zaid hace del poema un templo y, en orden de la sonoridad del verbo, acerca y ofrece la oración. Hacia donde no vamos, va Zaid, y en este camino se produce el hallazgo.

Con esta contemplación activa del paisaje enmarca en él situaciones específicas, porque el paisaje nos perfila y define: los elementos orientan la vida: “y los vientos te empujan, las olas te conducen”2; carreteras donde un auto encalla como nave equivocada, así registra esta memoria emocional el accidente que cobró la vida de uno de los poetas más importantes de su generación: José Carlos Becerra; ríos para que Narciso prosiga su causa; embotellamientos de coches en las avenidas; y la inexistencia misma de los taxis. Este último anhelo de conseguir un taxi en la ausencia de taxis reemplaza la urgencia del Dios que se ausenta hasta manifestarse extrañamente bajo el conjuro interno de esta música que es llama, fuego de la palabra.

Versos precisos y preciosos, campanillas de luz que inesperadamente se pronuncian y traen el viento, traen una gacela, un poeta que pregunta al lector:

¿En qué momento pasa de la página al limbo,
creyendo aún leer, el que dormita?
La corza en tierra salta para ser perseguida

hasta el fondo del mar por el delfín,
que nada y se anonada, que se sumerge
y vuelve para decirte no sé qué.3


Alarma, por acuciosa y cierta, su preocupación por el fenómeno de la lectura al grado de que hasta su lírica se inquieta. A través de la utilización de la segunda persona del singular, Gabriel Zaid invoca al otro; busca al par, a la pareja, al lector, con una intención especular y dialógica, arraigada en un principio religioso que abreva tanto del cristianismo como de los antiguos griegos. Y desde aquí, desde la intimidad que arraiga el ejercicio de la lectura, se activan sus disparos.

Ya en sus primeros poemas se desplaza una sabiduría que fusiona estética, razón y espiritualidad. “Acata la hermosura”, que inicia su Seguimiento, de 1964, es casi una tesis mística:

Acata la hermosura
y ríndete,
corazón duro.

Acata la verdad
y endurécete
contra la marea.

O suéltate, quizá,
como el Espíritu
fiel sobre las aguas.4


Su poesía es incitadora, exalta la creación con imágenes que se desprenden nítidamente de la misma naturaleza, como en “Nacimiento de Venus”:

Así surges del agua,
                    blanquísima,
y tus largos cabellos son del mar todavía,
y los vientos te empujan, las olas te conducen
[...]5

Pero va más allá. Contemplamos a Botticelli al tiempo que después, en “La ofrenda”, penetramos en los parajes del Cantar de los cantares:

Mi amada es una tierra agradecida.
[…]
Cargada está de dádivas, pródiga y en sazón.6


Este trato dialógico, que comienza aludiendo a la amada, propicia el cuestionamiento a través de una sustanciosa discusión con Dios generada por medio de correlaciones inquietantes. La poesía se convierte aquí en el medio que acerca la eternidad —vínculo y certeza de Dios— con  nosotros, los lectores:

¿Y qué se hará la senda
que te iba dejando,
migas de mí, poemas,
pistas para encontrarnos?7

Este poema paradójicamente se titula “Templo”. ¿No es la hostia una migaja de Dios? ¿No nos está acercando Zaid al acto de la comunión, con la participación del cuerpo divino en la palabra?
Así concluye su “Nocturno abandonado”:

Y sin embargo existes,
comunión, y nos mueves
en íntimas palabras
que entretejen el mundo.8

No se trata, como señala Octavio Paz,9 de un poeta religioso y metafísico y —por eso mismo— de un poeta del amor, en cuyos poemas “opera de nuevo como una potencia transfiguradora de la realidad. Esa transfiguración no es cambio ni transformación sino desvelamiento, desnudamiento: la realidad se presenta tal cual”. El comentario de Paz, si se observa con atención, es lúcido, pero contradictorio.

No es que la realidad se presente tal cual, es que la poesía de Zaid nos permite asirla porque abre una puerta o más, y el aire de la realidad sale de su vacío para llenarnos. Sale de estar cautivo en esa gruta donde no leemos, donde no podemos ver, para que lo podamos respirar. En el soneto en prosa que acabo de citar, “Despedida”, el diálogo se multiplica y, así, desde las voces que lo acompañan —la Fábula de Polifemo y Galatea de don Luis de Góngora y el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz con su “no sé qué que quedan balbuciendo”—10 Zaid, más que un poeta religioso y metafísico, crece como un poeta que exige el mundo; como Sor Juana —“y solamente lo que toco veo”—11:  precisa ver para ser:

Entre vivir y pensar,
la puerta a medio cerrar.
Ver es ser de par en par.12

Reclama la presencia y la figura no solo del amado en la recia simbolización de los taxis, sino de las voces de los propios poetas que han otorgado gloria a nuestro lenguaje y han configurado una tradición que Zaid enriquece y, en la aparente delgadez de su poesía, ensancha.

No es que aquí una transfiguración genere un desvelamiento y una desnudez, sino que de la posibilidad de asir en el poema las piedras de la realidad, sus caídas y resquebrajamientos, Zaid configura un universo palpable. Así ocurre la revelación y de ahí sigue —pensemos en su Seguimiento— la transfiguración en el lector, entendida ésta como un tránsito hacia un estado de gracia que el poema favorece. No poca cosa es amparar una transformación en nuestra naturaleza. 

Ya sabemos por Einstein que la fuerza de gravedad es una ilusión; Gabriel Zaid en sus poemas vuelve asible la realidad, la hace gravitar e, incluso, y esto hay que subrayarlo, como Quevedo, no conoce el pudor para exhibir sus ángulos más íntimos. Las necesidades fisiológicas tienen en esta poética un resguardo lírico —orinar, defecar; desnudar a la amada exhibiendo sus flatulencias, o autoevidenciar el yo como un niño que requiere ser rescatado por su madre al padecer un desfiguro, en plena adultez, en una relación sexual— y son signos que aparecen no solo en poemas que presentan las décadas de la llamada ruptura generacional embestida por la desenfadada era de Acuario, sino en algunos que asocian la urgencia física con el alumbramiento, la orina a la líquida fuente del soneto, la prisa por un baño y Fray Luis de León.

He hablado de Gabriel Zaid como un poeta de ingenio porque en su obra hay una exactitud matemática para atreverse con la realidad, ponerse al tú por tú con ella, tomarla, fustigarla con sus dosis reiteradas de furia, para así, participárnosla. Pero nos la hace ver y entramos en ella no porque la esté retratando sino porque la configura desde sus obsesiones, con sus preocupaciones y homenajes, en sus reiteraciones y, particularmente, como cito en la estrofa del epígrafe, por sus contradicciones.

De ahí que me atreva a decir que Gabriel Zaid es un poeta de la realidad, tan certero y puntilloso como los mejores poetas de los siglos de oro, a quienes sigue para este propósito. La realidad no se presenta tal cual, es el poema el que nos abre a su acceso y, si nos sometemos a su gracia, nos transfigura. De esta manera podemos penetrarla, estar en ella como generalmente sucede que no estamos. En la poesía de Gabriel Zaid la clave es casi siempre el extrañamiento y éste se produce por medio del asombro y de la perplejidad y se descubre a través del mecanismo retórico de la ironía, del humor ante la vida cotidiana, y de la exaltación del objeto amado bajo la rítmica magia de un acercamiento que expone la desnudez.

Esa chispa despiadada de desproveer de pudor y señalar a la humanidad por los detalles que nos constituyen y nos avergüenzan es una de sus osadías; un incisivo método de arriesgar en la denuncia de la falla. Y la humanidad crece cuando sus faltas se muestran, porque desnudos, en la proximidad más íntima, caen las etiquetas y las máscaras. Crecemos al descubrirnos y nos descubrimos al encontrarnos.

El amor, en los poemas de Zaid, se produce por el encontronazo con esa desnudez que nos deja expuestos. Es un hallazgo que posibilita la emergencia del ser como realización única, no por la metafísica sino por el contacto físico con el otro, porque se es en la relación y en el encuentro.

La desnudez es el despojo de toda cubierta, de todo accesorio. Y el lector de estos poemas se involucra despojándose, dejando que el mar y sus criaturas lo conduzcan al paraíso o que la desesperación lo pierda en la ausencia de taxis. Es en tal sentido que esta obra pronuncia su causa, adentrándonos en un diálogo a voces con la poesía en general; pienso en los poemas finales de Cuestionario, de 1976, como “Transformaciones”, donde el autor parte de Ernesto Cardenal, sigue con José Emilio Pacheco, para terminar con un epigrama personal que cierra el discurso con el que principia.

Desde sus comienzos, con Fábula de Narciso y Ariadna, su poética emula la imitatio y la inventio que ejercitaban los poetas renacentistas, apropiándose así de la tradición y al mismo tiempo transgrediéndola. Si hablo de celebraciones del ingenio en su obra es porque en ésta se redimensiona un poema modelo; de hecho, en “Desperté,” incluido por primera vez en la más reciente edición de Reloj de sol, la de 2009,13 va más allá. Con una ceñida bibliografía final por medio de la que Zaid descubre sus fuentes intertextuales, a la vez que ofrece su método de creación, deja clara su visión del poema como conocimiento, tal como Alfonso Reyes lo concebía. Es por medio de esta concepción del poema como conocimiento, con fuentes y propiedades específicas, que otorga a sus lectores un estado de gracia: un vuelo, un rapto. Porque hubo un propósito: el poema diálogo, el poema que desde Cuestionario exige al lector una crítica, una reedificación, una propuesta que valide la estadística, un cambio. Poemas que siguen a Elías como vehículos de arrobamiento y transportación. Algunos nos lanzan a un espacio ajeno a este mundo, pues nos introducen en sus terrenos secretos, lugares en movimiento que parecen haber estado escondidos, porque no son espacios, sino el infinito en el tiempo que pasa, como esta primera estrofa de “Reloj de sol”:

Hora extraña.
              No es
el fin del mundo
sino el atardecer.14

Zaid tiene poemas que nos devuelven a esa realidad desnuda de la cual habla Octavio Paz. Pensemos en su clásico “Teofanías”: el elemento taxis metaforiza desde la presencia de Dios, hasta cualquier objeto en el que usualmente desviamos nuestra búsqueda hacia el afuera. En el exterior no hay taxis, no hay dioses; el camino es único, personal y hay que hacerlo solo y hacia adentro. La poesía nos regresa a una realidad más rica, a una realidad cargada, potenciada por la luz entrañable. Y aunque “la ciencia ha demostrado que los taxis no existen”, seguiremos implorando su aparición. Tan urgente es encontrar un taxi como que Dios se manifieste en la esfera doméstica, en la sed de los días.

Por este arrojo, Zaid se convierte en un poeta visionario. En el apartado titulado como uno de sus libros: Campo nudista, de 1969,15 hemos incluido aquellos poemas que presentan el ambiente de las décadas sesenta y setenta bajo una intención de polemizar. ¿Desprenderse de las ropas es conseguir la libertad? ¿De qué libertad estamos hablando?

Su concisión implica técnica y matemática: la luz brota de la razón. La sensación de despojo allí es más bien producto de la acción inteligente, medible, de asociación y juego. Hay una ingeniería que administra los materiales líricos conseguidos bajo una aguda observación.

El humor es la fuerza más pronunciada de su obra. Más incluso que el amor. Aunque, me desdigo, si volvemos los ojos al poeta brasileño Oswald de Andrade, el amor reverbera entre el humor y el deseo, y finalmente equivale al humor. Pero la poética de Zaid es razonada y pide pruebas, se sostiene por una inteligencia que, en términos del poema, indaga nombres para bautizar lo dado; y el lirismo, esa fuerza alada cuya razón viene del corazón, de la concreción aritmética del verso como unidad de ritmo comprobable desde la sístole y la diástole, irradia bajo una nueva perspectiva, nominando lo increíble, pues quién hubiera anticipado al Pequeño Larousse como hálito de inspiración. Una muestra de ello es la “Fábula de Narciso y Ariadna” —publicada por primera vez en 1958 en el número 18 de la revista Katharsis—,16 uno de sus primeros poemas, que, parodiando las dedicatorias a los nobles mecenas usadas por los poetas renacentistas y barrocos, particularmente las Soledades, de don Luis de Góngora, aquí se obsequia al Pequeño Larousse Ilustrado. Desde entonces, desde la dedicatoria y la primera estrofa, el humor filtra su irreverencia ante, quizá, el poema más arriesgado y audaz de toda la lírica española. Dice el poema de Góngora:

Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
—media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo—,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas;
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
—náufrago y desdeñado, sobre ausente—
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar; que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
al mísero gemido,
segundo de Arión dulce instrumento.17
   
Dice el poema de Zaid:

Eran ya de la fiebre las finales
páginas que presienten su derrota,
cuando da el diccionario horizontales
decepciones filosas y alborota
una impaciencia comunicativa
de kilogramo en peso de misiva.18
    
Si en su primera versión la “Fábula de Narciso y Ariadna” sorprende por su dominio de lenguaje e ironía, ya depurada, en la edición de Reloj de sol —que elimina una estrofa de acotaciones—, no deja de ser, más que una emulación al clásico poema, un indicio de la tradición en la que se inscribe y busca recrear nuestro autor, bajo la perspectiva de contraste que generan la subversión y el juego. A la tradición se le transgrede. Así pasa necesariamente de los clásicos latinos al filtro de los siglos de oro, especialmente Góngora y Quevedo, enfatizando sus raíces.

Aquí la tradición fructifica revirtiendo la propuesta estética en torno al objeto cantado. Las imágenes presentan elementos radicalmente opuestos a los ponderados por los poetas renacentistas, a partir de una vuelta fársica a sus constantes. Veamos estos versos de Zaid en “Elogio de lo mismo”, de nuevo honrando la poética de don Luis, quien se detuvo y encomió semejante inquietud:

¡Oh, mismo inabarcable!
Danos siempre lo mismo.19
    
El temor a la vaguedad y a la imprecisión se cifra en líneas cautelosas, versos donde se mide lo que tiene que decirse, lo que debe decirse.

Sacarle filo a un verso puede llegar a romperlo, y de haber iniciado en la acuidad de un concepto, el resultado, a falta de imágenes, suele producir una poesía de fácil sustancia, donde finalmente habla el poeta y no es la poesía la que se expresa. Pero pulir un verso puede también ayudar a afinar el poema. Gabriel Zaid balancea estas dos posibilidades de la construcción poética preocupado por la búsqueda de la perfección formal.

Depurar de un libro a otro, de un poema a ese mismo poema, eliminar, limpiar, modificar el título. En su recuento, Reloj de sol, publicado el mismo año, 1995, tanto en México como en España, llega a no ponerse de acuerdo en su versión definitiva de un poema, expuesto antes en distintas variaciones:

Nacimiento de Venus

Así surges del agua,
                     clarísima,
y tus largos cabellos son del mar todavía,
y los vientos te empujan, las olas te conducen
como el amanecer, por olas, serenísima.

Así llegas de pronto, como el amanecer,
y renace, en la playa, el misterio del día.20

La edición española muestra el segundo verso como cuando apareció este poema por vez primera, citado antes en este ensayo. En vez de clarísima dice blanquísima. El resto del poema queda igual en ambas publicaciones, con las enmiendas realizadas por el autor a lo largo de su tiempo creativo. Si nos remontamos a esa primera aparición en Seguimiento, el poema ha sufrido la modificación de los últimos dos versos, cosa que venía calibrándose en Cuestionario. Repito la primera versión:

Así surges del agua,
                      blanquísima,
y tus largos cabellos son del mar todavía,
y los vientos te empujan, las olas te conducen,
como el amanecer, por olas, serenísima.
Así llegas helada como el amanecer.
Así la dicha abriga como un manto.21

   
Al margen de hacer un espacio antes de estos dos últimos versos en las posteriores ediciones, Zaid hizo un cambio definitivo en este dístico:

[…]
Así llegas de pronto, como el amanecer,
y renace, en la playa, el misterio del día.22

Es poco afortunado despersonalizar el objeto, la muchacha que llega y trae la dicha con el frío sacudimiento del amor, pero la repentina aparición del alba es una epifanía que ilumina la llegada del amor como el misterio mismo, y a pesar de estar utilizando trazos poeticistas para rehacer el cuadro, lo rotundo se impone.

En general, en la mayoría de las modificaciones de Zaid —cabe destacar que en Reloj de sol regresa a varios títulos originales— el poema termina siendo más poema. Hay, de hecho, un ejemplo crucial, donde la depuración produjo un dístico, una de sus formas predilectas, bellísimo. Veamos cómo aparece en el poema “Instantáneas”:

El agua se hace pájaros
contra la piedra azul.

Olas de tiempo terco.
Rocas de cielo empedernido.
Muerte en alas triunfales.23


Ahora leamos la versión revisada en Reloj de sol, en la que se produjo el hallazgo:

Arrecifes

El agua se hace pájaros
contra la piedra azul.24
    
Esta vía a la perfección está marcada por el mecanismo lúdico y obsesivo de reelaborar poemas, con novedades en cuanto a su estructura, de un libro a otro. Las variaciones son una constante del camino de su búsqueda, a donde nos ha invitado y convocado Gabriel Zaid, donde nos ha hecho cómplices, como lectores, en la caza de la verdad poética. Pero, ¿se llega a una verdad poética, o es el camino de esta construcción el que se impone como la verdad poética de Gabriel Zaid, que busca ante todo la edificación y el diálogo?

Cuando la idea se aparea con el lirismo, el despliegue de las emociones puede generar mundos inusitados, mundos contenidos en lo que vivimos día con día y pasa desapercibido, mundos que abren misteriosamente una puerta. Zaid construye con su último libro, Reloj de sol, una memoria de la ingeniería personal de su obra. Y la puerta se abre hacia una nitidez que logra por vía de la inteligencia y del trabajo acucioso, del perfil definido de la palabra y su carga semántica donde la profusión de sensaciones se congrega desde la palabra misma: un mundo que nos deslumbra con la certeza de su síntesis. Si partimos de la modernidad en la poesía, el lenguaje no sólo opera como sujeto en sí, sino que se autorregula desde su propia crítica, en este caso, para alumbrarnos.

Cuestionario fue un título certero para testimoniar por un lado la duda permanente en el autor y por otro la búsqueda conversacional. Al reunir así sus libros y repetir poemas, con todo y los cambios que éstos van sufriendo, así como añadir una tablilla donde hace partícipe al lector del juego poético, Gabriel Zaid engalana su imaginación, su afición por la ingeniería, su pasión por investigar. Obliga al lector a revisar los cambios, a detenerse en algo que creyó haber leído antes, pero ¿igual? o ¿bajo qué alteraciones?

Finalmente le concede la gracia del extrañamiento para que ejercite la duda como el propio poeta. Además, logra, lo cual podemos observar como resultado en Reloj de sol, que dicho cuestionario sea contestado y reformulados los poemas por los lectores amigos. En su búsqueda formal delimita el canto como si aprisionara las palabras. Su poema “Otoño” parece resolver en dos versos su lamento:

[…]
Lloro por este jardín
que murió de geometría.25

La ironía, como recurso, es depurada y espina sobre todo cuando su preocupación se carga hacia el testimonio social. La impotencia hacia el poder, la automarginación y la puntillosa crítica contra el estado de cosas despuntan en una sátira que recoge el sentir de la época, y así construye una épica desde el epigrama, mientras que el poema íntimo amoroso congrega y explora un lirismo aunque se trate igualmente de este género. Y, a pesar de que utilice símbolos que tienen que ver con la castración y el narcisismo —las tijeras y el espejo—, su compromiso con el amor no permite un nosotros degradado por la rutina o la agresividad, como sucede con este poema que se repite en Cuestionario sin ninguna variante: 

Sombra

Las alas para qué,
si son errantes.

Los ojos para qué,
si son esquivos.

Para qué me acompañas,
si para envenenarte
me envenenas.26
    
Si tomáramos este poema como lección vital, muchos de nuestros problemas se resolverían. Ése es otro sello de la poesía de Zaid: su sentido práctico para abordar la complejidad apuntando antes su recta saeta contra los vericuetos de lo complicado.

En sus poemas sociales la lucha es religiosamente abierta. La ciudad es vista desde la ciencia y la tecnología, mas trascendiendo esta especie de envoltura impuesta. El poeta se ciñe, en tanto ciudadano del mundo, o sea, de la metrópoli, a las limitaciones de la época, que vuelve a los taxis una alegoría de la imposible manifestación de la divinidad, o, si se quiere, del amor. He aquí uno de sus mejores poemas y uno de los más importantes de la poesía en español del siglo XX:

Teofanías

No busques más, no hay taxis.

Piensas que va a llegar, avanzas,
retrocedes, te angustias,
desesperas.
           Acéptalo
por fin: no hay taxis.

Y ¿quién ha visto un taxi?
Los arqueólogos han desenterrado
gente que murió buscando taxis,
mas no taxis.

                     
                       Dicen
que Elías, una vez, tomó un taxi,
mas no volvió para contarlo.

Prometeo quiso asaltar un taxi.
Sigue en un sanatorio.

Los analistas curan
la obsesión por el taxi,
no la ausencia de taxis.

Los revolucionarios
hacen colectivos de lujo,
pero la gente quiere taxis.

Me pondría de rodillas si apareciera un taxi.
Pero la ciencia ha demostrado
que los taxis no existen.27

Gabriel Zaid celebra la realidad con poemas cuya música penetra aguda o bajo el ritmo de suaves percusiones. Suma esta cadencia a una ética crítica y arriesga en conceptos —tiempo, libertad, silencio, olvido, eternidad, etcétera—, en ocasiones, con pocas posibilidades de vida material a través de una imagen, lo cual empobrece la circunstancia del poema. En este sentido hay en su poesía una línea que obliga a pensar porque busca el desciframiento. Recordemos que de la contemplación deriva la meditación. Pero también, como piedras lavadas por la lluvia, límpidas, ciertas, rescatadas de un pasado remoto como estrellas del firmamento, brillan muchos de sus poemas, son contundentes e iluminan el suelo que pisamos.

Entre la brevedad del epigrama y el haikú, nuestro autor logra poemas destellantes, que honran a Catulo, a Marcial y a buena parte de la poesía oriental. El poema “Teofanías” guarda una estrecha simetría con “A Roma sepultada en sus ruinas”, de Quevedo, sobre todo al comienzo. He aquí el poema de Francisco de Quevedo:

Buscas en Roma a Roma, ¡oh, peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas,
y tumba de sí propio el Aventino.28

   
Gabriel Zaid suele establecer en su poética un lazo con la cotidianidad por medio de la enunciación de objetos como el taxi mismo, autos como el Volkswagen (así llamamos en México a nuestro casi extinto Sedán), bicicletas, marcas de ropa interior femenina (Maidenform), títulos de revistas (Playboy), autores y teorías (Marx, Malthus), y temas insistentes como el fin del mundo, la velocidad y la enajenación; la libertad, el cuerpo y las relaciones amorosas; es decir, elementos, marcas y símbolos de la cultura y la ciudad que proliferan conformando ese paisaje que su obra redimensiona. Con hondura se sumerge Zaid en este mar donde el tiempo es espacio y la eternidad objeto para presentar una época: los sesenta-setenta, cuya vorágine está no únicamente contemplada, sino nombrada, explorada, y vivida hasta darle la vuelta. Como un bautizo, en esta acción de nombrar se ilumina el tiempo original, y lo real se presenta y congracia, cobra sentido, fuerza y participación en una actualidad que fluye. Abunda la zoología, símil para radiografiar la vasta y compleja naturaleza humana, o para adentrarse en ella:

Me gusta acariciarte el hipopótamo.
Husmear lo que apenas perdices.
Acechar tu bostezo furibundo.
Disparar al vuelo de tu aullido.

Me gusta darte el dedo a morder,
la percha de tus periquillos.
Verte, mona, desnuda, meditar,
de la cola, del árbol de la vida.

La pantera feliz ronronea
después del suculento pleistoceno.
Me gusta la gratitud
en los ojos de la victoria.29
    
La onomatopéyica puntería de exponer como suma identitaria nuestro clásico para qué que enuncia con certeras definiciones el poema “Cuervos”, elevado en su crítica lírica a lengua muerta, y la certera resolución de la taza humeante de café como imagen que cierra el disparo del arma, con su sonido de para qué reiterado, es un acierto contundente contra el conformismo. El para qué nos arraiga y estructura como pueblo,  nos anula y agüita, nos vacía y termina eliminándonos: México cría cuervos ante el velorio de su propia especie.

Gabriel Zaid es una de las voces imprescindibles de la literatura mexicana. Con una capacidad extrema de contemplar la complejidad con agudeza, desde la lírica intensidad, hace de la poesía un conocimiento alado que indaga la libertad a la velocidad del vuelo, del nado, del camino trazado como canción y ética para abrirse paso y penetrar, nombrándolos, distintos planos de la vida.

Su poesía tiene la cualidad de la transparencia. Se adentra en el viento y el agua con la certeza de que, sean tierra o mar los atisbos del viaje, siempre llegará al fondo o nos llevará a las alturas, porque la empresa de sus hallazgos proviene de la fe, y su inteligencia está puesta en esta etérea llama, con todas las implicaciones que de tal hecho derivan. De ahí que sus profundidades puedan revelarse en la pulcra concisión de la imagen.

Como vemos, paralela a la criba y reelaboración de versos y poemas, hay en su obra una permanente e ingeniosa lectura reflexiva del entorno, que, como paisaje, nos contiene y observa, mientras nosotros, ¿lo contenemos?, ¿lo observamos?

Porque no solo de pensamiento crítico vive el hombre. Y mucho menos el poeta, que puede encontrar, en el ojo mismo de la razón, la sinrazón que llama, la sinrazón que obliga, la sinrazón que anuncia.

La poesía de Gabriel Zaid se pone a sí misma en duda. ¿No es éste un paso definitivo hacia la grandeza?




1 El soneto en prosa es una definición lúdica que Zaid asigna para desacralizar lo poético. Éste sigue a pie juntillas el nivel estrófico: dos estrofas de cuatro versos y dos estrofas de tres versos que respetan el patrón melódico de los acentos; lo que no se respeta es el modelo del verso medido porque los versos no conservan una igualdad silábica con respecto a la métrica.
2 Gabriel Zaid, Seguimiento, con Carta-Prólogo de Octavio Paz, México, Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 1964, p. 14.
3 Gabriel Zaid, Reloj de sol: Poesía 1952-1992, México, El Colegio Nacional (Obras completas, v. 1), 1995, p. 109.
4 Gabriel Zaid, Seguimiento, op. cit., p. 13.
5 Ibid., p. 14.
6 Ibid., p. 18.
7 Ibid., p. 24.
8 Ibid., p. 26.
9 Octavio Paz, “Respuestas a Cuestionario —y algo más”, en Vuelta, núm. 4, vol. 1, México, Amigos del Arte, marzo de 1977, pp. 43-46.
10 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, Poesías, Nicasio Salvador Miguel y Santos Sanz Villanueva (asesoría literaria), Cristóbal Cuevas García (ed., estudio y notas), Madrid, Editorial Alhambra, 1979, p. 365.
11 Sor Juana Inés de la Cruz, Poesías completas, Ermilo Abreu Gómez (recopilación y pról.), México, Ediciones Botas, 2ª. ed., 1948, p. 463.
12 Gabriel Zaid, Seguimiento, op. cit., p. 39.
13 Gabriel Zaid, Reloj de sol, México, Random House Mondadori (Debolsillo Contemporánea), 2009, 131 pp.
14 Gabriel Zaid, Reloj de sol: Poesía 1952-1992, México, El Colegio Nacional (Obras completas, v. 1), 1995, p. 92.
15 Gabriel Zaid, Campo nudista, México, Joaquín Mortiz, 1969, 62 pp.
16 Gabriel Zaid, “Fábula de Narciso y Ariadna”, en Katharsis, Monterrey, núm. 18, marzo de 1958, p. 20.
17 Luis de Góngora, Soledades, E. González Lanuza (pról.), Buenos Aires, Estrada Editores (Colección Clásicos Castellanos, 3), 1944, p. 41.
18 Gabriel Zaid, Reloj de sol: Poesía 1952-1992, op. cit., p. 14.
19 Gabriel Zaid, Cuestionario: Poemas 1951-1976, México, Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 1976, p. 244.
20 Gabriel Zaid, Reloj de sol: Poesía 1952-1992, op. cit., p. 32.
21 Gabriel Zaid, Seguimiento, op. cit., p. 14.
22 Gabriel Zaid, Reloj de sol: Poesía 1952-1992, op. cit., p. 32.
23 Gabriel Zaid, Cuestionario…, op. cit., p. 243.
24 Gabriel Zaid, Reloj de sol: Poesía 1952-1992, op. cit., p. 41.
25 Gabriel Zaid, Cuestionario…, op. cit., p. 37.
26 Ibid., p. 78.
27 Gabriel Zaid, Reloj de sol: Poesía 1952-1992, op. cit., p. 90.
28 Francisco de Quevedo, Antología poética, Jorge Luis Borges (selecc. y pról.), Madrid, Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo. Sección Clásicos), 2ª ed, 1985, p. 67.
29 Gabriel Zaid, Reloj de sol: Poesía 1952-1992, op. cit., p. 73.