No. 94 / Noviembre 2016

Marmita, de Francisco Segovia


Ana Franco Ortuño*

De la marmita, nos dice Francisco Segovia, toma la condición del caldero en que se mezclan y transforman los elementos de una poética, de un lector del mundo y su obra.

El libro es una larga colección de reflexiones personales, charlas, análisis con amigos y familia y, por supuesto, como toda memoria, se trata de una ventana a sí mismo. Digo mal “por supuesto”; de algún modo, en los últimos tiempos, la poesía se niega a la lírica personal y a la confesión, ¿es entonces esta forma del ensayo breve el que nos permite reconocer al autor en sus textos? No se trata de una serie de coordenadas personales, se trata, como toda poética, del moderno ejercicio integrador de sensibilidad e inteligencia.  

Observación del mundo y reflexión propia son los ingredientes desde los que se habla en Marmita: notas y ensayos que hurgan entre las palabras en busca de una conformación que no se toma como definitiva; el libro no se propone como algo dado sino como la reflexión de su propia reflexión, el ir haciendo que se suma al ir haciendo de los lectores; sistema en espiral que observa el lenguaje desde sus muchos ángulos (todos los que alcance a abordar y bordar).

Esta práctica forjadora de lo público y lo privado del ser humano (su lengua) reclama (entre sorpresa y miedo) lo propio del hombre: descubrimiento, hallazgo, encuentro en el “hoy, aquí, entre nosotros” que se hace entre la interioridad y el tiempo, y se conforma en la estética del fenómeno de ser, en las palabras que una vez liberadas han cruzado el Leteo, como propuesta de una nueva mitología del lenguaje.
 
Si el psicoanálisis es metalingüismo, en la marmita se posibilita la construcción de una “filología de la vida interior y [de] una arqueología del sueño” que son, además y evidentemente, una obra paralela, construida en las andadas de un autor que no deja de mirar el mundo entre palabras, engarces de sentido y contextos, en la posible conformación de la lengua en sí, y en la búsqueda del significado y sus vías.

El universo poético de Francisco Segovia se escapa constantemente de sus manos y, para evitarlo, invoca una marmita que lo contenga. Ha descubierto, un poco aterrado, que el lenguaje puede (para su consternación) pertenecer a la otredad de los animales, y recordarle, acaso demasiado cerca, la doble pérdida del paraíso. Con esta herida se reabre la posibilidad del sinsentido o el presentimiento de que no hayamos entendido nada.

En el pálpito de que plantas y animales habiten un mundo que nos fue negado, los pliegues y repliegues del lenguaje humano, del poema, otorgan la posibilidad (acaso el deseo) de su progresión, ¿entenderemos algo alguna vez?, parece preguntarse el autor. Segovia renueva entonces la mitología de la palabra del hombre —palabra-tiempo—, frente al horror de presentir una simpleza dada en la comunicación entre seres que no la ostentan.


Es en esta maleabilidad, en esta negación, que se aferra el sentido de ser poeta en un recorrido de la comunicación: “reacción físico-química, respuesta condicionada, grito de peligro, imitación, señalación, abstracción y habla”.

Marmita es el caldero y el libro que se estructura en pares (Objeto y cosa; Romanticismo y esterilidad; Mimetismo y abstracción; Historia y perspectiva; Balín y Morgana, son algunos de los temas que aborda), textos breves o aforismos que nos revelan subjetividades que a veces negamos al poema. Series que muestran las reflexiones de un hombre que considera los fantasmas de lo incomprensible y que aborda el cotidiano desde el lenguaje mismo. Habla el poeta y el hijo del poeta con un magma que indica ritmo y materia.


Segovia reconoce el lenguaje en las figuras de la magia, de lo orgánico, y no de la pieza. Caldero y tarot más que rompecabezas o maquinaria: la magia del poema es la disposición para lo simbólico, para codificar y decodificar el universo: “toda literatura es mítica”, nos dice Pancho, en tanto que sustancia y arquetipo. Y sin embargo, soporta su ciencia en la posibilidad de que la valencia del átomo-palabra cambie por contexto, y así, recorre el libro con leyes que le son patria y ciudad.

Francisco Segovia es cocinero y artífice, buscador y lector del mundo que le atañe: el del lenguaje y la observación consciente de sus ángulos. En algún momento de este libro, su autor declara que esta “es una época triste”; sin duda lo es, sin embargo, la publicación de este tercer libro de la colección del Periódico de Poesía, nos da muchas horas de felicidad. La lectura de Marmita ha de cocinarse a fuego lento de la misma manera en que fue escrita. El libro contiene reflexiones que fueron hechas durante más de treinta años: es como la leche tibia o la sangre que hierve, objeto de lujo en tanto que fruto de la acción, en las consideraciones de estar vivo.

 *Texto de presentación, FIL Guadalajara 2016.