No. 96 / Febrero 2017




María Auxiliadora Álvarez:
“Con Piedra en :U: he querido representar el riesgo
de la inmanente inutilidad del lenguaje”*



Martina Zuccaro


Dialogamos con María Auxiliadora Álvarez (Caracas, 1956), una de la voces más destacadas de la poesía hispanoamericana actual, a propósito de su libro Piedra en :U: (Candaya, 2016). Álvarez nos habla de su concepción del mundo, del lenguaje, de éxodos y exilios, del silencio como universo poético, además de Borges, Sor Juana Inés de la Cruz, Lacan y Foucault. La autora venezolana reside desde hace veinte años en Estados Unidos, es profesora en la Miami University (Oxford, Ohio) y ha escrito obras como: Cuerpo (1985), Ca(z)a (1990), Pompeya (2003) y Las regiones del frío (2007). Once de sus principales poemarios están reunidos en la antología Las nadas y las noches (2009).


Desde una edad temprana has vivido en distintos países hasta establecerte finalmente en Estados Unidos. ¿Qué papel jugaron estos cambios o éxodos en tu obra?

Creo que el movimiento constante dinamiza los músculos de la mente y sus atenciones, y que todos los cambios, éxodos (actos de salida) y exilios (permanencias en el punto de llegada) son interiores, y mi poesía ha ido cambiando a la par de mi persona y mi vida.

Sin embargo, no creo que todo sea ganancia como decía Borges: “Todo lo que he perdido es ahora lo que es mío”. En mi caso, todo lo que he perdido lo he perdido, y lo que he ganado (en conocimiento de mundo, camino, idea o cosa) me ha empobrecido tremendamente.

Y tal vez me esté refiriendo aquí a la pérdida de cierta inclinación natural a esperar, creer o confiar en la entereza de nuestra naturaleza humana. Ahora percibo mucho más nítidamente el sello de nuestra inmensa fragilidad. Pero debo también reconocer que en las últimas temporadas se me han empezado a balancear las tendencias a los absolutos y hay un “punto medio” que va tomando lugar dentro de mí como un cero en positivo.


Desde Cuerpo (1984) hasta tus últimos poemas, el lenguaje ha ido adquiriendo levedad, se ha ido aligerando y fragmentando. ¿Hay una búsqueda consciente hacia una dirección determinada o se trata de la influencia de esos distintos momentos vitales?

El camino del vacío no se construye de golpe, pero hay una cierta gentileza en ir dejando paso al silencio. A diferencia de la cultura hispana, en la cultura anglosajona no es común el arte de la conversación, como tampoco parece de buen gusto expresar emociones y cuanto menos, mantenerlas por escrito. Asumir la inutilidad de la lengua como realidad parcial o virtual puede representar una admonición letal para una mentalidad esencialmente verbal. Según Lacan, “el ser está constituido por el lenguaje”, pero según Foucault, “el lenguaje es [apenas] el traje del pensamiento”.

En mi experiencia vital, creo que ambos postulados, aparentemente contradictorios, se combinan bien. Luego de veinte años de vivir en silencio creo que mi mente se ha ido deslindando de las facultades discursivas (narrar o conversar); pero también pareciera, por la escueta pero remanente escritura, que la actividad de observar, interpretar, especular, en fin, pensar, fuera una función intrínseca de la mente, capaz de prescindir de (su mayor) expresión.

Aun así, no sé si voy encaminada hacia el silencio total ¿una inquietud tal vez retórica, en sentido general?… porque en la (aún más) sucinta atmósfera mental en la que estoy trabajando ahora, han surgido poemas de muy escasos vocablos, como por ejemplo: “hoy no, Supremo Frío”.


En este sentido, Sor Juana Inés de la Cruz, en su ensayo epistolar Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), decía que callar “no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir”. ¿Podría haber en tu último poemario, Piedra en :U:, un callar interno y un silencio externo?

Sí, en Piedra en :U: hay un silencio externo (la vida en EEUU) y un callar interno (duelo y reflexión). Sin embargo, al finalizar una lectura reciente en la Universidad de Brown, un joven catedrático oriundo de Córdoba me hizo un comentario muy penetrante que me ha quedado resonando… Dijo que le parecía que a través de los poemas yo le hablaba a alguien. A alguien en particular. Que mis poemas traían consigo un interlocutor. Y he pensado entonces que tal vez sí sea cierto que mis silencios lleven esa tesitura –no calculada– de confidencia porque siempre me ha costado mucho leer mis poemas en público o en alta voz (lo que de público tiene lo privado).

Encuentro una violencia en el sonido de la voz dentro del poema, una intervención insoportable e innecesaria. Me gusta compartir algunos poemas, pero quisiera poder hacerlo por telepatía. Tal vez esa sea la razón del aparente hermetismo de algunos de mis textos, aunque sus trasfondos e interrelaciones provengan mayormente de mecanismos inconscientes.

Quizá mucho del “arte del balbuceo” lleve detrás un sujeto agazapado. Por otro lado, me encanta tu cita porque he admirado mucho a Sor Juana y he escrito mucho sobre ella. Su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz es un documento crucial en mi vida.


Los poemas de Piedra en :U: van atravesando, en una suerte de peregrinaje, la noche, el invierno y el silencio; hasta alcanzar el día, la calidez y el sonido. ¿Se trata de una progresión buscada o más bien de un recorrido intuitivo?

Supongo que los poemas responden a ciertas chispas de ignición y, luego, se internan en sus propios procesos de gestación y nacimiento hasta que aparecen nuevas chispas de ignición y se dan nuevos procesos; pero yo no puedo o no sé determinar los detonantes, brotes, secuencias o secuelas.

Cuando empiezo a reunir los poemas (luego de varios años de escritura libre, por así decir), intento distinguir las atmósferas predominantes e hilar las relaciones entre los textos. Usualmente no corrijo −o lo hago muy sucintamente− porque pienso que las progresiones, regresiones o atolladeros que los poemas padecen o producen han respondido al golpe de su propio acontecer (interior versus exterior o viceversa).

Hay quebraduras del espíritu que nunca sanan, que pueden tardar años en sanar o que ya sanadas jamás desaparecen. Cada noche que amanece, amanece diferente. Piedra en :U: es mi último libro sobre el luto aunque parezca un absurdo suponerlo, pero sí lo intuyo como mi “último inventario de pérdidas”, según las enseñanzas del Budismo y otras escuelas espirituales: nada pierde quien nada tiene. Los poemas finales ilustran sin embargo la mañana que un día amaneció tras la noche del luto. Así he aprendido que las marcas de las roturas construyen juegos de espejos que (de todas maneras) reflejan la luz.


El título, Piedra en :U:, llama la atención por su iconicidad, por el uso de los dos puntos y el sentido de la letra “U”…

El título de Piedra en :U: parte de una imagen concreta de la que derivan varias simbologías interrelacionadas. En sentido gráfico, representa la vista de la cavidad de la boca desde una perspectiva aérea: en el centro está la lengua en forma de U y a ambos lados se encuentran varios promontorios (los molares) circunscribiendo el territorio. Si de pronto la lengua pierde su organicidad en una representación plástica o bajo el rictus mortem, por ejemplo, nos encontramos apenas con una pequeña “piedra” inutilizada por la supremacía de los límites. Una contradicción causal o virtual que socava la función esencial de la lengua en un oxímoron tan insólito como el del Mar Muerto.

Con la imagen gráfica de la lengua –como letra– devenida en compuesto inorgánico, he querido representar el lenguaje y el riesgo de la inmanente inutilidad de ambos, llegado el caso. Los puntos limítrofes a cada lado quieren señalar las constricciones mecánicas inherentes al lenguaje comunicativo, pero también las constricciones psíquicas relativas a la producción del sentido. De allí que los puntos, luego, se prolonguen o ubiquen junto a otros vocablos a través del libro.


En Piedra en :U:  –además de otras constantes como el exilio, la familia o las ausencias– aparece el tema de la guerra, ya presente anteriormente en Las regiones del frío (2007). ¿Qué te llevó a ocuparte de ello en ambos casos?

Tal vez por mi tendencia espiritual hacia lo concreto, o por la ecuación (usualmente) espiritualizadora de la hecatombe física, el tema de la guerra me ha tocado dos veces de manera oblicua pero punzante. Creo que la destrucción del otro es auto-destrucción por igual: el puño del fin desfigura el rostro.

En Las regiones del frío, los poemas se refieren a la guerra de Irak, a la que marchaban mis estudiantes de la Universidad de Illinois at Urbana-Champaign gracias a los acuerdos que habían firmado con el gobierno para conformar los ejércitos de reserva (hasta entonces archivos muertos) a cambio del pago de sus estudios. Estos mismos estudiantes aparecían luego en los avisos mortuorios de la televisión condecorados con medallas de hojalata por su valioso aporte a la nación.

Pero a los mutilados de guerra los vi en vivo unos años más tarde en los Balcanes porque mi hija mayor, Laura, trabajó como abogada de crímenes de guerra en la Comisión de La Haya en Zagreb. Así, que entre los años 2005-2013 pasé mucho tiempo en la región, observando las marcas humanas y físicas de las guerras en muchas ciudades y países aledaños. Los muros más altos permanecían calados aún por las metralletas, las casas se movían como escombros colgantes del aire, las calles estaban llenas de tumbas, los bancos de las iglesias vacíos y las viudas (cubiertas de negro de la cabeza a los pies) se amotinaban en los altares como quien sostiene un viejo pleito de sindicato a sindicato. De esa experiencia nacieron muchos poemas de Piedra en :U:.


Además de Letras Hispánicas, has estudiado Artes Plásticas en Colombia y Venezuela, y has llegado a exponer algunos de tus trabajos. ¿De qué manera han ido dialogando o complementándose poesía y pintura? ¿Has continuado desde entonces compaginándolas?

La percepción del dibujo (o interacción) de la figura en el espacio es para mí una actividad involuntaria y constante. Tanto como de la figura misma, que adquiere una relación y evolución simbólicas. Tal vez por eso mis poemas están llenos de imágenes, espero todo de ellas.

Mi mundo mental es muy concreto, de allí el estupor: la idea parece más resistente que la cosa, pero no es así. Tal vez por ese desengaño es que ahora dibujo con grafito los rostros que amo a tamaño natural. Dibujo los ojos bajo la luz del día y trabajo largamente sobre huesos intocables, recubiertos de piel.


Además de Rilke y Celan, ¿qué otros autores o autoras te han ido acompañando a lo largo de tu trayectoria?

En cada época de mi vida me han acompañado siempre muchos poetas, vivos y muertos. No habría podido sobrevivir sin ellos. Rilke y Celan, como dices, han sido pilares permanentes. También Rumi, Hölderlin, Char, Guillevic, Du Bouchet, Nicoïdski, Langston Hughes, Mark Strand, Vallejo y Valente, entre muchos otros.


Por otro lado, en el marco de la poesía actual, ¿con qué poetas sientes una mayor afinidad?

Siento distintos tipos de afinidad con distintos poetas por distintos motivos. Es una familia que crece sin detenerse. En este momento pienso en Philippe Jaccottet, Sharon Olds, Nicole Brossard, Charles Simic, Magnun William-Olsson, Antonio Gamoneda, Olvido García Valdes, Eduardo Mitre, Carmen Villoro, Alicia García Bergua. Pero hay muchos otros que admiro devotamente. La lista sería interminable.

 

Fotografía de María Auxiliadora Álvarez tomada del sitio de la Universidad de Granada.


* Periódico de Poesía agradece la posibilidad de esta publicación a Martina Zuccaro, María Auxiliadora Álvarez y a Pliego Suelto. Revista de Literatura y Alrededores.