No. 95 / Diciembre 2016 - Enero 2017



El avispero un festival de palabras


Por Carlos F. Ortiz


A mediados de mayo recibí una llamada de Pedro Serrano; me pedía que lo apoyara como enlace con la Secretaría de Cultura de Guerrero, para el Festival de Poesía de Chilpancingo, Avispero. Muchas preguntas comenzaron a dar vueltas por mi cabeza, como avispas zumbando rítmicamente: ¿Un festival de poesía en Chilpancingo?, ¿por qué hacerlo en Chilpancingo?, ¿cómo funcionaría un festival?, ¿era necesario realizarlo bajo las condiciones convulsas en que se encuentra el estado de Guerrero?

En los sexenios pasados la capital del estado fue olvidada por los secretarios de cultura, que sólo miraban el puerto de Acapulco y la ciudad de Taxco de pronto imaginar un festival de poesía, de poesía, era increíble, y temerario. Tomando un café en Covacha, Pedro Serrano me respondía algunas dudas. Un festival de poesía en Chilpancingo, no sólo es necesario, es urgente, por la situación de violencia que vive la ciudad, porqué en estos tiempos la gente necesita de expresiones que vuelvan a mover esos hilos que los hagan reaccionar y mirar de nuevo al otro, a su entorno de otra manera, me explicaba mientras bebíamos un café.

En la ciudad sólo hay tres librerías, no existen espacios para las actividades literarias, no hay presentaciones de libros, lecturas, encuentros, no hay una tradición poética; sumando todos esos elementos tenemos que no hay lectores de poesía (o los que hay son muy pocos), y, por lo tanto, no hay público para lecturas de poesía.

La idea era interesante y era, o fue, un reto. El asunto es que la propuesta de la realización del Festival se gestó desde la Secretaría General de Gobierno, por parte de su secretario, Florencio Salazar Adame. Se había pensado que las lecturas, presentaciones y charlas de poesía se realizaran en Casa Guerrero, el Auditorio Sentimientos de la Nación, y en la Secretaría de Cultura (ya que desde el 2014, por los hechos de Iguala, y con la movilización del magisterio, el Zócalo de la capital se encontraba tomado). Lugares apartados y cerrados. En una reunión con Ana Franco, y un recorrido que dimos con Ulber Sánchez, al final propusimos otros espacios, más accesibles y abiertos: el museo Juárez, la explanada de la Dirección General del Colegio de Bachilleres, la Secretaría de Cultura, y el Auditorio del DIF. La idea en parte era también hacernos de los espacios públicos, reconquistar los lugares y hacerlos, aunque sólo fueran por tres días, lugares donde la palabra y el encuentro con los otros nos brindara cierta tranquilidad, y esperanza.

En junio, a sólo un mes de la fecha destinada para el festival, teníamos una lista de invitados, 15 poetas: María Auxiliadora Álvarez, de Venezuela; Jorge Aulicino, de Argentina; Paul Bélanger, de Canadá; Rafael Courtoisie, de Uruguay; Lauri García, de El Salvador; Fernando Herrera, Hugo Jamioy y Fabio Jurado, de Colombia; de México, Rocío Cerón, Ángel Ortuño, Silvia Pratt, Xitlalitl Rodríguez, Minerva Margarita Villareal y Jeremías Marquines (quien por asuntos personales no se presentó al encuentro) y, de Guerrero, Ulber Sánchez. Si habláramos en la jerga boxística podríamos afirmar que fue un gran cartel.

El miércoles 20 dimos una rueda de prensa en el Museo de la Ciudad de México, lo triste fue que sólo se preguntara por el presupuesto del encuentro y la violencia en el estado de Guerrero. Nadie comentó nada sobre los poetas, sobre la calidad de cada uno de ellos. El día jueves 21 de julio comenzaron a llegar a la hoy Ciudad de México, en vuelos diversos, los poetas. Las lecturas, presentaciones y demás actividades estaban programadas para los días viernes 22, sábado 23 y domingo 24.

Fue un mes de prisas, de locura, de llamadas, de mensajes enviados, de estrés, de preocupaciones, de carreras. Mensajes a Pedro Serrano, llamadas a Ana Franco, whats a Mariela Castañeda, visitas a la oficina a Mauricio Leyva (en ese entonces subsecretario de Cultura del estado de Guerrero), esperas de dos, tres horas que parecían interminables para hablar de los vuelos, el hotel, las comidas, la publicidad, los permisos, el sonido, el horario de las actividades, el transporte. Los días pasando de prisa, la incertidumbre, las reuniones, las llamadas por celular, y los días pasando. La locura.

La ciudad tomada por los maestros, la violencia, una ciudad con 241,717 habitantes, un museo, tres teatros, tres librerías, un cine, ninguna revista dedicada a la literatura, sin publicaciones, sin actividades culturales. Un festival organizado en dos meses, 15 poetas, cuatro sedes, tres días. Una locura.

La pregunta en la mesa, ¿y si no hay público?, la estrategia: reunirnos con organizaciones sociales, buscar su respaldo. Y la pregunta que quedaba ahí, ¿y la sociedad, los jóvenes, mujeres, hombres, los habitantes de la ciudad, cómo podríamos llegar a ellos, hacerlos participes?

Cuando conversaba con Fabio Jurado, caminando por el andador Zapata, me preguntó si iban a cobrar la entrada a las lecturas, me imagino que una leve sonrisa, o una leve mueca de sorpresa, se dibujó en mi rostro, no tuve una respuesta inmediata ya que no me esperaba una pregunta así, tengo 20 años realizando actividades culturales de manera independiente en Chilpancingo, con el Colectivo Cultural la Tarántula Dormida, y pensar en la posibilidad de cobrar para una lectura de poesía me resultó algo muy irreal. Fabio me dijo así, tan normal, que allá en Colombia se llega a cobrar la entrada para ver leer y escuchar a un poeta. Increíble, pensé.

Era algo mágico ver a los poetas caminar por las calles de Chilpancingo, verlos tomar un helado a las afueras de la iglesia, comer pozole y beber mezcal con damiana. No todos los días se puede escuchar poesía en la voz de sus creadores, estar ahí observándolos, escuchar el timbre de su palabra, su candencia, su ritmo, el peso de sus imágenes. Poder hacerles alguna pregunta, pedirles que firmen alguno de sus libros con una dedicatoria tatuada en la primera hoja, como un recuerdo perdurable de su presencia. Tal vez pedirles que sonrían y así, de pronto, una selfie, que viajaba con la rapidez de la palabra por las redes sociales.

El avispero comenzó a zumbar el jueves por la noche en el Museo Juárez, en un pequeño recibimiento para los poetas. La mañana del viernes, el gobernador, Héctor Astudillo Flores, los recibió en Casa Guerrero, dónde se inauguró el encuentro.

Cuando se escucha el aleteo de una avispa, que en Chilpancingo son grandes y negras, y su aguijón causa un dolor profundo, lo primero que hacemos es tratar de cubrirnos, y localizar el bssssss que suena de manera amenazante. La avispa es el símbolo de la ciudad, ya que Chilpancingo significa ciudad de avispas. Por experiencia, cada que escucho su zumbido trato de cubrirme o en ocasiones salir del lugar. Ahora imaginar un avispero, que bien puede ser un hoyo o un nido hecho de barro, donde de seguro encontraremos una o dos avispas me causa hasta cierto punto pavor. El avispero es el panal o nido de la avispa, pero también es el festival, el encuentro, el pequeño y significativo esfuerzo por llevar poesía a una ciudad lastimada. Hoy el avispero resuena de manera colectiva, se encuentra en los grafittis de algunos muros que aún siguen pintados, en la memoria y el recuerdo de los que asistieron.

Cuando camino por el andador Zapata de Chilpancingo, imagino que por ahí aún siguen zumbando los pasos de Fernando Herrera, de Jorge Aulicino, o de María Auxiliadora. En la explanada de la Dirección General del Colegio de Bachilleres, veo sonreír a Xitlalitl, mientras Ángel Ortuño pide prestados unos lentes porque perdió los suyos. En la Secretaría de Cultura recuerdo las peripecias que pasamos con Rafael Courtosie para derribar una puerta y rescatar el libro La mudita, que teníamos que presentar.

Desde estos lugares rodeados de montañas, zumba el recuerdo, aletea la poesía.


 



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