No. 95 / Diciembre 2016 - Enero 2017



Vates de los cosmos: Trois Riviéres, Canadá


Por Ivonne Sánchez Barea

Como un ruiseñor en estas tierras que besan pasos, giro en espiral elevada para alcanzar el vuelo altivo y majestuoso de la parvada. El destino me ha llevado por las nubes de los sueños, y, en el viaje, mi veloz aleteo de colibrí me reafirma.

Desde el martinete de mis mil pájaros, me quedó con el vuelo mental, infinito… a veces reflexivo, otras, fugaz. Ellos me habitan; el cóndor colombiano, el pausado andar y certero fin del pelicano cubano, el vivaz y observador revoloteo del águila mexicana. De otras latitudes norteñas traje teñida el alma del cardenal rojo. Finalmente, de Trois Riviéres, Canadá, volví emplumada con la toga del arrendajo azul, tan profundo como un mar o un cielo, tan azul como esa tinta que se adentraba en mis vetas de huellas dactilares, esas que por años cargué desde el frasco con un émbolo lleno del líquido que haría visible pensamientos transcritos por medio de mágicas plumas.

Mi especie, mis similares, abren sus bosques para que pueda cantar, volar y hacer nido. En este vuelo siempre en migración de la palabra, han dado frutos el color, el calor y el eco en las letras que esgrimo. Ellos, mis análogos, con quienes emparento en sensibilidades, nos ataviamos con tonos y gamas, enriqueciéndonos. En ocasiones, el espíritu se hace más terrenal y nos convierte en pumas, gatos, jaguares, o flores de un día. Un brillo solar se encumbra en la junta, un pleno instituido para engrandecernos desde nuestro propio origen. Desde la profundidad de aguas, brillamos como escamas de peces, o en profundas galaxias brillamos como palpitantes luceros. Nos reconocemos, nos encontramos, nos escuchamos; en alianza universal nuestra identidad de poetas en tránsito temporal, abrimos las puertas en esos espacios, en esos días, horas e instantes que compartimos. La complicidad se consolidó cuando pedí Prologo y Epílogo a mis compañeros de experiencia, para ese cuaderno dedicado a los Festivales de Poesía, en este caso, a la vivida en Trois Riviéres.

La llave la llevamos con nosotros, sólo hace falta encontrar la puerta para abrir senderos. Senderos en los que nos encontramos e identificamos como entes en nuestra tribu. Nosotros en conjunto nos imponemos identidad, nos bautizamos, certificamos como parte nuestra. Abandonamos nuestra silenciosa danza, en el trasvase del mito interno, hasta el baile con viva voz que vuela con su sonar de campanas.

El/la poeta y sus palabras sobre hojas de maderos, deja su sentido vital grabado, entonces, toma sentido su vida. En ese espacio, con nuestros vates, somos escribanos del cosmos.

Desde la visión personal, el Festival, la fiesta de la palabra, hace y da trascendencia, dado que con otros semejantes, podemos diluirnos, podemos imaginar un mejor mundo, un mejor ser humano, un mejor futuro. El espíritu de la hermandad se despierta, se estimula, se afianza y nos engrandece.

Trois Riviéres, Canadá, convocó y recibió a los poetas el pasado mes de octubre, en un otoño que sangra en los bosques, con un viento que esparce semillas, ante el festival de festivales, cuya resonancia deja tendidos en las cuerdas: los pensamientos, el sentir, las palabras de quienes posamos vuelos en las orillas de sus tres riveras.



Allí vi suspendidos verticales a los kayaks, y un gran velero bajo la cúpula de un santuario. Las cataratas que alimentan ríos, aguas benditas en artesas de piedra tras portones de catedrales.

Sí, Trois Riviéres es una gran catedral para la poesía. Es la ciudad canadiense que acoge a poetas venidos desde todos los rincones del mundo. Allí escuché el concierto del violín y la viola, palabras que cantan, gritan… lloran. Allí, amigas y amigos bajo el palio de la ciudad que nos abraza. Allí el almíbar dulce del jarabe del arce, la mesa compartida, sentados bajo globos de colores elevados que se balancean en bailes serpentinos. Allí, las pupilas hablan, mirando en profundidad el mundo que cada cual lleva como equipaje. Allí, un perfume a poesía con mayúsculas. Se siente en “fumata” blanca, el frescor de las palabras. Una inspiración con exhalación de versos exaltados, liberados, que nos unifican.

Enclavado en la mirada del nocturno búho, cálamos repartidos por continentes, por este universo que conocemos y aquellos que los poetas imaginan. Seguimos las rutas, los vuelos.

Los pájaros migran, las ardillas invernan, hasta, tal vez otro otoño, en que se nos acoja bajo el cielo de la ciudad de Trois Riviéres que abre años tras año las puertas a las voces del mundo.

Puede que lea grabadas sobre piedra de alguna calle los versos, que queden poemas en improntas o ecos de voces diluyentes. Acaso tengamos el honor de regresar para el emblema de coincidir en el bosque de los pensamientos, con otros y nuevos semejantes, con la ciudad y sus habitantes. Es probable que en cada rincón de Trois Riviéres, queden retenidas palabras, el pensar y el sentir, como han quedado grabadas en el alma de ese encuentro.

Cada sensación y momento las registré en el pecho, en un poemario: (Paréntesis) que vino a de vuelta bajo el ala. Quizás el espíritu del pájaro azul herido que buscaba refugio en la vereda del camino… ese último día de mi estancia, cuando mis pasos iban acostumbrándose de nuevo a la soledad como compañía. Antes de partir, ya me dolía la ausencia, el paréntesis cerraba su signo.

Cada Festival tiene su propia magia y magos que lo hacen posible. Cada Festival tiene su sello, su particular estancia, su identidad, sus espacios comunes e individuales, su personalidad… Cumplidos años y sueños, reinventamos nuevos sueños para justificar esperanzas. Por ello, quizás, regresemos a ese espacio multi–dimensional, a un Festival con pluri−diversidad de lenguas y pensamientos, para orar versos en lengua francófona.

Entre todas y todos haremos un aquelarre de voces en pro de esa paz que todos buscamos. Reconocernos desde el interior, porque cada una de las personas que participamos contenemos moléculas que hay que aglutinar para construir futuros.

A los poetas no los derrotará el mundo, ni las circunstancias, ni la soledad, ni la distancia. Cada poeta en su espacio/tiempo, en su mundo, es constructor de sueños, esgrimidor de esperanzas, en la santidad de la palabra que porta como canto. Juntos hacemos de la vida una sinfonía armónica.

En Trois Riviéres, Canadá, las tres orillas se rizan como encajes de aguas, y todas se diluyen en una sola. Desde mis tres orillas (Atlántico, Caribe y Mediterráneo) fluyo. Desde todas las orillas fluimos. Unidos como átomos invisibles, somos materia humana y humanitaria.

Agradezco a los Magos de este Festival, y a todos las/los poetas con quienes he compartido la sagrada palabra entregada y compartida.

Directores de Festivales y Poetas: ¡No cejad! ¡Seguid aleteando!



Granada, España, enero de 2017