No. 97 / Marzo 2017
Leer un poema...
 

La Marmita de Francisco Segovia

 

Carmen Villoro
 


Marmita. Apuntes sobre lengua, poesía, arte
Francisco Segovia
Dirección de Literatura UNAM /
Secretaría de Cultura
Ediciones del Periódico de Poesía
Metepec, 2016


De “marmita” dice el diccionario de la Real Academia Española: “Olla de metal, con tapadera ajustada y una o dos asas”. El título de este libro nos remite a un caldero (me lo imagino de grandes dimensiones) en el que se cocinan elementos diversos que se mantienen separados por sus cualidades de tamaño y dureza o suavidad—, pero que vierten sus aromas y sabores particulares en un caldo común que los contiene: una sabrosa sopa. Pero el autor de este libro, el poeta Francisco Segovia, no utiliza la palabra “olla”, tan común en nuestro idioma, y nos lo explica en su presentación: es la marmita de un druida a la que él quiere referirse, más parecida al atanor de un alquimista que a la cacerola de un ama de casa que, como yo, luego luego piensa en pucheros. La pócima del druida, a diferencia de la sopa del ama de casa, no pretende satisfacer una necesidad sencilla y cotidiana, sino alcanzar la fórmula de un saber y compartirla con la tribu.


El autor se coloca como ese ser que cocina sus pensamientos, que los está cocinando a vuelta y vuelta y que de pronto, aunque el diccionario diga que la marmita tiene una tapadera ajustada, quizá porque para remover el interior de la materia que se cuece el druida la debió de haber quitado, sale una humareda aromática, algo que, sin estar terminado, anuncia algún sabor, algún hallazgo.

El libro está dedicado a algunos amigos, ocho para ser exactos, “en la comunión y en la disidencia”, con los que puede deducirse que este druida discute, o, por lo menos, conversa. De hecho, todo el libro se siente como una larga conversación que el escritor entabla consigo mismo y con los otros.

Los elementos que bullen al interior de la pócima, que yo sigo viendo como un puchero, son reflexiones sobre el lenguaje. Las palabras, su uso y su significado, el lenguaje desde la filosofía, la psicología, la ciencia o la poesía. Disuelto en el caldero como un ingrediente que da coloración a la sustancia, el arte hace su espuma.

El druida tiene pequeñas cucharas con las que prueba cada tanto la poción: a esto le sobra, a esto le falta, y nos lo da a probar, brebaje inacabado, pero con ese toque de sabor de lo que está acercándose a un encuentro.

En un avance intrusivo tomo mi vulgar cuchara de puchero y hurgo buscando los trozos que satisfacen un placer personal. Encuentro para mi deleite estos tesoros que comparto con ustedes:

1. Palabras. Las palabras no son un tesoro que el poeta desentierra. No son como el cofre que el pirata va a buscar a la isla desierta, a sabiendas de que existe porque él mismo lo puso allá, o porque sabe que otro lo puso allá. No, el valor de las palabras del poeta no está en ser desenterradas (porque alguien las ocultó) sino en ser descubiertas (porque son un hallazgo y un regalo)…


La palabra natural ve su objeto en las tres dimensiones del espacio y lo ve además en el tiempo… En el tiempo, no sólo en la historia. La historia de una palabra es parte del asunto, sin duda, pero lo que aquí quiero sugerir al hablar de tiempo es un espesor que aparta a la palabra de su significado y al nombre de su referente. Es este espesor lo que permite el juego entre ambas cosas (entre el significante y el significado) y lo que a fin de cuentas abre la posibilidad de que una misma palabra cambie de significado…

6. Los nombres y su sombra. El nombre de cada cosa se yergue en el aire y la hace echar una sombra… El nombre de cada cosa es como su sombra: un indicio de su corporeidad… Es cierto que las cosas abstractas no son corpóreas, pero no he dicho que el nombre sea la corporeidad de las cosas sino su indicio: por eso puede apuntar también a la corporeidad de las cosas incorpóreas. Ocurre en estas mismas líneas, donde lo incorpóreo aparece como cosa.

Además de lo que la palabra dice, hay algo que la palabra quiere decir. Además de un significado léxico relativamente estable, hay un sentido que cambia según el contexto, pero que a su vez lo determina.

Ninguna palabra “atrapa” dos veces el mismo sentido… Entre lo que una palabra dice y lo que quiere decir se abre un abismo. Una palabra no puede volver sobre sus pasos…

Dios no nos expulsó del Paraíso, lo expulsamos nosotros a él. Vivimos aún en la tierra donde estaba el Jardín. Una tierra degradada hoy por la ausencia de Dios… (Por eso es estúpido salir a buscar el Paraíso, como si fuera una tierra distinta de ésta).

El vendedor mira el clavel y lo halla hermoso. Mira la rosa y la halla hermosa. Si hace un conjunto de esas plantas es porque ve el ramo, más que la categoría. Sí, lección de concreción poética. Y, a la vez, lección de esa gratitud que da sentido a la vida de los hombres y sus palabras: las flores valen porque son hermosas, no porque sean útiles. Si la utilidad y el interés fueran de veras los motores del mundo, no habría flores en las casas, ni adornos de ningún tipo, ni arte, ni al fondo de todo sentido.


La poesía es el reino de lo concreto. (…) Un poema de amor puede parecer poco concreto en cuanto a sus personas (si se aplica a todos, si todos podemos hacerlo nuestro, ¿cuál concreción?), pero es que un poema de amor es concreto en cuanto al amor, no en cuanto a las personas. Es el amor en acto; amor concreto, no abstracto.


Francisco Segovia, a lo largo de todo el libro, insiste en que hace preguntas de las que no tiene las respuestas. Pero en el ensayo de la página 188: “La figura del poeta”, mi favorito, por cierto, asienta algunas conclusiones sobre la poesía y sobre el quehacer del poeta que, sin ser presentadas como certezas, se reciben, por lo menos así las recibí yo, como saberes decantados por los cedazos de las muchas lecturas y del tiempo.

En este ensayo expone o muestra el misterio de la poesía. Dice, con Unamuno, que la literatura, y particularmente la poesía, es un puro repetir el nombre de aquello que nos maravilla. El asombro del ser humano ante el mundo que lo rodea, la sorpresa que es en cada instante el milagro de la vida, nos lleva por dos caminos: a explicar el mundo (el camino de la ciencia), o a nombrarlo (el camino de la poesía). La poesía tiene sentido porque afirma la existencia de “algo” que sólo podemos y queremos celebrar. Dice Francisco: “Así, el mero hecho de que exista la poesía muestra que la existencia tiene sentido, y lo muestra en su propia gratuidad. (…) no he dicho que la poesía sea el sentido de la existencia sino la muestra de ese sentido.”

Para la ciencia, el universo es interesante pero in-significante porque debe ser objetiva; para la literatura el universo es significante, pero siempre pregunta quién es el universo. La literatura humaniza al universo de muchas maneras, de incontables maneras: “antenoche a media noche / oí hablar a los árboles” decía J.R. Jiménez. Por eso puede dialogar con él.

Pero esto es lo más importante que nos dice Francisco Segovia en su ensayo: “la poesía pone de manifiesto al universo, es verdad, pero sólo bajo la forma de una experiencia y una experiencia subjetiva, sobra decir…”


Los poetas afirman que ellos hablan por otros, o por Otro que se manifiesta en su poesía. “El poeta es un servidor del lenguaje” dijo Octavio Paz, por eso Segovia reflexiona: “mientras vemos cómo se personifica el universo en la poesía, vemos despersonificarse a los poetas.”

La misión del poeta, a decir del poeta Francisco Segovia, “consiste, simplemente, en devolver a los hombres (y al universo, si se quiere) sus propias palabras. Quizá más limpias y libres de polvo y paja, pero siempre devolverlas. (…) Lo hacen porque sí, no sé por qué, quizá simplemente por exclamar que el mundo existe.” Sólo me gustaría agregar que en la exclamación va implícito el hecho de que la palabra poética es una palabra cargada de sentido, pero también cargada de afecto. Y por eso tengo que decir, como psicoanalista, ya que Francisco cita a Freud y a Lacan en sus escritos, que es cuando la palabra está cargada de afecto y de sentido, es decir, cuando es palabra poética, que hace sentido en otro y tiene la facultad de curar el sufrimiento.

Son muchos los temas que Segovia trata en este libro: la mentira como aptitud que nos distingue de las otras especies; las neuronas espejo como fundamento de la empatía, según la neurociencia; la paradójica temporalidad del antepospretérito; las diferencias y las semejanzas entre la Enciclopedia, ella tan académica, y el diccionario, tan testarudo él, y muchos otros. Ya de por sí el caldo es gordo, tiene mucha sustancia, pero además cada elemento revisado invita a una inmersión particular, porque cada apartado y su desarrollo es ya una condensación de muchas otras ideas, y entre ellos, entre lo que aparece como apartados independientes, se establecen innumerables vínculos con los que pueden tejer las más diversas redes.

Es pues, este libro, un producto del todo inacabado, como lo es el pensamiento de su autor. Y con esto termino y hago alusión al último de sus escritos en el libro: “Leer y envejecer”.

“Ahora que soy viejo”, dice Francisco, afirmación que no me gusta de entrada porque tiene la misma edad que yo. Yo lo veo como un hombre muy joven, quitémosle el “muy”, pero ciertamente, su pensamiento tiene más edad que su persona. Si su continuo preguntarse le da a su espíritu la cualidad de la eterna juventud, los hallazgos que va encontrando y dejándonos a los lectores en el camino como señuelos de “algo” parecido a una verdad, son enseñanzas de alguien que tiene harta sabiduría en su corazón.

Gracias, amigo mío, contemporáneo y clásico, por este hermoso libro.