No. 96 / Febrero 2017


Lenguas originarias


Rito terminal: una película lejos de la poesía 



Kalu Tatyisavi

 


La película Rito terminal (Dirección y guion de Óscar Urrutia, México, CUEC, 1999) comienza con un epígrafe del primer verso del poema “Lo nuestro” de Jorge Luis Borges: “Amamos lo que no conocemos, lo ya perdido”. Esto implica cierto consenso y compromiso con el arte debido a la capacidad creativa, profética y ficcional de Borges.

En una entrevista el director señala, palabras más, palabras menos: el guion se originó cuando estuve trabajando en el Instituto Nacional Indigenista (INI). Y la película es, efectivamente, la continuidad de la visión indigenista, integracionista, asimilacionista. El pasado histórico precortesiano de las naciones originarias se viene construyendo con una visión única y acrítica que las generaliza como sociedades atrasadas, misteriosas, bárbaras, enigmáticas, débiles. Que tienen poco que aportar si no es la vestimenta, riquezas naturales, comidas, y ahora ecoturismo.

Esta memoria colectiva se ha ido conformando desde la invasión española, cuando estas culturas quedaron subyugadas, controladas, cuando comenzaron a ser masacradas física y psicológicamente a través del castellano y la religión católica. Por eso hoy se yergue entre ellas una enorme contradicción: su único elemento de identidad, que es su lengua, se está perdiendo a pasos agigantados. La radio, la televisión, el cine y las vías de comunicación cumplen su papel, son uniformadoras.

Vemos en la película elementos naturales como el campo, el manantial, la lluvia, etcétera, y su contraparte: la iglesia, la cámara fotográfica, el coche, la danza de los moros y cristianos, los santos, la máscara del diablo. Es decir, tenemos por un lado la ciudad, y por el otro, lo originario/a. Por supuesto que no queremos decir que lo originario sea tal, porque ninguna cultura es originaria; más bien que aquí nacieron y aquí están desapareciendo, es decir, lo usamos como una posibilidad distinta al uso erróneo y racista del término indigenista.

En la película se muestra, por una parte, al ladino y al mestizo, y por otra, a la chamana conservadora de una cultura mítica, mágica, llena de supersticiones. Nunca se acerca el filme a la cultura del Ñuu Savi —que no mixteca— que es heredera de una riquísima tradición, es la cultura que posee el mayor número de códices precoloniales; seis de éstos se encuentran en los museos del mundo, tres en Austria y tres en Inglaterra.

El fondo de la película es el misterio y la superposición de imágenes y tiempos. El elemento principal parece ser el robo del alma a través de la captura de imágenes, sea con cámara fotográfica o de video. Al respecto, ya basta con el alma, pues no existe; ¿dónde está físicamente? ¿En el corazón, en el éter o en la ignorancia?

La película presenta como veraces varios elementos que conforman la historia oficial, como es el sacrificio, práctica que comúnmente se le ha atribuido a todas las culturas del Anáhuac, justificando así la masacre y el catolicismo. Ninguna invasión militar o religiosa se justifica, las órdenes religiosas que llegaron: dominicos, franciscanos, jesuitas y agustinos, todas, todas tuvieron y tienen el mismo objetivo, la sumisión; mientras lleven su cruz, pecado y culpa por delante, no hay ninguna posibilidad de liberación. La vida no está en otra parte, está aquí y ahora.

Llámese Antón de Montesinos, Bartolomé de las Casas o Vasco de Quiroga, todos terminaron justificando la invasión. Retumba, entonces, una pregunta cardinal: ¿500 años y aún no podemos comprender la autonomía, crítica y propuesta desde nosotros mismos?

Retomando la película, para la nieta de la protagonista salir de la comunidad implica la modernidad, el progreso, lo bueno; en este sentido, su abuela es el prototipo del atraso, la contención, la pobreza. Así asistimos a un constante flash back que hace referencia a un pasado, pero no es un pasado histórico sino un pasado personal de los personajes. Por encima de ellos está la autoridad municipal colonizada y el sacerdote.

Un mestizo llega a la comunidad y no entiende lo que sucede, la comunidad no desea al ladino. Ambos entran en crisis en esta relación; finalmente el pasado se queda detenido y el ladino se reintegra a su actividad después de esa experiencia.

Entonces vemos surgir diálogos como: “No entiendes lo que ves”, “no necesito tu idioma”, “el idioma ha dejado de decirte la verdad”. El único diálogo que realmente cuestiona esa realidad caciquil y miserable, de marginación social y política es: “Aquí, la vida de un hombre vale menos que la de un árbol”.

Así se repiten elementos oníricos y arquetípicos fuera de contexto, como el aire, sombras, velas, agua, tierra, pulque, maíz, copal, el tiempo, la semilla de la virgen, mezcal, flores. Aunado a esto aparecen frases repetitivas y comunes: te amarraron, te estás abandonando, enfermo de espíritu, por aquí no pasa el tiempo, le tomaron la voluntad, el frío de la muerte hace daño.

Algunos diálogos importantes relacionados con la memoria son las palabras de Nana Gloria, la chamana. En relación con sus hijas y la vida de la ciudad dice: “Verlas alejarse de lo nuestro es un daño más fuerte, porque vemos morir en vida lo que somos”. Analizarla desde la lengua hubiera dado otra posibilidad, pero no fue la intención.

Con relación a la memoria podemos decir: no es que los soldados regresen mudos después del espectáculo de la masacre, sino que enmudecen por la imposibilidad de saber por dónde empezar a contar, a reflexionar. Aquí entonces, nos quedamos mudos también ante la imposibilidad de luchar contra una burocracia, poder e instancias de la superestructura de una historia oficial y justificante de sus actos y sus leyes, que sólo funcionan a favor de quien las hizo. La película Rito terminal entra en este espacio y dice, entonces, lo que quiere ver. No desea complicarse, es decir, es parcial, superficial y superflua.

Esta columna terminará con un aforismo bilingüe en tu’un savi-castellano: Ntia’an kuvi ka’nu ini da intio, a nkuvi na’an tuni, a jiavi tuni yantiosi je vatu va kuvi kueka ini-in a ntu nkuvi sa’a va’a-a ñ+v+ / El indígena aún no se ha dado cuenta de que, desde hace mucho, dios está muy cansado y arrepentido de su obra imperfecta.